Nikolai Gógol era ucranio y también uno de los nombres más destacados de la literatura rusa. Orgullo de la identidad cultural de Rusia, Gógol escribió en 1831 desde la capital del imperio, San Petersburgo, uno de sus relatos más célebres, las Veladas en un caserío de Dikanka. En el texto se presentan personajes maravillosos de esta región rural de la provincia de Poltava, en el este de Ucrania. El escritor relataba las fuerzas del bien y del mal en el folclore de su país natal. Demonios que bajaban del cielo para atormentar a los humanos, como la bomba aérea rusa que cayó en la comarca el pasado 20 de octubre.
Rusia multiplica el uso de estos proyectiles aéreos, que desde este octubre alcanzan por primera vez provincias alejadas del frente
Nikolai Gógol era ucranio y también uno de los nombres más destacados de la literatura rusa. Orgullo de la identidad cultural de Rusia, Gógol escribió en 1831 desde la capital del imperio, San Petersburgo, uno de sus relatos más célebres, las Veladas en un caserío de Dikanka. En el texto se presentan personajes maravillosos de esta región rural de la provincia de Poltava, en el este de Ucrania. El escritor relataba las fuerzas del bien y del mal en el folclore de su país natal. Demonios que bajaban del cielo para atormentar a los humanos, como la bomba aérea rusa que cayó en la comarca el pasado 20 de octubre.
La noticia causó impacto en esta provincia alejada del frente de guerra. Drones de largo alcance y misiles son el pan nuestro de cada día en Poltava, pero no una bomba aérea. Las bombas aéreas guiadas (KAB, por sus siglas en ucranio) son un armamento que los cazas bombarderos rusos sueltan a kilómetros de altura y que planean hasta su objetivo. Hasta ahora las KAB no recorrían más de 50 kilómetros, centrándose en una primera fase de la guerra (2022-2023) en castigar la primera línea defensiva ucrania y, después (a partir de 2024), los centros logísticos de la retaguardia inmediata.
Con perfeccionamientos tecnológicos, las KAB pasaron a cubrir 70 y hasta 90 kilómetros, pero la bomba que cayó en la región de Dikanka voló más de 100 kilómetros, según estimaciones del ejército ucranio. No ha sido un caso aislado: en octubre, por primera vez, se reportaron varios ataques similares con KAB: en Lozova, provincia de Járkov, la bomba planeó 130 kilómetros; en la provincia de Odesa, en el sur, un centenar de kilómetros. Mikolaiv, también en el sur, Dnipró y Krivi Rih, en el este, han sido otros objetivos lejos de los combates que vieron llegar por primera vez KAB a su territorio.
Los servicios de inteligencia del Ministerio de Defensa ucranio (GUR) comunicaron el 20 de octubre que el enemigo había iniciado la producción en serie de los nuevos módulos UMPK, sistemas que se incorporan a las bombas Grom-1 y Grom-2, y que permiten que recorra esos 200 kilómetros. La tecnología de una KAB transforma una bomba convencional incorporándole alas, un pequeño motor a reacción y un sistema de guiado.
Aumentar el alcance de este armamento mantiene a los aviones rusos en una zona de operaciones más segura respecto a los misiles antiaéreos ucranios. Y económicamente es una ventaja evidente, según el portal de análisis de defensa ucranio Militarnyi, porque el arsenal de bombas aéreas rusas es mucho más cuantioso que el de misiles, y el coste es mucho menor: si la producción de una KAB con el sistema UMPK puede costar 250.000 dólares (unos 220.000 euros), un misil de crucero alcanza los 870.000 euros.
El uso de las bombas aéreas guiadas por parte de Rusia ha crecido de forma exponencial, según un recuento que hizo público el 19 de octubre el presidente ucranio, Volodímir Zelenski: en una semana de octubre, los aviones rusos dispararon contra su país 1.370 KAB. La media mensual en 2024 era de entre 200 y 300.
“Los rusos han encontrado oro” con las KAB de largo alcance, afirmaba un artículo del diario ucranio Strana del 24 de octubre: “Cargan dos o tres veces más explosivo que los drones Shahed, vuelan a mayor velocidad, maniobran de forma menos predecible gracias al UMPK y son más pequeñas que un misil, lo que dificulta su derribo”.
“Las KAB con el módulo UMPK de largo alcance es un enorme quebradero de cabeza para las defensas antiaéreas”, subrayaba el 23 de octubre otro portal especializado en análisis militar, el estadounidense The War Zone, “son extremadamente difíciles de abatir porque son pequeñas, relativamente rápidas [vuelan a una velocidad de entre 400 y 500 kilómetros por hora] y no dejan huella térmica”.
En un ultramarinos de Miloradove, una aldea próxima a Dikanka, estacionó el 29 de octubre un vehículo militar en el que un sargento mayor, que respondía al nombre de Vadim, se disponía a hacer unas compras. Este soldado confirmó que la KAB había caído en la región pero desconocía el lugar exacto. Según los partes oficiales del ejército, la bomba iba probablemente dirigida a la ciudad de Poltava, 20 kilómetros más al sur, pero no llegó a alcanzar su objetivo. “Es un gran problema porque no hay forma de interceptar las KAB”, afirmó Vadim. En el ataque a la región de Odesa, las Fuerzas Aéreas de Ucrania aseguraron haber derribado una. “No lo sé, yo no he visto nunca que dé tiempo a nuestros antiaéreos a interceptarlas”, añade este oficial.
Temor en Kiev
La principal vulnerabilidad de estas bombas es su baja precisión, por lo que, disparadas contra objetivos en zonas urbanas, pueden causar graves daños entre la población civil, según ha denunciado Zelenski. El temor de las autoridades ucranias, un debate que ha estado presente en los medios ucranios en las últimas semanas, es que las nuevas bombas aéreas rusas puedan llegar a Kiev. La capital se encuentra a unos 200 kilómetros de la frontera rusa.
“El frente lleva mucho tiempo con pocos cambios, y Vladímir Putin quiere ganar cueste lo que cueste, y una manera de hacerlo es intensificando el terror entre la población”, asegura Oleksi Melnik, codirector del Centro Razumkov de estudios políticos y de defensa. “Destruyendo las infraestructuras energéticas y los bombardeos de largo alcance, los rusos pretenden desestabilizar a la sociedad ucrania”, añade Melnik.
Serhii es un joven exmilitar, licenciado durante la guerra porque su hermano falleció en combate y, al ser hijo único, tiene derecho a retirarse del servicio. Serhii regenta hoy un taller mecánico en la región visitada en Poltava y da cuenta de su experiencia con las KAB. “En la guerra siempre aparecen nuevas armas y luego nuevas formas de contrarrestarlas, con estas bombas sucederá lo mismo”, dice Serhii.
Con una llave inglesa en la mano, Serhii da indicaciones a EL PAÍS sobre el camino que debe tomarse para encontrar el lugar exacto donde cayó la bomba. En un sendero de bosque, una pastora que empuja a una vaca extraviada dará otras indicaciones y más adelante, una anciana montada en bicicleta guiará al periodista a un núcleo de granjas en el que supuestamente escuchó un estruendo metálico. Cada personaje que se cruza en el camino inspiraría otro relato de Gógol, narraciones en las que es difícil discernir la realidad del sueño. Lo que es cierto es que la KAB de Poltava existió: sus restos se analizan actualmente en Kiev, en el Instituto de Armamento y Tecnología Militar de las Fuerzas Armadas.
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