Fidaa al Araj aún no ha podido regresar a su casa en el barrio de Al Nasr, en Ciudad de Gaza, pero ya sabe que la vivienda está dañada por los bombardeos israelíes. La estructura sigue en pie y esta palestina está planeando cómo “usar láminas de plástico o trozos de muebles rotos para improvisar ventanas, puertas y cubrir los muros” e instalarse en ella con su marido y sus seis hijos, de entre 16 y 4 años. En Gaza no hay material de construcción para reparar parte del 92% de los edificios destruidos completamente o muy dañados por los bombardeos, según la ONU, cuando el invierno se insinúa ya en las noches cada vez más frías y muchos gazatíes no tienen una casa donde regresar.
Los palestinos de la Franja no se hacen ilusiones ni sobre la posibilidad de una paz duradera ni sobre la prometida reconstrucción
Fidaa al Araj aún no ha podido regresar a su casa en el barrio de Al Nasr, en Ciudad de Gaza, pero ya sabe que la vivienda está dañada por los bombardeos israelíes. La estructura sigue en pie y esta palestina está planeando cómo “usar láminas de plástico o piezas de muebles rotos para improvisar ventanas, puertas y cubrir los muros” e instalarse en ella con su marido y sus seis hijos, de entre 16 y 4 años. En Gaza no hay material de construcción para reparar parte del 92% de los edificios destruidos completamente o muy dañados por los bombardeos, según la ONU, cuando el invierno se insinúa ya en las noches cada vez más frías y muchos gazatíes no tienen una casa donde regresar.
La prioridad de esta psicóloga de 40 años es, ahora mismo —explica por mensajes desde su refugio en el centro de la Franja— “limpiar y tapar los agujeros” de lo que queda de su casa para tener “un espacio” para ella y su familia, “descansar, respirar un poco y poder dormir una noche entera en silencio”. Otra gazatí, Ohood Nassar, de 23 años, asegura casi lo mismo, desde Deir al Balah, también en el centro de la Franja: “Ahora, todo el mundo está intentando reconstruir un pequeño lugar donde vivir y encontrar un proyecto que les ayude a continuar con sus vidas”.
Las necesidades del presente —como la de encontrar un techo— son tantas y tan acuciantes en Gaza que pensar en el futuro es un lujo que esta población traumatizada aún no se puede permitir solo unos días de que el actual alto el fuego entrara en vigor el viernes.
Cuando lo hacen, recalca Khalil Abu Shammala, exdirector de la ONG Addameer en Gaza, no son “muy optimistas”. Ni sobre el futuro ni con respecto al plan de paz de Trump, cuya primera fase casi ha superado su reto principal, una vez intercambiados los 20 rehenes israelíes aún con vida por unos 2.000 presos palestinos, y solo a falta de que Hamás entregue los cadáveres de los cautivos, 28 en total. Abu Shammala cree que hay “muchas preguntas sin respuesta en ese plan”, que se ciernen sobre el futuro de Gaza.
El activista cita “la reconstrucción y cómo se llevará a cabo esta, dada la densidad de población actual [toda la población está concentrada en apenas la mitad del territorio; el resto sigue ocupado por las tropas israelíes]”. Otros interrogantes son “si se abrirán los pasos fronterizos” o si esa “reconstrucción se utilizará como herramienta para ejercer más presión sobre los palestinos”.
Alaa Sbaih, otra joven gazatí de 25 años, también se muestra pesimista. No cree que, gracias a la propuesta de Trump ni a su alto el fuego, los gazatíes “estén a punto de alcanzar una vida de paz, seguridad y estabilidad”. Considera que “la situación puede calmarse durante un tiempo, pero inevitablemente las cosas volverán a ser como antes, y tal vez incluso peor”.
Tampoco Fidaa Al Araj ni Ohood Nasser, que se ganaba la vida como traductora, se hacen ilusiones. Ni sobre la posibilidad de que la paz que ha traído de momento el plan de Trump sea duradera, ni sobre la prometida reconstrucción que se supone vendrá después, pero que se sabe ya será titánica. Jaco Cilliers, funcionario del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para el pueblo palestino, calculó este martes en 70 000 millones de dólares (unos 60.000 millones de euros) el coste de esa tarea que se calcula podría durar unos 15 años.
