<p>Gracias a Bong Joon-ho hemos aprendido que la más terrible de las enseñanzas puede estar contenida en la más divertida de las ocurrencias. Fue el pensador Slavoj Zizek el que, dándole vueltas a <i>Carretera perdida,</i> llegó a la conclusión de que lo que pretendido por su director, David Lynch, era confrontar al espectador al horror cómico (y hasta cósmico) de su (nuestra) fantasía fundamental. Lo ridículo sublime, lo llamó el esloveno. Y el director coreano no podría estar más de acuerdo. <strong>El horror no es más que una modalidad, la más extrema de todas, de la comedia, </strong>sería la enseñanza fundamental (o una de ellas) del director de Parásitos.</p>
El director de Parásitos convierte una fábula futurista en un desenfadado retrato de nuestros tiempos tan divertido como ingenuamente optimista
Gracias a Bong Joon-ho hemos aprendido que la más terrible de las enseñanzas puede estar contenida en la más divertida de las ocurrencias. Fue el pensador Slavoj Zizek el que, dándole vueltas a Carretera perdida, llegó a la conclusión de que lo que pretendido por su director, David Lynch, era confrontar al espectador al horror cómico (y hasta cósmico) de su (nuestra) fantasía fundamental. Lo ridículo sublime, lo llamó el esloveno. Y el director coreano no podría estar más de acuerdo. El horror no es más que una modalidad, la más extrema de todas, de la comedia, sería la enseñanza fundamental (o una de ellas) del director de Parásitos.
Su regreso al cine tras su éxito global sigue sintonizado en exactamente la misma longitud de onda. Y ahí sigue, empeñado en desnudar, a veces con humor y otras en crudo, la infinita crueldad que nos habita. Si a lo largo de una filmografía que empezó con el siglo de la mano de Perro ladrador, poco mordedor, ya ha quedado claro lo lejos que somos capaces de llegar en nuestra capacidad de destruirnos unos a otros, ahora imaginemos que la víctima no es tanto un ser humano cualquiera, sino réplicas de él; fotocopias del mismo sujeto reproducidas con total impunidad. Si no hay límites para el sadismo neoliberal con el que nos empleamos con nuestros semejantes, imaginemos con Joon-ho de lo que seríamos capaces con una versión, digamos, degradada de nosotros. Da miedo y a la vez puede ser divertido. Ridículo y sublime.
De todo esto precisamente trata Mickey 17, la esperadísima película del director justo después de que Parásitos dejara para los restos uno de los capítulos más brillantes del cine reciente. No solo por lo que la película fue y es en sí, sino por que significó para todo lo demás (premios Oscar incluidos). Es decir, en sí y para sí. Pues bien, lo que viene ahora no es comparable con su obra maestra, pero sí coherente con ella. Riman. En verdad, todo lo que vemos en el último trabajo del coreano está en perfecta sintonía con el cine del director desde mucho antes de la Palma de Oro, el Oscar y todo lo demás. Estamos ante un cuento infantil que recuerda a Okja y en un universo apocalíptico que nos lleva a Rompenieves. Y todo ello combinado con un vigor visual y un gusto por lo viscoso y lo tremendo que obliga a volver a ver The Host. Nada que objetar, en consecuencia.
Basada en la novela de Edward Ashton Mickey 7 (diez menos que la cinta), la película cuenta el empeño de un loco rico y visionario por conquistar otros mundos después de haber arrasado este nuestro. Cualquier parecido con Elon Musk, por ejemplo, es cualquier cosa menos simple coincidencia. La historia se centra en el ser particularmente humano al que interpreta Robert Pattinson; un ser con la virtud de ser replicado una y otra vez sin pausa. No es que nunca muera, es que puede morir cuantas veces sea necesario para que otros le puedan explotar, maltratar o bajar el SMI sin que por ello sufra la conciencia (si es que alguna vez sufrió). Pocos puntos de partida tan alegóricamente pertinentes. Si por un momento alguien se lleva la impresión de que la IA está en el centro del debate, pues también.
Bien es cierto que hay problemas. Alguno de los muchos platillos que giran sobre la punta de los muchos alambres en esta propuesta desmesurada de principio a fin se cae. La sátira funciona, pero siempre constreñida por unos buenos modales que dejan la carga explosiva de la propuesta a medio detonar. La película, toda ella, duda entre convertirse en una fábula casi infantil o en exhibir la brutalidad que asiste al argumento sin más contemplaciones que las que arden. A veces, cuento delicado y preciso en su desopilante y desprejuiciada ingenuidad, otras veces metáfora demasiado nítida. Y ahí, en el gesto dubitativo tal vez se pierde algo de la fuerza de la propuesta original. Pero siempre, eso sí, permanece intacto el dinamismo de lo disfrutable, de lo ingenuamente provocador, de lo Bong Joon-ho. También es muy de agradecer la vocación por el optimismo que ahora demuestra un director siempre tan fiel al Apocalipsis. Pero, sobre todo, pocos asuntos tan dignos de entusiasmo como ese gusto por el sublime ridículo, que diría Slavoj Zizek, al que se entrega en todo momento Mickey 17 con frenesí. Definitivamente, hay otros modos de proponer un blockbuster y están aquí.
En realidad, el director insiste en ser él mismo con devoción. De nuevo, es la imposibilidad de comunicación (esta vez interspecies) la que guía lo que parece una comedia con el alma negra. Otra vez, la sociedad dividida en dos estratos sociales no sólo antagónicos sino condenados a la explotación, la humillación y el miedo. Y, como no podía faltar, esa extraña obsesión por las cloacas, los túneles y las vidas ocultas. Póngase, una al lado de otra, The Host, Rompenieves, La madre, Okja y, claro, Parásitos, y lo que sale es un relato cruel a medio camino como siempre entre el horror, el slapstick y el más corrosivo de los absurdos. Todo está aquí en una nueva entrega de Bong Joon-ho sublime y ridículo. Y al revés.
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Director: Bong Joon-ho. Intérpretes: Robert Pattinson, Naomi Ackie, Steven Yeun, Mark Ruffalo, Toni Collette. Duración: 137 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.
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