<p>Es difícil contar España sin hablar de fútbol y toros, pero nuestro cine y nuestra televisión evitan esos mundos desde siempre. <strong>Y es que el balompié y la tauromaquia son fenómenos difíciles de convertir en ficción</strong>. Se ha intentado a veces y no tengo claro que haya salido bien, así que quizá haya que asumir que, como dijo el torero, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.</p>
Los dos protagonistas, interpretados por un Ricardo Gómez aventurero y un Óscar Jaenada magnético, son respetables y ridículos, lógicos y absurdos, reconocibles y marcianos. ¿Las dos Españas?
Es difícil contar España sin hablar de fútbol y toros, pero nuestro cine y nuestra televisión evitan esos mundos desde siempre. Y es que el balompié y la tauromaquia son fenómenos difíciles de convertir en ficción. Se ha intentado a veces y no tengo claro que haya salido bien, así que quizá haya que asumir que, como dijo el torero, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.
La suerte, recién estrenada por Disney+, cuenta España bastante bien. Lo hace a través de la relación de dos personajes en principio incompatibles: un taxista y un torero. Pero no cualquier taxista o cualquier torero. David (Ricardo Gómez) conduce un taxi mientras prepara oposiciones; el Maestro (Óscar Jaenada) es una estrella de los ruedos, enigmático, extravagante y menos obvio de lo que podría parecer. O más, y quizá su estrafalario mundo no lo sea tanto. Simplemente, David (y muchos espectadores, yo el primero) lo ven así, fruto de unos prejuicios tan arraigados como los que el Maestro y su entorno tienen sobre un chaval que, entre carrera y carrera, recita la legislación española. Los dos son lógicos y absurdos, respetables y ridículos, reconocibles y marcianos. Depende de cuál esté a tu lado mientras miras al otro.
¿Las dos Españas? Podría ser.
Escrita por Pablo Guerrero, Paco Plaza y el engrasado tándem formado por Diana Rojo y Borja Glez. Santaolalla, La suerte. Una serie de casualidades (ese es su título completo) es una serie de contrarios: rara y accesible, gamberra y tradicional, intensa y divertidísima. ¿El truco? Que va de toros pero no va de toros. Salen toros pero no como uno se imagina. La suerte cuenta España (perdón: Españas) sin intentarlo demasiado fuerte.
Todo comienza la noche en la que la cuadrilla del Maestro entra en el taxi de David. Uno de ellos necesita ir a un hospital, pero ahí no terminará la loca aventura del opositor taxista, pues ese primer servicio se convertirá en algo parecido a un contrato. Sin comerlo ni beberlo. David pasa a ser un satélite más del sistema solar de la estrella Maestro.
La suerte es una serie convencional en la misma medida en la que Ricardo Gómez es un actor comodón. Es decir, entre poco y nada. Superadísimo ya el Carlitos de Cuéntame cómo pasó, Gómez es un intérprete aventurero, con una carrera interesantísima y decisiones artísticas que realmente lo son. Y mira que yo tengo mis dudas con eso de considerar la interpretación como un arte. Y con el toreo, ni te cuento. La suerte no aclara mis dudas. De hecho creo que la serie misma opera en un terreno parecido.
Sus guionistas se niegan a ridiculizar el mundo del Maestro (y hay margen, vaya si lo hay), pero tampoco se postran ante su frágil estrellato. Esa dualidad (otra más) está en la interpretación de Óscar Jaenada, el actor con más cara de torero de España, excluyendo, por motivos obvios, a Óscar Higares. El Maestro de Jaenada es magnético. Está entre la Ava Gardner de Arde Madrid (esa Debi Mazar icónica) y Keith Richards con montera. Cómo no va a quedar David fascinado por semejante personaje. David o cualquiera. Y cómo no vamos a entrar los espectadores, taurinos o no, jaenaders o no, en La suerte.
Solo hay una cosa mejor que una serie que esperas con ansias y, cuando llega, te gusta: una serie que no esperabas y que, cuando te acercas a ella, te atrapa. Escrita, dirigida e interpretada con tanto pulso como desvergüenza (vivan Pedro Bachura y Carlos Bernardino), La suerte es esa serie sobre los toros que yo necesitaba. Jamás pensé que escribiría esto.
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