<p><strong>Carolina Yuste</strong> y <strong>Afioco Gnecco </strong>se plantan delante de <i>La mujer barbuda</i>, el cuadro que José de Ribera pintó en 1631, y se preguntan: «¿Tú crees que alguien le ha querido de verdad?». Así empieza<i><strong>Este cuerpo mío</strong>, </i>una película que, sobre todo, quiere ser (y es) un abrazo; un abrazo entre amigos (o amigues, ¿por qué no?); un abrazo entre innumerables abrazos.</p>
Este cuerpo mío, presentada en la Seminci, convierte la experiencia personal del codirector Afioco Gnecco, un hombre trans, en un bello y feliz ejercicio de acompañamiento, amor y comprensión
Carolina Yuste y Afioco Gnecco se plantan delante de La mujer barbuda, el cuadro que José de Ribera pintó en 1631, y se preguntan: «¿Tú crees que alguien le ha querido de verdad?». Así empiezaEste cuerpo mío, una película que, sobre todo, quiere ser (y es) un abrazo; un abrazo entre amigos (o amigues, ¿por qué no?); un abrazo entre innumerables abrazos.
La película cuenta el viaje que va de Rafaela a Afioco, de la niña que decían los papeles que era ella al nacer al cineasta no binario con 40 años cumplidos que es y que, probablemente, siempre fue. Es un viaje de transformación plagado de dudas, de gestos de incomprensión, de miradas reprobadoras, de tratamientos de testosterona y también, ya se ha dicho, de abrazos. Es un viaje esencialmente feliz, duro y feliz, a través de la vida y del mismo cine, una disciplina, oficio, arte incluso, trans, por transparente, por transformador, por transitivo.
La más clara de las certezas del cine consiste en su firme voluntad de dudar, en su empeño -como diría Pasolini- de faltarle el respeto a todo sentimiento establecido. La capacidad del cine para replicar lo que aceptamos como dado discurre en paralelo a su vocación por desmontar la realidad y volver a juntar las piezas. Y eso es lo que hace un documental que también es road-movie, un poco melodrama, algo de comedia y, por encima de todo, ya se ha dicho, abrazo.
«Hemos hecho la película que me hubiera gustado ver cuando era apenas adolescente. La transexualidad masculina apenas está representada. Recuerdo que la primera vez que vi un hombre trans en el cine fue en la película de 1999 Boys don’t cry, y le violaban y luego asesinaban. Quería contar esa historia que me falta y nos falta a todos, pero hacerlo desde una persona siendo feliz, desde el amor, desde y en compañía de una amiga que me quiere, me cuida y me apoya», razona Afioco, en calidad a la vez de protagonista y de director. A su lado, Carolina Yuste le da la razón. Y se la da como la coprotagonista y codirectora de la película que es. Es la primera vez que la ganadora de los Goya por Carmen y Lola y La infiltrada se atreve a dirigir. O, mejor codirigir, porque esta película como cualquier abrazo, decíamos, necesita de al menos cuatro manos.
«En verdad», toma ahora la palabra Carolina, «la misma invisibilización que durante tanto tiempo hemos sufrido las mujeres la han padecido los hombres trans. Y solo por ello, por sacar a la luz lo que durante tanto tiempo ha estado oculto, ya vale la pena lo que hemos hecho». Y sigue: «Pero en verdad la película quiere ir más allá. No se trata de hacer simplemente un acompañamiento a alguien que es mi colega. Este cuerpo mío habla también de las opresiones que sufrimos todos por culpa del género. Se trata de reflejar y dar voz a la realidad de las masculinidades trans y de las personas no binarias, pero a la vez de invitar a una reflexión colectiva sobre el cuerpo. Por eso la película empieza con la frase: Si no fuese el cuerpo el problema, estaría en el cuerpo la solución«.
