<p>Se abre la puerta, aparece un hombre cualquiera -perdón, una masculinidad- y, de estricto rojo, a juego con las luces de la estancia, y con corte <i>bob </i>rubio, le recibe en un cubículo transparente <strong>María Hervás</strong> (Madrid, 1987). Apenas 10 minutos de conversación, whisky, fideos chinos, baile y adiós. Así una y otra y otra vez van desfilando mayores y jóvenes, altos y bajos, atléticos y sedentarios, actores y no tanto… hasta llegar a 100. <strong>Durante 24 horas con apenas 15 minutos de pausa cada dos horas.</strong></p>
La actriz lleva a los Teatros del Canal ‘The Second Woman’, un montaje de 24 horas en el que interacciona con 100 hombres dentro de un cubículo
Se abre la puerta, aparece un hombre cualquiera -perdón, una masculinidad- y, de estricto rojo, a juego con las luces de la estancia, y con corte bob rubio, le recibe en un cubículo transparente María Hervás (Madrid, 1987). Apenas 10 minutos de conversación, whisky, fideos chinos, baile y adiós. Así una y otra y otra vez van desfilando mayores y jóvenes, altos y bajos, atléticos y sedentarios, actores y no tanto… hasta llegar a 100. Durante 24 horas con apenas 15 minutos de pausa cada dos horas.
Podríamos decir que esa es la premisa de la obra de teatro The Second Woman, que este sábado y domingo acoge los Teatros del Canal de Madrid. Pero, aunque el texto está, la creación de Nat Randall y Anna Breckon, inspirada en Noche de estreno de John Cassavettes, rompe todas las formas del teatro. Tampoco es una experiencia. Ni una instalación. Es, simplemente es. Y María Hervás está. Encerrada todo un día. «No hice ninguna preparación física especial porque soy muy samurái desde muy jovencita. Entreno todos los días, como muy sano, no me he drogado nunca y mi cuerpo responde porque lo tengo muy entrenado», reconoce antes de enfrentarse por tercera vez al proyecto que ya ha mostrado en Barcelona y Sevilla.
Lo que sí trabajó fue con un actor para conectar con las diferentes situaciones que se iba a encontra ante sí. Porque esos 100 invitados tienen directrices. Y también la libertad para completar con palabras y actitudes propias el texto. De la empatía a la violencia. ¿Cuál es el objetivo? Explorar las dinámicas de poder vinculadas al género. Cómo una mujer se enfrenta a un centenar de masculinidades y viceversa. «El prejuicio de género está funcionando todo el rato. ¿Qué le pasa a un hombre cuando se encuentra a una mujer rubia vestida de rojo? Muchos presuponen que pueden hacer una serie de cosas con ella solamente por eso, así que entre comillas podríamos decir que si hay alguien frágil ahí sería yo».
Y esta propuesta llega con el debate encendido, con la sociedad inmersa en un estallido de Me Too nacional y cultural. «Se les está acabando el chollo en esta industria. Yo no podría decir que hayan abusado nunca de mí, pero sí he sentido en muchas ocasiones que productores o directores ejercían su poder simplemente cogiéndome por la cintura para hablar conmigo, como si fuera su pareja. Se creen que tienen esa libertad y ni siquiera se van a la cama pensando que es una falta de respeto. Lo ven normal porque para ellos el mundo es un supermercado, que pueden coger las cosas por su poder. Esas estructuras están empezando a caer, todavía quedan cosas que denunciar y van a ir saliendo. Todos los ámbitos de la cultura están temblando, de derecha a izquierda, y lo único que pienso es que por fin les ha llegado el momento a algunos hombres».
- ¿Es el inicio de un movimiento colectivo y femenino en la cultura?
