<p>El presidente del Gobierno mandó al vacío al jefe de la oposición en su último debate en el Congreso. «Usted es la nada», le dijo con cierta razón. Lo que define a un político en 2025 es dónde se sitúa respecto de <strong>Donald Trump</strong>. Se puede estar a favor o en contra, pero si se permanece en la indefinición, uno empieza a sufrir de intrascendencia. Qué remedio.</p>
Pedro Sánchez se ha puesto a salvo de todos los contrapesos éticos del Estado de Derecho. Pero no de los estéticos. Todo el mundo sabe qué hacía Ábalos y de donde procede el dinero en efectivo
El presidente del Gobierno mandó al vacío al jefe de la oposición en su último debate en el Congreso. «Usted es la nada», le dijo con cierta razón. Lo que define a un político en 2025 es dónde se sitúa respecto de Donald Trump. Se puede estar a favor o en contra, pero si se permanece en la indefinición, uno empieza a sufrir de intrascendencia. Qué remedio.
Pedro Sánchez considera que él y el brasileño Lula son los únicos socialistas dignos de llamarse así en el nuevo orden mundial. También están el británico Starmer o la danesa Frederiksen, pero éstos no gesticulan contra Trump, por lo que están excluidos del lado bueno de la historia. Lo que Lula y Sánchez no dicen es que no estar en el bloque de Trump es estar en el de China. Xi ha colocado a Dilma Rousseff como presidenta del Banco de Desarrollo de los Brics, el FMI alternativo con sede en Shanghái, a razón de 2,5 millones de dólares. Mientras, tiene a Rodríguez Zapatero de road show en road show como embajador del occidente bueno. En geopolítica nada es gratis.
Por este motivo y por otras cosas, Sánchez no ha tenido una buena semana pese a lo mucho que le aplauden sus apologetas. El apretón de manos en El Cairo con el Sauron de pelo naranja para felicitarle por frenar la sangría de Gaza le coloca donde a Alberto Núñez Feijóo: en el sí pero no, o en el no pero sí. Es decir, en ninguna parte.
Leí a Rubén Amón asegurar algo a lo que le doy vueltas hace tiempo: que Sánchez podría disparar a alguien en la Gran Vía y no pasaría nada, tal y como Trump afirmó que él podría tirotear a quien fuera en la Quinta Avenida y quedaría impune. La polarización en España está varios estadios por detrás de la estadounidense. La afirmación de Trump apela a que la mitad de su país atribuiría la matanza a una conspiración woke para acusar en falso a su líder. Aquí, por contra, quince tertulianos de TVE no negarían la balacera, pero agradecerían la puntería del presidente por liquidar «a los bárbaros», según la acepción del conductor nocturno de la tele pública. Luego presumirían de audiencia, como Sálvame.
Sánchez no ha logrado aún la impunidad política, aunque la haya puesto a salvo de todos los contrapesos del Estado de Derecho, como la falta de mayoría parlamentaria o la podredumbre del aparato del Gobierno. Pero a falta de compromiso ético queda por solventar el simbólico.
Toda corruptela política tiene una estética. La del Partido Popular del Gobierno de Rajoy estaba impregnada de la gomina de Correa y de Bárcenas o del bigote de Álvaro Pérez. La estética de la corrupción sanchista se condensa en la camiseta de Orlando que lucía José Luis Ábalos mientras la Guardia Civil requisaba del tanga de una señorita de compañía un disco duro en su casa de Valencia. A ella se añade la imagen de los sobres de efectivo.
Saqué de Gomá que la estética de la democracia de las masas es la vulgaridad. Ábalos apela a una vulgaridad arcana y, por tanto, indeleble. No es tan fácil hacer olvidar que el número dos del PSOE usaba fajos de billetes para servirse de mujeres como de ganado. Y todo el mundo sabe que para que tu partido te pague en efectivo, éste tiene que haber entrado por algún sitio.
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