<p>«Me enseñó a pensar y después se enfadó con mis pensamientos. Me enseñó a ser libre y se enfadó con mi forma de serlo. Me enseñó a escribir y le ofendió la escritora en que me convertí». Cuando <strong>Arundhati Roy</strong> publicó su primera novela, <i><strong>El dios de las pequeñas cosas,</strong></i> en 1997, su madre se ingresó en un hospital de forma preventiva. Le daba miedo cómo podía haberla retratado en esas páginas. Inspiradora y terrorífica, visionaria y despótica, la ambivalencia de <strong>Mary Roy, gran activista por los derechos de las mujeres en público pero cruel y despiadada con sus hijos en privado,</strong> es la piedra angular de las memorias de la escritora india ganadora del Booker.</p>
La escritora india que ganó el premio Booker con El dios de las pequeñas cosas regresa con Mi refugio y mi tormenta (Alfaguara), unas memorias noveladas que rinden tributo a la controvertida figura de su madre
«Me enseñó a pensar y después se enfadó con mis pensamientos. Me enseñó a ser libre y se enfadó con mi forma de serlo. Me enseñó a escribir y le ofendió la escritora en que me convertí». Cuando Arundhati Roy publicó su primera novela, El dios de las pequeñas cosas, en 1997, su madre se ingresó en un hospital de forma preventiva. Le daba miedo cómo podía haberla retratado en esas páginas. Inspiradora y terrorífica, visionaria y despótica, la ambivalencia de Mary Roy, gran activista por los derechos de las mujeres en público pero cruel y despiadada con sus hijos en privado, es la piedra angular de las memorias de la escritora india ganadora del Booker.
Mi refugio y mi tormenta (Alfaguara) es un libro nacido de la sorpresa que le provocó su propia devastación tras la muerte de su madre, en 2022. Debía haberla odiado, su hermano lo hacía sin ambages, pero ella, no. Ella la admiraba. «El gran reto, más que como hija, ha sido como escritora: cómo escribir a este personaje sin juzgarla, sin encasillarla», asegura Roy en un encuentro con periodistas en Madrid. «Nuestra relación afectó a todo lo que soy, también a la escritora que soy hoy. No podría odiarla porque hay tanto de ella en mí que tendría que odiarme a mí misma».
Mary Roy, cristiana siria en una comunidad diminuta y privilegiada, como un oasis entre la pobreza india, se casó fuera de la comunidad y después se divorció. Desheredada por su propia familia, convirtió su lucha personal en el gran motor de su vida y consiguió cambiar le ley de sucesiones. También fundó una escuela para favorecer el acceso a la educación de las niñas. Y sin embargo, cargaba toda su furia contra su hijo varón, lo golpeaba incluso con violencia por «mediocre» al tiempo que abrazaba a su hija por sacar buenas notas.
«Ser feminista no te convierte en una buena persona», escribe Arundhati. «Hemos simplificado en exceso el feminismo», añade ya en persona, con su voz suave, una mirada intensa delineada con kohl y una sonrisa dulce pero irónica que le asoma de tanto en tanto a la comisura de los labios. «No sólo tiene que ver con los derechos de las mujeres, sino con una forma de ver el mundo. En India hay mujeres fascistas nacionalistas listas para matar». Para ella, la lucha de las mujeres en su país se convirtió a finales de los 60 en «un tigre con correa» después de que las grandes fundaciones capitalistas se convirtieran en sus principales financiadoras a través de ONG, una metáfora que traslada al estado general de un movimiento debilitado por sus propias contradicciones: «Mientras discutimos cosas nimias, los temas más importantes siguen sin atajarse».
Arundhati Roy es una mujer incómoda en un mundo en que la incomodidad se paga. El último de sus innumerables problemas con la justicia suena hasta ridículo: la han demandado por salir fumando en la portada de sus memorias. «Tendemos a tachar de rabiosas a las mujeres con demasiada facilidad. Los periodistas me siguen preguntando por mi rebeldía. Soy una mujer adulta, hace tiempo que dejé de rebelarme. Mi escritura no nace de la rabia sino del inconformismo, de negarme a aceptar lo inaceptable. Es el resto del mundo el que está rabioso conmigo, especialmente los hombres de derechas. Yo recibo su enfado de chill», dice. Y sonríe.
