<p>El Teatro Real presenta la segunda de sus 8 óperas en versión concierto, que se alternan con las 9 representadas. Esta vez se trata de una ópera en concierto pura y dura, con la nutrida orquesta y el coro en pleno ocupando el escenario, y dejando el proscenio a los cantantes que leen la partitura frente a los atriles. En este caso, el carácter de concierto sugiere dos comentarios. <strong>Por un lado, la obra llega como una especie de lección magistral de dirección de orquesta</strong>. El director, Daniele Callegari parece comportarse como un profesor que explica: «Miren ustedes cómo concibió el señor Mascagni esta ópera, iniciándola con una obertura en la que, como ustedes ven, las distintas familias instrumentales van sucediéndose una tras otra, como mi batuta indica; luego, doy paso al coro y a los solistas. ¿lo ven ustedes?»</p>
Una puesta en escena sagaz habría sabido dotar de fantasiosa vitalidad teatral a la disparatada historia
El Teatro Real presenta la segunda de sus 8 óperas en versión concierto, que se alternan con las 9 representadas. Esta vez se trata de una ópera en concierto pura y dura, con la nutrida orquesta y el coro en pleno ocupando el escenario, y dejando el proscenio a los cantantes que leen la partitura frente a los atriles. En este caso, el carácter de concierto sugiere dos comentarios. Por un lado, la obra llega como una especie de lección magistral de dirección de orquesta. El director, Daniele Callegari parece comportarse como un profesor que explica: «Miren ustedes cómo concibió el señor Mascagni esta ópera, iniciándola con una obertura en la que, como ustedes ven, las distintas familias instrumentales van sucediéndose una tras otra, como mi batuta indica; luego, doy paso al coro y a los solistas. ¿lo ven ustedes?»
Por otro lado, la obra parte de un libreto imposible del prolífico Luigi Illica, que escribió, solo o en colaboración la friolera de 80. El asunto no tiene pies ni cabeza, un absurdo provocado por la falta de definición a la hora de elegir el estilo literario y dramático de un argumento que oscila entre el folletín, con pobre chica repudiada, y el cuento fantástico de la virgen expulsada del mundo real y poco menos que convertida en ninfa a su pesar. Como consecuencia de tal confusión las desventuras de la tal Iris, nombre insólito para una japonesa, no interesan contadas así. Y cabe pensar que una puesta en escena sagaz habría sabido dotar de fantasiosa vitalidad teatral a la disparatada historia. Es posible que, en una representación, la batuta dirigiera la orquesta de otra manera menos didáctica.
El buen reparto capitaneado por la siempre apreciada Ermonela Jaho, la excelencia del coro y la minuciosa, exquisita dirección de Calligari lograron un concierto impecable en su peculiaridad. Funciones como esta mucho dicen de la situación presente de la ópera en un teatro. Razones habría, artísticas, empresariales, de oportunidad o necesidad, para programar títulos tan secundarios como éste, en principio no desprovistos de interés. Ahora, cada espectador se ve obligado a aprender a recibir cada ópera como se le ofrece
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