<p>Desde hace más de una década visito Ávila al menos dos o tres veces al año. Unos amigos poseen una casa del siglo XIX, de corte señorial, en la que disfruto de mi clausura particular. <strong>En gran parte debido al influjo del misticismo de una de mis santas favoritas: Santa Teresa de Jesús. </strong>Por tanto imaginarán que es necesaria y obligada mi peregrinación al convento de la Encarnación donde la mística abulense encontró el verdadero sentido a su vida. Y fue allí precisamente, entre sus claustros, sus celdas y un revelador dibujo de San Juan de la Cruz donde presencié una escena que podría haber salido de la premiada y aplaudida Los domingos de la genial Alauda Ruiz de Azúa.</p>
¿Qué se hace cuando el estado ideal de los demás no es el tuyo? Respetar. Aunque la decisión del tercero no comulgue con tu línea editorial.
Desde hace más de una década visito Ávila al menos dos o tres veces al año. Unos amigos poseen una casa del siglo XIX, de corte señorial, en la que disfruto de mi clausura particular. En gran parte debido al influjo del misticismo de una de mis santas favoritas: Santa Teresa de Jesús. Por tanto imaginarán que es necesaria y obligada mi peregrinación al convento de la Encarnación donde la mística abulense encontró el verdadero sentido a su vida. Y fue allí precisamente, entre sus claustros, sus celdas y un revelador dibujo de San Juan de la Cruz donde presencié una escena que podría haber salido de la premiada y aplaudida Los domingos de la genial Alauda Ruiz de Azúa.
Con gran asombro asistí a la despedida familiar de una adolescente que decidía ingresar en la orden de clausura de las Carmelitas. Lo hacían a través de los mismos locutorios que conoció la santa. Una imagen que sobrecogía y angustiaba incluso a alguien como yo que reza todas las noches, va a misa y al que comulgar le hace sentir bien. ¿Por qué me asustó? ¿Dudé de la llamada que sintió esa chica? Su familia la aplaudía, aunque imagino que algunos no estarían de acuerdo o quizá no lo quisieran entender. Pero así es la fe y hay que respetarla. En todos los ámbitos. No hablo solo de religión. Hablo de una decisión consciente.
¿De qué sirven todos los sermones de respeto y tolerancia de los que tanto alardeamos últimamente? ¿Dónde está el verdadero respeto? ¿Es de recibo cuestionar y maltratar al padre de familia que decide dar rienda suelta a su verdadera naturaleza y da el paso a su nueva realidad y salvación transexual? Quien condene su libertad es una persona que no procede. ¿Debemos hacer lo mismo con ese ejecutivo agresivo que decide acabar con las finanzas para desaparecer de la escena bursátil y vivir en el pueblo más inhóspito con la sola compañía de cuatro cabras? No seré yo quien lo haga.
Es cierto que decisiones tan vitales, como la de decidir abandonar este mundo para irte a otro en el que te sentirás mejor, no están al alcance de todos aquellos que no las sentimos. Y eso es la fe: creer en la búsqueda de algo que te hará sentir mejor. ¿Eso es malo? Jamás. Es más, es lo que ha de prevalecer a nivel filosófico, religioso, social o doméstico. Interpreto la fe como libertad de acción, de pretender ser dueño de tu vida y, por tanto, de alcanzar la felicidad. Tu felicidad. ¿Qué se hace cuando el estado ideal de los demás no es el tuyo? Respetar. Aunque la decisión del tercero no comulgue, nunca mejor dicho, con tu línea editorial.
Y no condenemos, la Santa Inquisición se supone que es cosa del pasado.
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