<p>El <i>sí </i>y el <i>no </i>a la independencia copaban la inmensa mayoría de los debates en la Cataluña del otoño de 2015, con unas elecciones bautizadas como «<strong>plebiscitarias</strong>», las del 27 de septiembre, que llevaron a la coalición <strong>Junts pel Sí</strong> (<strong>Convergència</strong> y <strong>Esquerra</strong>) al Govern con la promesa de proclamar la separación de España en apenas un año y medio. Una década después, la radiografía política y social de la región contrasta con el horizonte dibujado tras aquellos comicios que el entonces presidente de la Generalitat, <strong>Artur Mas</strong>, adelantó bajo el pretexto de convertirlos en la consulta de autodeterminación que, un año antes, había quedado a medio gas [el <strong>9-N</strong>].</p>
Las «elecciones plebiscitarias» de 2015 abrieron la vía unilateral y sirvieron para que Convergència taponase un posible ‘sorpasso’ de ERC con la lista unitaria Junts pel Sí
El sí y el no a la independencia copaban la inmensa mayoría de los debates en la Cataluña del otoño de 2015, con unas elecciones bautizadas como «plebiscitarias», las del 27 de septiembre, que llevaron a la coalición Junts pel Sí (Convergència y Esquerra) al Govern con la promesa de proclamar la separación de España en apenas un año y medio. Una década después, la radiografía política y social de la región contrasta con el horizonte dibujado tras aquellos comicios que el entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas, adelantó bajo el pretexto de convertirlos en la consulta de autodeterminación que, un año antes, había quedado a medio gas [el 9-N].
Los dos principales partidos del catalanismo contemporáneo [CDC transmutada hoy en JxCat] están fuera del poder desde hace un año y la irrupción de Aliança Catalana, una fuerza secesionista de extrema derecha cuyas expectativas electorales siguen en crecimiento, discurre en paralelo al cambio de tornas en las principales preocupaciones expresadas por los catalanes en 2025: vivienda, migración y seguridad han relegado a las cuestiones soberanistas.
La encuesta de Sigma Dos para EL MUNDO publicada hace dos semanas detecta que el no a la independencia de Cataluña ya supera en casi 18 puntos al sí (un 54,4% frente a un 36,5%). Una cifra en consonancia con los últimos barómetros del Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat, en los que quienes rechazan la ruptura con España se han impuesto a los que la apoyan en todos los estudios del ente demoscópico desde julio de 2019. El sondeo de marzo de este año mostró, de hecho, la mayor brecha en la serie iniciada en 2015: el 54% votaría no en un hipotético referéndum y el 38%, sí. Hace una década, justo después de las elecciones del 27-S, el CEO ofrecía un empate técnico entre detractores y partidarios de la secesión (48% y 47%).
El pasado fin de semana, un grupo de diputados de aquella lista unitaria formada por CDC, ERC, partidos minoritarios, entidades soberanistas y miembros independientes se reunieron para celebrar los diez años del 27-S, una de las efemérides que el procés forjó sobre hierro en su hoja de ruta hacia la independencia. Aquellas elecciones abrieron la vía unilateral que desembocó, dos años después, en el referéndum ilegal del 1 de octubre, aunque con un guion totalmente distinto al planeado por Mas cuando pergeñó la candidatura conjunta con Esquerra. Una jugada que, tras la intensa presión mediática que forzó a que Oriol Junqueras cediese, sirvió para desactivar el posible sorpasso que los republicanos acariciaban según varias encuestas.
Convergència acusaba los lastres de varios casos de corrupción, la confesión de Jordi Pujol, en 2014, sobre la fortuna familiar oculta en el extranjero y el desgaste por los recortes sociales desde el Govern frente a la crisis económica. Con todo, el president logró el objetivo de esconder sus siglas y diluir las de su rival, pero no así la meta que buscaba en las urnas. JxSí obtuvo 62 escaños (a seis de la mayoría absoluta) y se vio arrastrada a depender de la CUP, que había rechazado formar parte de la llamada «lista de país» y logró diez diputados. Aun así, el porcentaje de voto se quedó en el 47,8% (39,6% para la candidatura de Mas y 8,2% para los anticapitalistas).
«Creíamos que obtendríamos más diputados porque pensábamos recoger votantes de la CUP, pero no fue así», reconoce Carme Forcadell, número dos de JxSí y presidenta del Parlament tras los comicios. Después de un breve paso por la política municipal como concejal de ERC en Sabadell (Barcelona), Forcadell se había convertido en una de las líderes del procés, desde la calle, en calidad de presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) entre 2012 y 2015. «No deberíamos haber fijado ningún plazo para conseguir nuestro objetivo», expone sobre el calendario exprés hacia la independencia, que en su caso la llevó a ser condenada por el Tribunal Supremo a 11 años y medio de cárcel por sedición en el juicio del 1-O.
Forcadell cree que «existía una coyuntura política favorable y una mayoría social lo suficientemente amplia» como para plantear el programa electoral de Junts pel Sí en 2015. No obstante, admite que «unas elecciones no pueden sustituir un plebiscito con pregunta clara y respuesta binaria».
