<p>El contraste entre los dos escenarios del magno edificio del <strong>Teatro Nacional de Ópera y Ballet de Járkiv</strong> es el mismo que se podría establecer entre la realidad de esta ciudad antes del 24 de febrero del 2022 y la que ha tenido que afrontar desde entonces. El gran espacio situado en la superficie se utilizó hasta horas antes del inicio de la ofensiva rusa. El día 23, la agrupación local de ballet interpretó allí mismo <i>Giselle</i>, con música del compositor francés Adolphe Adam. La guerra achicó literalmente las aspiraciones y el espacio vital de estos artistas, que primero tuvieron que refugiarse en Europa y, depués, trasladarse al sótano del complejo. <strong>«Hemos pasado de 1.500 asientos y tres plantas a 400 localidades»</strong>, explica Larisa Abanshina, representante del centro.</p>
Járkiv, la segunda ciudad del país, recupera su Teatro Nacional de Ópera y Ballet como parte de un resurgir cultural que se vive bajo tierra. Asistimos a una de sus primeras grandes representaciones
El contraste entre los dos escenarios del magno edificio del Teatro Nacional de Ópera y Ballet de Járkiv es el mismo que se podría establecer entre la realidad de esta ciudad antes del 24 de febrero del 2022 y la que ha tenido que afrontar desde entonces. El gran espacio situado en la superficie se utilizó hasta horas antes del inicio de la ofensiva rusa. El día 23, la agrupación local de ballet interpretó allí mismo Giselle, con música del compositor francés Adolphe Adam. La guerra achicó literalmente las aspiraciones y el espacio vital de estos artistas, que primero tuvieron que refugiarse en Europa y, depués, trasladarse al sótano del complejo. «Hemos pasado de 1.500 asientos y tres plantas a 400 localidades», explica Larisa Abanshina, representante del centro.
Antonina Radiefska, directora artística de la compañía de ballet, expresa su orgullo por haber conseguido mantener «el mismo número de bailarines» en el escenario pese a la reducción de espacio. Casi una veintena. «Es una gran victoria», afirma. El truco, explica el bailarín Borys Venderevskykh, es «centralizar» los movimientos «en el mismo sitio, sin moverse». «Para un artista, es una barrera a la capacidad de expresión, pero tenemos que adaptarnos», asegura.
La adaptación de la compañía de Radiefska es todo un ejemplo de la resiliencia cultural ucraniana. El pasado sábado cientos de personas asistieron en Járkiv a la representación de Paquita, la coreografía que popularizó en el siglo XIX el francés Joseph Mazilier. Las imágenes de los bailarines desplazándose sobre el estrado erigido en un búnker anti bombas recordaban a los simbólicos recitales de ópera que este periodista presenció en Sarajevo durante el cerco que sufrió en la década de los 90 del siglo pasado.
Las representaciones de ballet y ópera han regresado a la segunda ciudad de Ucrania pese a su cercanía al frente, unos 30 kilómetros, y al hecho de que la localidad sigue sometida a ataques recurrentes. De hecho, minutos antes de comience la coreografía, los altavoces públicos que jalonan las calles de la urbe comienzan a transmitir el típico sonido de la alerta aérea acompañado de un mensaje: «¡Atención, peligro de drones (rusos)!».
Paquita se inscribe dentro del programa especial preparado por el Teatro Nacional, que lleva el nombre del más famoso compositor ucraniano, Mykola Lysenko, para conmemorar su 100 aniversario. Las fotografías expuestas en uno de los pasillos del subsuelo homenajean a los artistas que han participado en tantas décadas de creación. Entre ellos figuran nombres como los de la pareja más legendaria del ballet de Járkiv: Svitlana Koyvannova y Theodor Popescu, cuya fama se extendió a toda la Unión Soviética cuando entraron a formar parte del Bolshói de Moscú. «Svitlana ha venido hoy a ver la representación», confiesa Larisa.
El retorno del ballet a Járkiv confirma la resurrección artística de una metrópoli que siempre fue considerada uno de los referentes culturales no sólo de Ucrania, sino de la Unión Soviética. Durante los años en los que fue capital de la República Socialista de Ucrania (1919-1934), la urbe fue la sede de todo un movimiento artístico de vanguardia, liderado por personajes como el pintor Vasyl Yermilov, que da nombre a uno de los principales centros de creación artística de la ciudad que siguen activos hoy en día.