“Restricciones y retrasos”
Al Araj cree que Israel pondrá “todo tipo de restricciones y retrasos” a la entrada de los imprescindibles materiales de construcción. Desde 2007, cuando estableció el bloqueo de la Franja después de que Hamás asumiera el poder en Gaza, las autoridades israelíes exigían una larguísima lista de permisos y requisitos para introducir esos materiales en la Franja tanto al sector privado como a las organizaciones internacionales como Oxfam, la ONG en la que trabaja la psicóloga.
Tras la mucho menos cruenta ofensiva militar de 2014, Israel solo permitió la entrada en Gaza de menos del 10% de los materiales de construcción que se consideraron necesarios entonces, a través del paso fronterizo meridional de Kerem Shalom, según denunció la ONG israelí Gisha. El argumento que Israel utilizaba era que Hamás utilizaba esas mercancías para construir sus túneles.
Eso si la reconstrucción llega a comenzar e “Israel no engaña” a los gazatíes, asegura Nassar. “Ahora que han recuperado a sus rehenes, podrían reiniciar los ataques en cualquier momento”.
Para Fidaa al Araj, el plan de Trump tiene un pecado original: no soluciona lo que considera un elefante en la habitación: la ocupación israelí de Gaza desde 1967 y el bloqueo impuesto en 2007, “antes de los ataques del 7 de octubre”. Israel respondió a esos ataques iniciando los bombardeos y posteriormente invadiendo por tierra Gaza.
Sin poner fin a esa ocupación, que por supuesto no menciona en el plan de Trump —de ser así, probablemente Israel no lo habría firmado— los palestinos de Gaza no tendrán “aquello que se merecen”: su “derecho a elegir libremente” su destino y a sus gobernantes “mediante elecciones democráticas”. También, y por encima de todo, subraya, “la rendición de cuentas por el genocidio” de Israel en Gaza, lamenta la trabajadora de Oxfam.
“Sabemos que no es fácil y que esto no va a suceder de la noche a la mañana”, lamenta esta palestina.
Los gazatíes ni siquiera conocen “qué sistema político se implantará en Gaza”, si el diseño del plan de Trump llega a aplicarse, remarca Abu Shammala. El texto recoge, con contornos muy vagos, una administración tecnocrática palestina sometida a la autoridad de un organismo internacional presidido por el propio Trump.
Sin querer despertar
Alaa Sbaih describe, en un texto enviado a EL PAÍS, el abismo entre la joven “llena de vida” que era antes de la invasión israelí y la persona cansada, que “no quiere despertar” por la mañana, que es ahora. Esta graduada en Artes y Humanidades, que aspiraba a estudiar cine en el extranjero y aprender fotografía y dirección, describe el mismo escenario apocalíptico que indican los datos de las organizaciones internacionales.
En Ciudad de Gaza, de donde no se ha movido en los últimos dos años, a pesar de los bombardeos y de la hambruna, no quedan “lugares adecuados para vivir, ni hospitales, ni escuelas, ni parques, ni siquiera carreteras aptas para el transporte. Es una ciudad desprovista de lo esencial para la vida”. Solo 14 de los 36 hospitales de Gaza funcionan parcialmente, el 90% de las escuelas y el 79% de la superficie de los campus universitarios han sido destruidos, según la ONU. Hay 170.000 personas heridas y, de ellas, más de 40.000 con secuelas discapacitantes. Al menos 5.000 niños han sufrido amputaciones.
“Antes de la guerra, éramos un pueblo que amaba la vida, como todo el mundo. Ahora, no espero que la gente tenga la fuerza o el deseo de volver a intentarlo”, asegura aludiendo al horror que dejan translucir esos datos.
La joven no confía “en ningún plan que provenga de ningún político extranjero”. En Gaza, “miles de familias han perdido al menos a uno de sus seres queridos”, recuerda. “Nuestra sangre ha sido derramada en asesinatos ejecutados con métodos horribles por los soldados de ocupación [israelíes] contra nuestro pueblo”, concluye.
Incluso devastada, Gaza sigue siendo la tierra de los palestinos que la habitan. Ohood Nassar dice que aspira a morir allí, aunque antes de que acabara la guerra pensó “en marcharse para poder sobrevivir”.
Muchos palestinos como ella están desgarrados entre “la tragedia” de abandonar Gaza, dice Fidaa Al Araj, y el imperativo de ofrecer un futuro para sus familias, que la ofensiva israelí ha hecho casi imposible. Esta mujer piensa en sus hijos, que “han perdido dos cursos escolares y ya van camino de perder el tercero”. Por esa razón, pensando en su educación, esta madre dice que, en algún momento, tendrá que plantearse salir de su tierra.
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