<p><strong>»El problema no es el bádminton, el problema es España». </strong>La frase la pronuncia en un momento dado Joserra, el personaje de Javier Cámara, que no Ortega y Gasset, en la serie <i>Yakarta</i>. Y no queda otra que creerle. Es, si se quiere, un cuestión de fe. Con el tiempo, uno adquiere la costumbre de confiar siempre en determinadas personas. Por pura inercia, sin pensar, por economía de recursos. Y si Benigno de <i>Hable con ella,</i> Juan Carrasco de <i>Vota Juan, Vamos Juan</i> o <i>Venga Juan,</i> Héctor Abad de <i>El olvido que seremos</i> o el mismísimo y muy bueno cardenal Gutiérrez de <i>The Young Pope;</i> es decir, si Javier Cámara nos dice que nunca desconfiemos de esa rara modalidad del tenis que no es ni pádel ni menos aún pickleball (sea esto último lo que sea), estamos con él. A muerte si es preciso. Además, y también eso nos lo ha enseñado el tiempo, el problema casi siempre, e independientemente de si llueve o graniza, es España.</p>
La serie sorprende, conmueve y entusiasma en la Seminci de la mano de seis capítulos de una farsa profundamente trágica sobre el bádminton, el Siglo de Oro, los Juegos Olímpicos del 92, los pasados tristes y España
«El problema no es el bádminton, el problema es España». La frase la pronuncia en un momento dado Joserra, el personaje de Javier Cámara, que no Ortega y Gasset, en la serie Yakarta. Y no queda otra que creerle. Es, si se quiere, un cuestión de fe. Con el tiempo, uno adquiere la costumbre de confiar siempre en determinadas personas. Por pura inercia, sin pensar, por economía de recursos. Y si Benigno de Hable con ella, Juan Carrasco de Vota Juan, Vamos Juan o Venga Juan, Héctor Abad de El olvido que seremos o el mismísimo y muy bueno cardenal Gutiérrez de The Young Pope; es decir, si Javier Cámara nos dice que nunca desconfiemos de esa rara modalidad del tenis que no es ni pádel ni menos aún pickleball (sea esto último lo que sea), estamos con él. A muerte si es preciso. Además, y también eso nos lo ha enseñado el tiempo, el problema casi siempre, e independientemente de si llueve o graniza, es España.
Yakarta, la serie de Movistar Plus+ recién presentada en la Seminci y cuyo estreno será el 6 de noviembre, vive enteramente en la creencia de que Javier Cámara es algo más que un simple actor. Es, si se quiere, una forma de estar en el mundo, un estilo de vida o, como dicen los más despistados, un estado mental. El ideador de todo esto, Diego San José, lo sabe bien porque lleva con él desde hace casi diez años, desde Fe de etarras pasando por todas las modalidades del ministro o lo que fuera Juan. Y sabe, como sabemos todos, que Javier Cámara delante precisamente de la cámara siempre tiene razón. Cada uno de los seis episodios de Yakarta está cuidadosamente depositado en el rostro sin afeitar de Cámara, en su mirada siempre a un segundo de romperse, en los brazos caídos a medio camino entre la absoluta rendición y el principio del más cálido de los abrazos. Y ahí se queda a vivir Yakarta entre la más absoluta desolación y la emoción más profunda. Decir que estamos ante la serie del año suena a demasiado común (aunque, con toda seguridad, sea cierto), pero lo que no admite réplica es que estamos ante la más descomunal, entrañable y perfecta versión no de un actor cualquiera, sino de precisamente un Javier Cámara convertido en resumen de todos, actores o no, de los que en algún momento lloraron. Es así.
Se cuenta la historia de un profesor de bádminton, Joserra, Cámara. En el pasado, fue casi casi (dos veces casi) campeón en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Da clases de educación física en un instituto de Madrid, vive solo y solo vive con la esperanza de dar con el joven jugador o jugadora que, bajo su dirección y entrenamiento, consiga lo que él fue incapaz de conseguir. Y así hasta que da con Mar, a la interpreta Carla Quílez con la misma energía que demostrara en La maternal, de Pilar Palomero. Juntos aprenderán algo, no mucho, del Siglo de Oro español (por aquello de aprobar literatura) y juntos recorrerán los torneos de Totana, Ponferrada, Calahorra… Es decir, juntos recorrerán España. Siempre España. Buscarán el triunfo que les haga aspirar a lo más alto: los soñados Juegos Olímpicos de, en efecto, Yakarta. Contado así se diría que estamos delante de un drama deportivo de los habituales con catarsis al fondo. Pero, recuérdese, se trata de Javier Cámara y, en verdad y como casi siempre, todo es más complejo. Sin contar más de la cuenta, diremos que la tragedia reside en una historia que habla de una herida de la infancia profunda e incurable, de un perdón imposible, de una venganza que no llega y de un hombre ludópata, divorciado, egoísta y destruido quizá para siempre. Contado de esta otra manera, se diría que nunca jamás el bádminton llegó tan lejos. Pero, ya se ha dicho, el problema no es el bádminton, el problema es todo lo demás, España incluida.
Perfectamente estructurada, con cada capítulo poseedor de su sentido y significado en un arco dramático tan coherente como intenso y de la mano de la dirección tersa, transparente y humana demasiado humana de Elena Trapé (dos capítulos los firman el propio Cámara y Fernando Delgado-Hierro), Yakarta logra con una precisión milimétrica colocarse del lado del drama sin perderle nunca la cara a la comedia, a la más profunda y dolorosa comedia. Por un momento, no queda otra que recordar lo que Chaplin contaba en sus memorias. Decía que el primer gag de su vida lo disfrutó y sufrió cuando apenas era un crío. Al lado de la casa en la que vivían su madre, su hermano Sydney y él había un matadero. Un día un cordero se escapó y una nube de adultos, carniceros adustos, corrió tras él sin conseguir nada más que tropezarse entre ellos. El que luego fuera Charlot se recuerda muerto de risa. Y así hasta que el animal fue finalmente capturado. Y arrancó a llorar. Chaplin confesaría con el tiempo que el mejor humor tiene por fuerza que doler, aunque sea un poco, y que el humor de verdad es indistinguible de la tragedia.
Y es al lado de Chaplin donde se coloca Yakarta sin perder en ningún instante el equilibrio y sin abandonar un segundo el rostro de un monumental Javier Cámara transformado de repente en lo que viene después de Javier Cámara. Sea lo que sea. Se diría que San José logra lo que con tanto denuedo buscaba en Celeste (su serie anterior) y conseguía solo de forma intermitente. La producción protagonizada por Carmen Machi alternaba el humor con el drama siempre empeñada en que uno fuera la consecuencia del otro. Y en efecto, por momentos era drama y, cuando no, comedia. Ahora, un paso más adelante, es siempre y de forma constante y extremadamente tensa las dos cosas a la vez, emotiva hasta la desesperación y tierna de hacer daño. No es el bádminton, es Javier Cámara. Y España, claro. Magistral sin duda. Un punto para la Seminci.
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