«El inicio de la invasión rusa nos dejó a todos conmocionados. Pero interpretar es como respirar para un artista. Al mismo tiempo, seguir creando en Járkiv es un acto de resistencia. Aquí seguimos y estamos vivos», precisa Antonina Radiefska. La acometida rusa se aproximó tanto a la sede del Teatro Mykola Lysenko que su estructura sufrió los daños de un impacto de cohete que cayó en las inmediaciones. «Todavía tenemos un trozo de misil incrustado en el techo», apostilla Larisa. Los combates en torno a la ciudad hicieron que la dirección del recinto optara por recolocar a la compañía de ballet primero, en Lituania, y después, en Eslovaquia. Desde allí, viajaron por toda Europa con casi 300 representaciones en 16 países. «Pero yo siempre decía: ‘¡Por favor, volvamos a casa!’», agrega Radiefska.
La actividad del Teatro y sus artistas nunca se detuvo. Un pequeño grupo de músicos que permaneció en la villa organizó en 2022 conciertos en las estaciones de metro en las que vivían miles de vecinos. El director de la compañía artística, Oleksiy Duhinov, que nunca se marchó, recuperó incluso su devoción por el canto. «Cantábamos para animar a los refugiados», rememora. La contraofensiva ucraniana de aquel otoño y el repliegue ruso alejó el frente de la localidad y permitió a los responsables del Mykola replantearse el futuro de las instalaciones. «El ejército nos ayudó a reforzar el sótano y a convertirlo en nuestro nuevo escenario. Volvimos a vender entradas en la primavera del 2024 con pequeños conciertos y versiones abreviadas del ballet», recuerda Larisa.
«Hemos pasado de 1.500 asientos y tres plantas a 400 localidades, pero mantenemos el número de bailarines»
Antonina Radiefska, directora artística del ballet de Járkiv
Tras el regreso del grueso de la agrupación artística el pasado junio, el Mykola decidió retomar las grandes representaciones, aunque con las limitaciones que impone la conflagración. «Sólo un 30 ó 40% de los artistas son miembros del grupo que actuaba antes de la invasión. Una decena están combatiendo en el frente», indica Oleksiy Duhinov. Otros compañeros han muerto durante la ofensiva. El último, el bailarín Dmytro Paschnyk, del Teatro Nacional de Ópera de Leópolis, abatido en septiembre. «Los que seguimos actuando estamos defendiendo nuestra cultura, porque nuestra cultura es la base de nuestra identidad», señala Borys Venderevskykh. Ese fue el motivo principal que llevó a toda la compañía a retomar las representaciones de ballet clásico el pasado abril con Chopiniana, la composición romántica basada en música de Frederic Chopin. Ese mismo mes, el teatro acogió también una versión moderna de la ópera que recrea la vida del poeta ucraniano Taras Shevchenko, convertido en una especie de John Travolta en Grease.
Las carestía de espacio del subsuelo o los problemas acústicos no son el principal desafío al que se enfrenta Antonina Radiefska. La invasión ha generado un doloroso divorcio de dos culturas, la ucraniana y la rusa, que fueron casis siamesas durante décadas. Pese a que el ballet ucraniano se creó siguiendo pautas soviéticas como el método diseñado por la gran maestra rusa Agrippina Vaganova, la ofensiva del 2022 supuso una ruptura total con esa influencia. El parlamento ucraniano prohibió por ley cualquier representación de obras rusas o de artistas de ese país. Dos cantantes del coro de la ópera que tenían pasaporte ruso se vieron obligados a dejar el teatro. El repertorio del recinto, que antes del conflicto incluía 90 piezas -de ellas, 30 de ballet- se vió reducido de forma dramática, y dejó fuera títulos tan icónicos como El lago de los cisnes o El cascanueces, de Pyotr Tchaikovsky, y Romeo y Julieta, de Sergei Prokofiev. «Hay que verlo como una gran oportunidad para hacer crecer el ballet moderno ucraniano. No podemos representar a Tchaikovsky, pero en su lugar hemos elegido a Maxim Kolomiiets, autor de las Canciones del Dragon», aclara la directora artística de la compañía.
Para María Vshakova, una joven estudiante de arte de sólo 16 años, la velada del pasado sábado cumplió el objetivo que le hizo desplazarse hasta el teatro pese a la persistente amenaza de bombardeos: «Ha servido para que mi cabeza se olvide de la guerra», reconoció, alegre, a este diario.
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