Ese referéndum, en forma de nuevo desafío al Estado, acabaría celebrándose el 1 de octubre de 2017, tras los vaivenes provocados por la atadura de JxSí a la CUP en el Parlament. Primero, con el veto del partido antisistema a Mas que llevó a Carles Puigdemont a ser investido presidente in extremis y, después, con la cuestión de confianza que el hoy líder de Junts per Catalunya superó con la promesa de organizar el 1-O. Puigdemont había decidido someterse al examen de la Cámara después de que los anticapitalistas hubiesen tumbado los Presupuestos del Govern.
En paralelo, ese periodo de dos años acabó por dinamitar Convergència Democràtica. «JxSí fue la estocada final para CiU y dejó Cataluña llena de convergentes huérfanos», sostiene Marta Pascal, diputada en aquella legislatura y que, además de ser la portavoz, estaba llamada a ser una de las figuras dirigentes en los años venideros del partido fundado por Pujol. Hoy ya fuera de la política, Pascal califica de «error» la lista unitaria que forzó la ruptura con Unió Democràtica y que CDC «abandonase su agenda ideológica y dejara de ser competitiva electoralmente en zonas como el área metropolitana de Barcelona [la zona más poblada de Cataluña]». Los democristianos de Josep Antoni Duran Lleida se presentaron el 27-S en solitario, pero no lograron ningún escaño a pesar de reunir más de 103.000 votos.
«El tiempo nos ha dado la razón a los que defendíamos que hace falta un partido nacionalista de centroderecha en Cataluña», reivindica quien lideró en 2016 la conversión de Convergència en el PDeCAT, formación que en pocos años acabó fagocitada por JxCat.
«Puigdemont fue la consecuencia lógica de las decisiones ilógicas de Mas», asevera Juan Milián, que ocupaba entonces uno de los escaños del PP en el Parlament y hoy es portavoz del partido en el Ayuntamiento de Barcelona y candidato a ser designado, en breve, senador autonómico. Milián enfatiza que el independentismo «mintió por partida doble al decir que el 27-S era un plebiscito y que lo había ganado». «Sus líderes no tuvieron valor para reconocer que Cataluña es plural y que no tenían un respaldo mayoritario», remarca el coordinador político del PP catalán.
«Tras aquellas elecciones, siguieron irresponsablemente en su huida adelante, hacia el abismo de la división entre los catalanes», reprocha Milián, que cree que «la concordia real» tampoco llegará de la mano del actual presidente de la Generalitat, el socialista Salvador Illa, porque «ha adoptado todo el marco mental del nacionalismo».
«Fue una legislatura dura, muy tensa, y eso lo sufrió todo el mundo, no solo los parlamentarios», explica por su parte un destacado dirigente del PSC. «La polarización se trasladó a la sociedad catalana en su conjunto, desde asociaciones o sindicatos a familias y grupos de amigos, y en todas partes se resquebrajaron cosas que se ha procurado ir recosiendo no sin dificultades», añade.
Los socialistas obtuvieron en aquellas elecciones de 2015 su peor resultado hasta el momento, con 16 escaños. «Pagamos la factura de la polarización tanto en el eje social, por la crisis económica, como en el nacional, en el que éramos acusados de traidores a Cataluña por unos y a España por otros», recuerda sobre la posición del partido, que rechazaba la vía unilateral, pero, en los comicios de 2012, se había comprometido en su programa con «el derecho a decidir a través de un referéndum o consulta acordada en el marco de la legalidad».
Según este diputado, el PSC ofreció «pistas de aterrizaje hasta el último minuto» para evitar el desenlace que derivó en el 1-O y la declaración unilateral de independencia (DUI). «Si algo aprendimos del Brexit, es que las decisiones que se someten a la ciudadanía en abstracto y sin definir las consecuencias llevan a un voto más inclinado a aspectos emocionales y a la identidad que a un examen sereno», dice.
A su juicio, los socialistas no han variado el fondo de su estrategia en estos diez años: «Tanto en las elecciones de 2015 y 2017 como después, en las de 2021 y 2024 [las dos victorias de Illa], hemos insistido en el camino del diálogo, la negociación y el acuerdo».
«Acepté la propuesta de formar parte de Junts pel Sí como una vocación de servicio y, sobre todo, a petición de mi padre, dejando claro desde el primer momento que sería por un periodo corto», recuerda el catedrático de Economía Oriol Amat, número siete por Barcelona en la lista unitaria del 27-S de 2015.
«Aunque me propusieron continuar en varias candidaturas, cuando se disolvió el Parlament [tras la DUI y el 155] opté por dedicarme plenamente a la actividad universitaria y, también, a entidades del mundo económico, que es donde considero que puedo aportar más», explica sobre su «experiencia puntual» en la política el profesor de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), centro docente del que fue rector entre los años 2021 y 2023.
Amat fue una de las principales figuras independientes que integraron JxSí, como el cantautor Lluís Llach (actual líder de la ANC) o Eduardo Reyes, presidente de Súmate, entidad que promovía el apoyo a la independencia entre los castellanohablantes y que tenía como uno de sus miembros más activos al hoy jefe de filas de Esquerra Republicana en el Congreso de los Diputados, Gabriel Rufián.
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