<p>Cuenta Alonso Ruizpalacios (Ciudad de México, 1978) que en Nueva York solo se come comida mexicana. «Da lo mismo el sitio, da igual que en el cartel de fuera ponga asiática, mediterránea, italiana o genuinamente americana, en las cocinas solo hay inmigrantes mexicanos trabajando», comenta entre divertido, revelador y solo triste. ‘La cocina’, su última película, se puede entender como una larga, exuberante, muy exuberante y prolija hasta el paroxismo explicación de lo anterior. Sobre la obra de Arnold Wesker, el antes responsable de obras mayores como ‘Güeros’ (2014), ‘Museo’ (2018) y ‘Una película de policías’ (2021), se descubre ahora con el más ambicioso de sus trabajos. La película arranca con la gramática de la calle. Tan cerca de la realidad que mancha. La cámara sigue a la aspirante a cocinera en un local más parecido a una trampa para turistas. No habla inglés, no tiene papeles, tampoco dinero. Se podría decir que su única posesión es su deseo incierto de acabar por poseer algo. Lo que sea. Lo que allí encontrará es una colección perfecta de seres idénticos, de emigrantes sin documentos, sin palabras, sin voz y muchos de ellos ya sin deseos. Arrojados al ritmo frenético habitual -y ya bastante cansino, por cierto- de toda película entre los fogones que se precia, ‘La cocina’ cruza historias, cambia puntos de vista, intercala idiomas, interrumpe la narración para ofrecer el puntual relato de un sueño (tal cual) y, al fondo, muy al fondo, el misterio con aspecto de McGuffin de un robo de poco más de 800 dólares. Ruizpalacios lo quiere todo, y todo muy rápido. Todas las cocinas son él, todas son mexicanas.</p>
El director mexicano estrena ‘La cocina’, un exuberante retrato en clave musical de la parte de atrás de la emigración legal en Estados Unidos
Cuenta Alonso Ruizpalacios (Ciudad de México, 1978) que en Nueva York solo se come comida mexicana. «Da lo mismo el sitio, da igual que en el cartel de fuera ponga ‘asiática’, ‘mediterránea’, ‘italiana’ o ‘genuinamente americana’, en las cocinas solo hay inmigrantes mexicanos trabajando», comenta entre divertido, revelador y solo triste. ‘La cocina’, su última película, se puede entender como una larga, exuberante, muy exuberante y prolija hasta el paroxismo explicación de lo anterior. Sobre la obra de Arnold Wesker, el antes responsable de obras mayores como ‘Güeros’ (2014), ‘Museo’ (2018) y ‘Una película de policías’ (2021), se descubre ahora con el más ambicioso de sus trabajos. La película arranca con la gramática de la calle. Tan cerca de la realidad que mancha. La cámara sigue a la aspirante a cocinera en un local más parecido a una trampa para turistas. No habla inglés, no tiene papeles, tampoco dinero. Se podría decir que su única posesión es su deseo incierto de acabar por poseer algo. Lo que sea. Lo que allí encontrará es una colección perfecta de seres idénticos, de emigrantes sin documentos, sin palabras, sin voz y muchos de ellos ya sin deseos. Arrojados al ritmo frenético habitual -y ya bastante cansino, por cierto- de toda película entre los fogones que se precia, ‘La cocina‘ cruza historias, cambia puntos de vista, intercala idiomas, interrumpe la narración para ofrecer el puntual relato de un sueño (tal cual) y, al fondo, muy al fondo, el misterio con aspecto de McGuffin de un robo de poco más de 800 dólares. Ruizpalacios lo quiere todo, y todo muy rápido. Todas las cocinas son él, todas son mexicanas.
- ¿Cuánto le molesta esa presencia constante por todas partes de programas de cocina, blogs de cocina, artículos de cocina, tuits de cocina…?
- Sí, es lo que se llama food porn o pornografía culinaria. La comida se ha convertido casi en un sustitutivo del sexo con toda esa exhibición preciosista de platos. Me interesa ese aspecto, pero yo quería centrarme en la parte de atrás. Es decir, me apetecía más hablar de esa industria que sostiene todo lo anterior. El restaurante en el que discurre mi película está más preoucpado por la cantidad que por la calidad.
- Su cocina también es un observatorio desde el que mirar la sociedad.