A la escritora india le han censurado un libro este verano en Cachemira por «promover una cultura de agravio, victimismo y heroísmo terrorista». Ella no le da mayor importancia en un estado en el que la vigilancia llega hasta los mensajes privados o las publicaciones en redes sociales. «Tras todo ese ruido de Bollywood, en India se vive en un gran silencio. Se han encargado de tener a la población bien callada y han conseguido que sea la propia gente la que silencie cualquier manifestación contraria al sistema. Tenemos un largo historial de linchamientos y asesinatos. Es terrorífico. Cuando yo hablo en algún sitio, vienen y destrozan la tribuna. ¿Cómo se recupera un país de eso?», se pregunta, y lanza una advertencia: «Lo que pasa en EEUU hoy ya pasó en India en 2014. Tengo muchos amigos en la cárcel, o muertos».
Arundhati dedicó su primer libro, el que la lanzó a la fama mundial, a la misma madre a la que hoy retrata con ánimo casi periodístico: «A Mary Roy, que me crió, me enseñó a decir ‘perdón’ antes de interrumpirla en público y me quiso tanto como para dejarme marchar». Era mentira. La escritora abandonó el hogar materno a los 16 por pura supervivencia y se convirtió en adulta demasiado pronto. Salió al mundo sin protección y lo que encontró la sumió en una preocupación constante que hace que ante cualquier halago ella sólo pueda pensar en que en ese momento hay alguien recibiendo una paliza en algún lugar del mundo. Como las recibía su hermano mientras a ella la abrazaban. «Si tuviera sentimientos sencillos no sería escritora», se disculpa. Y vuelve a sonreír.
«Tras el ruido de Bollywood la India vive en un gran silencio forzado. Lo que pasa hoy en EEUU ya pasó allí en 2014»
Mientras ella charla con un grupo de periodistas en un hotel de cinco estrellas en el centro de Madrid, en Egipto Donald Trump protagoniza la firma del alto el fuego en Gaza, un conflicto sobre el que lleva escribiendo más de 20 años. Como para todo en la vida, se guía por el escepticismo. «El mismo Departamento de Estado de EEUU que financió con 40.000 millones de dólares el genocidio ahora se erige en pacificador. ¿Habría sucedido sin ese dinero? ¿Quién es el último responsable del genocidio, entonces?», lanza a la sala sin esperar respuesta. «Nos han forzado al mundo entero a contemplar la caída de la democracia, la rendición y la negociación con criminales de guerra sin hacer nada. Es psicótico»
Escritora, activista y viceversa, es imposible desgajar las distintas caras que componen a Arundhati Roy unas de otras. ¿Cree una militante literaria en la necesaria militancia de la literatura? «Pues te va a sorprender la respuesta, pero no. Respeto demasiado la belleza de la literatura para reducirla a un manifiesto. Un escritor no puede escapar a sus ideas políticas, incluso si escribe cuentos de hadas, pero he visto a tantos activistas de izquierdas escribir libros tan malos… No hay excusa posible para hacer arte malo», sentencia la mujer que escribió para salvarse de su propia historia y hoy escribe esa historia sin paños calientes, pero sin rencor.
«A veces siento que mi madre sigue viva y peleándose conmigo», asegura. «En India se deifica a la mujer con hijos, pero en el mundo occidental, en cambio, observo una tendencia a culpar a la madre de todo lo que nos ocurre como adultos. Me parece una mera excusa para no crecer». Arundhati Roy siempre vio la palabra como un animal salvaje que debía cazar y del que debía beber la sangre si quería convertirse en escritora. Hoy, saciada de flujo lingüístico, asegura: «Ahora ya sí que no necesito a mi madre».
Cultura