- Yo no participo mucho, no me gusta asociarme a movimientos colectivos y voy por mi cuenta. Tampoco me gusta la sensación de estar lapidando a alguien, creo que ante todo deberíamos priorizar la bondad hacia el ser humano, incluso cuando podamos juzgar sus comportamientos. Pero esta cosa de acribillar a alguien nunca me ha gustado, y menos hacerlo grupalmente, que me parece un acto deleznable. Lo que sí es verdad es que las mujeres cada vez hablamos más y las redes han ayudado mucho a eso, que la gente pueda hacer denuncias más anónimas o contar cosas que no acudiría a una comisaría a contar.
- ¿Entiende que eso tiene un reverso tenebroso?
- Es complejo porque yo no estoy a favor de ese sistema, cada cuenta de Instagram debería estar vinculada a un DNI, a un nombre y a unos apellidos. Que si tú, Perrito57, le haces bullying a alguien yo pueda ver tus datos e interponer una denuncia. Eso claro que es peligroso porque se genera mucha violencia.
- Usted la sufrió directamente.
- Yo nunca había experimentado el hate hasta febrero, que se malinterpretaron unas declaraciones y fue terrible. Yo soy una persona que sudo bastante de la opinión e intento ir a mi bola, pero me destrozó. La violencia verbal, que en tu Instagram intenten destruirte a ti y a tu familia… A nadie, ni a la persona más dura que conozcas, le gustaría nada verse ahí. Pero es que lo único a lo que me puedo aferrar yo como ser individual en esta vida es a la libertad de expresión. Mi gran compromiso político con el momento actual que estamos viviendo como artista y mujer es protegerla.
En la media hora que dura esta conversación ese ejercicio está más que cumplido. Sin importar que aquella polémica de febrero viniera precisamente por su posicionamiento con el feminismo y la reacción con el movimiento #SeAcabó de los últimos Goya. «El feminismo en el que yo creo es un feminismo absolutamente comunitarista», incide la actriz, cuyo currículum teatral incluye Jauría -sobre el juicio a La Manada–, Iphigenia en Vallecas, Yerma y ahora The second woman. Todas con poso feminista. «Yo no busco que mi carrera de teatro sea de implicación social, pero me sale así porque las cosas que me interesan son comunitaristas. En televisión y cine todavía no tengo la capacidad de elegir, pero ha sido más difícil encontrar personajes tan poliédricos».
¿Por qué? «Porque es el medio para olvidar el sistema de producción exacerbado en el que vivimos. Curramos muchas horas y cuando llegas a casa te apetece algo ligero, aunque no sea tu deseo, para borrar la pesadez, algo que nos alivie. Creo que se producen esas cosas más ligeras porque la gente llega a su casa y solamente quiere que le hagan olvidar su día de mierda». Todo lo demás lo ha encontrado María Hervás en el teatro, en el que hay quien la ha acompañado 24 horas para que no estuviera sola, en el que le gritan para animarla a media función y en el que hay vítores y aplausos en cada final. «Yo llevo mal los halagos, será un problema de autoestima porque no nos educan demasiado a querernos de manera saludable. Pero lo que mucha gente dice de que somos la especie más invasora y que nos deberían exterminar, que se callen ya. Somos la especie más alucinante, capaces de cosas increíbles y de querernos de forma preciosa».
Esa es «la paradoja» de la actriz -y de la vida- reforzada nuevamente por las redes. «Sería mi gran deseo mandar a tomar por culo las redes sociales, las mantengo por una cuestión económica». Es decir, por campañas publicitarias que algunas intérpretes, como es el caso de María Hervás, protagonizan como complemento a sus ganancias en el audiovisual. «Eso se paga bastante bien y todo ingreso ayuda porque vivimos con el miedo de que nuestra carrera tenga un tiempo limitado, sobre todo cuando nuestra juventud se va. En mi caso no son muchos, pero pueden estar resolviéndote un año o dos. Es la rueda del capitalismo. Pero estoy bastante segura de que una mañana me voy a levantar y voy a decir: ‘Me da igual que venga una campaña de Chanel porque paso de vivir así’».
Como si rompiera, ahora sí, el cubículo transparente.
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