- Sí quería hablar de la emigración, pero desde el otro punto de vista. Cuando algún político habla de emigración habla de cerrar las fronteras, de reforzar la seguridad… Y esto en un contexto en el que la emigración es un fenómeno global que, por la crisis climática, afecta a todo el planeta. Lo que quería ahora era ocuparme de lo que pasa cuando ya estás del otro lado. Hay mil películas que siguen el viaje del migrante a través de todas las penalidades del mundo, pero ¿qué sucede cuando logra pasar? Se cumple un sueño, pero ¿a qué precio?
- Los personajes de su película viven obsesionados con obtener el permiso de residencia, que se antoja la segunda frontera una vez sorteada la frontera…
- Es doloroso comprobar que todo su sueño es obtener el papel para empezar a vivir realmente. Cuando hablas con ellos te das cuenta de que viven en una especie de no existencia, de anonimato. Viven dentro del sistema, son ellos los que alguna manera lo sorportan haciéndose cargo del trabajo más duro y, en realidad, no son nadie. Ellos son responsables de billones de dólares que aportan a la economía del país y, sin embargo, no tienen nada, ningún tipo de protección ni acceso a la salud.
- ¿Está de acuerdo con los que señalan a ‘La cocina’ como su película más ambiciosa?
- En realidad, yo soñaba con que fuera mi primera película. De estudiante estuve en Londres y trabajé en una cocina, precisamente, para pagar mis estudios. Por entonces, coincidió que vi la obra de teatro de Arnold Wesker. Me resultó fascinante la coincidencia entre mi realidad y una ficción que la explicaba a la perfección. Fue entonces cuando empecé a fantasear con la idea de llevarla a la pantalla e incluso empecé a escribir el guion. Pero pronto me di cuenta de que era más un punto de llegada que de arranque. Necesitaba antes un periodo de aprendizaje.
- No deja de ser significativo que su anterior película se nutra de la gramática del documental (‘Una historia de policías’) y ésta sea la ficción de a su vez una ficción que siempre es un musical.
- Siempre se hace cine contra la película anterior. Estoy seguro de que si hubiera optado por una película cámara en mano, en color y en estilo casi documental habría estado en Cannes. Pero no, me interesaba trabajar más con la forma poética de una fábula, una fábula irreal.
- Pero a la vez profundamente real y política…
- Hace poco volví a leer el discurso de Harold Pinter cuando recibió el Nobel. Es una reflexión sobre la verdad en el arte y en la política. El arte mantiene una relación digamos maleable con el concepto de verdad. Sin embargo, en la política la verdad es una obligación absoluta que, pese a ello, nunca se cumple. Si digo la verdad, la política me molesta, me encabrona, me deprime… Y, sin embargo y pese a no considerarme una persona política, no veo la forma de huir de ella. No creo que sea el lugar del arte cambiar la opinión de nadie, pero sí creo que es el lugar del arte discutir las cosas y ponerlas ahí para debatirlas. Definitivamente, no me interesa un arte escapista que sea nada más que entretenimiento. El arte es una forma de contestar al momento especial que vive la política ahora.
- ¿Puede ser el arte el mejor sustituto de la política?
- Sin duda, el arte puede ser una manera de contestar al fracaso de la política. De hecho, el cine no tiene que declararse social para ser relevante políticamente.
- ¿Qué opinión le merece el ascenso de los populismos de extrema derecha con un discurso furiosamente xenófobo, antidemocrático y antiinmigración?
- Es una locura. Me parece alarmante, preocupante, deprimente… Vivimos una crisis global económica, ambiental y social. La gente se refugia en quien ofrece soluciones rápidas y erróneas ante problemas complejos. Me preocupa muchísimo el regreso de Trump. No creo que el mundo sobreviva a un segundo mandato suyo [la entrevista tuvo lugar antes de las elecciones que le proclamaron presidente]. Hubo quien creyó que su primer mandato iba a servir para despertar a la gente, que serviría como un tratamiento de shock… Y no, fue justo lo contrario.
- Cambiando de tema, una de sus película anteriores, ‘Museo’, reflexionaba sobre el colonialismo. Hace poco el tema volvía a salir a la palestra sobre la oportunidad o no de que España pidiera disculpas por la conquista de América…
- Voy a decir algo obvio, pero es esencial conocer la historia y estamos en un momento histórico en el que Europa no puede rehuir su responsabilidad con lo sucedido en el pasado. Europa es lo que es por la explotación de siglos de colonialismo. Eso es así y está relacionado con el injusto cierre de fronteras. La crisis migratoria tiene una historia y unos antecedentes que arrancan en el colonialismo. Sí, Europa y Occidente tienen una deuda histórica y actuar acorde con ello significa que no pasa nada por empezar por pedir perdón.
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