La película se despliega ante los ojos del espectador como un ejercicio esencialmente íntimo. Todo discurre en el ámbito privado de la confesión, del susurro que precede al grito, del dolor que no encuentra palabras, de la duda que tropieza consigo misma, de la simple y sincera carcajada. Afioco nació en Chile y hasta allí viaja la cinta para reencontrarse con la familia. Antes, Carolina y Afioco cuidan de la madre ya muy enferma de él (o elle), se pelean con el registro civil para cambiar el nombre o recuerdan cuando se enfadaron con el médico que no quiso recetar el tratamiento hormonal.
Todo lo hacen una al lado del otro delante de la cámara que también cambia, se transforma y aniquila jerarquías. La que siempre ha sido actriz ahora es directora y el director se ofrece en sacrificio en primera persona y en una cuidada representación de sí. Cuentan que se conocieron tiempo atrás, cuando, apenas estrenada Carmen y Lola, Afioco llamó a Yuste para que hiciera de asesina en un proyecto en marcha. «Le llamé, le pregunté si quería trabajar conmigo y ella simplemente me dijo que si iba a poder matar a gente aceptaba», dice y se ríe. Y ya no hubo remedio.
Afioco afirma que las leyes están, pero no se aplican o se aplican mal. «El problema es que la gente en las instituciones o en la misma policía no está formada… Mi médico de cabecera, que es el que me receta las hormonas, me siguen llamando Rafaela. Se van dando pasos, pero muy poco a poco». «La sensación que tengo», continúa Carolina, «es que las instituciones van por detrás de la calle. Todavía la ficción cuando habla de la diversidad es para señalarla como diversa. Y, sin embargo, hace poco estuve en Buenos Aires y el género neutro se utiliza sin problema… En según qué sitios, ves que las cosas están cambiando, sobre todo entre los jóvenes que viven sin dificultad muchas de las cosas que tanto trabajo nos dan. De repente, te llega un chique y te dice: ‘Soy un hombre trans no binario, pero a mí me va bien que me hables en femenino’. Con toda naturalidad y sin aspavientos».
P.- Y el lenguaje ¿Qué papel juega el uso del neutro que tanto irrita a tantos?
Carolina.- El lenguaje puede ser la primera forma de violencia y también puede ser una forma de transformación social. Y así es y así ha sido a lo largo de la historia. Me llama la atención que algunos se pongan tan nerviosos y en seguida saquen a relucir a la Real Academia. No hablamos igual ahora que hace 500 años. El lenguaje se modifica y se transforma. Y el lenguaje tiene que responder a un deseo de construir nuevas realidades y de representarnos. Me chocó mucho la primera vez que me llamaron guape en vez de guapa. Me sonaba mal. Eso de hablar con la e me sonaba alga. Pero ahora me siento completamente cómoda. Prefiero, incluso, que me llamen guape antes que guapa. Es cuestión de hábito. Nada más.
Afioco.- Además, llamar a la gente como quiera ser llamada es un simple acto de empatía. ¿Por qué cuesta tanto respetar el deseo de los demás y preguntar antes por los pronombres? ¿Por qué ejercer la violencia de manera tan gratuita?
Y llegados a este punto, de vuelta a Este cuerpo mío, una película que, además de abrazo, también es manifiesto. «Hay que derribar el género. Lo he visto claro recientemente en Nueva York donde en cada vez más locales y museos se declaran expresamente respetuosos con las identidades de género y hasta los baños están abiertos a todos. Al principio, sorprende, quizá irrita, pero luego todo es mucho más amable. Hay que repensar lo que es ser un hombre o una mujer, lo que es femenino y masculino… Se trata de ser feliz sin imposiciones, sin traumas», dice Carolina.
«¿Tú crees que alguien le ha querido de verdad?», se vuelve a escuchar al final de la película y hasta el gesto de la mujer barbuda pintada hace cuatro siglos parece cambiar. ¿Acaba de sonreír, acaso?
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