<p>La obra escénica de <strong>Bartók </strong>no es amplia pero sí importante y este programa del <strong>Teatro Real</strong>, en coproducción con la <strong>Ópera de Basilea</strong>, presentaba por primera vez en Madrid su mejor ballet junto a su única y poderosa ópera.</p>
El programa del Teatro Real, en coproducción con la Ópera de Basilea, presenta por primera vez en Madrid su mejor ballet junto a su poderosa ópera
La obra escénica de Bartók no es amplia pero sí importante y este programa del Teatro Real, en coproducción con la Ópera de Basilea, presentaba por primera vez en Madrid su mejor ballet junto a su única y poderosa ópera.
El mandarín maravilloso es un ballet misterioso sobre amor y muerte en un escenario urbano nervioso y agobiado que se basa en una idea de Menyhért Lengyel. Fantasía y realismo expresionista se dan la mano en un argumento oscuro y de pulsiones psicoanalíticas con una música desgarrada o espectacular según los momentos. Por su lado, El castillo de Barba Azulusa el cuento célebre de Perrault desde un libreto de Bela Balász donde la referencia freudiana es más explícita. Trata de los insondables secretos de la personalidad humana cuya última puerta nunca debería ser abierta con una música en la que Bartók resume su etapa juvenil de lejanas raíces impresionistas y salta hacia una proyección que le lleva a buscar nuevos senderos sonoros en una partitura absolutamente maestra. Una orquesta suntuosa y muy bien tratada acompaña a la imposible redención de Barba Azul en donde la buena intención de Judith no alcanza a penetrar porque siempre en el fondo de cada ser humano hay oscuros secretos en los que es mejor no penetrar.
Vocalmente la ópera es eficaz y hermosa subrayando muy bien la intencionalidad del texto. Tuvo a dos maravillosos intérpretes en Christoph Fichesser y Evelyn Hertlitzius que triunfaron plenamente.
La dirección escénica del espectáculo fue asumida por Christopher Loy que ya ha tenido varios montajes en el Real. En esta ocasión actuaba no solo como director de escena sino también como coreógrafo puesto que asumía ese papel en la primera de las obras para la que acentuó sus características de arte urbano muy bien asumidas por unos bailarines de muy buena calidad que estaban encabezados por Gorka Culebras y Carla Pérez Mora en el papel del mandarín y en el de la muchacha.
Loy se empeñó en unir los mundos del ballet y la ópera y lo que resultaba un expresionismo urbano hacia el hi hop en el ballet y funcionaba, en la ópera quedaba pobretona la escenografía del Marton Agh. Tampoco había necesidad alguna de que el prólogo hablado de esta principiara también el ballet ni que la sobretensión física de la danza se traspasara a los cantantes que hacen de todo menos lo que indica el texto.
Tal vez por eso al final ,si todo lo musical resultó aclamado, la presencia de los responsables escénicos tuvo perceptibles muestras de división de opiniones. Tampoco había porqué alargar el ballet con el primer tiempo de la Música para cuerda, percusión y celesta del propio Bartók que es una grandísima obra, pero totalmente abstracta frente al expresionismo del ballet y daba una especie de lección redentora a lo anterior.
El espectáculo en su conjunto necesitaba de profesionales que fueran capaces de asumir su complejidad musical y los tuvo en el breve papel el Coro Intermezzo, preparado por José Luis Basso y en el intenso y vibrante de la Orqueta Sinfónica de Madrid que es la titular del teatro y tiene calidad y experiencia sobrada. Al frente de todos ellos estaba una de las mejores batutas españolas del momento actual, Gustavo Gimeno, que es un director dotado no solo de una extraordinaria técnica sino de un profundo sentido musical que le hace llegar muy dentro de los estilos y las técnicas que acomete.
Fue una labor extraordinaria, quizá lo más relevante de una sesión que tenía muy buenos elementos. Y si todos los elementos musicales fueron muy aplaudidos, la aparición sobre el escenario del director de orquesta fue una pura aclamación.
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