<p>En su comparecencia en el Congreso para dar explicaciones tras el <a href=»https://www.elmundo.es/economia/apagon.html»>gran apagón</a>, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, <a href=»https://www.elmundo.es/espana/2025/05/07/681b036be85ece143e8b457b.html» target=»_blank»>cargó contra las centrales nucleares</a> y defendió la política energética española. Sánchez hizo referencia en varios momentos de su intervención a los «datos», los «hechos» y la «ciencia». No obstante, durante su intervención también aportó algunos datos y hechos no del todo correctos o en los que se omitían otros datos o hechos. Estas son algunas de las claves.</p>
El presidente presumió del papel de las centrales de ciclo combinado que queman combustible, normalmente gas, en la recuperación del sistema. También abogó por abandonar los hidrocarburos y no depender de terceros
En su comparecencia en el Congreso para dar explicaciones tras el gran apagón, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cargó contra las centrales nucleares y defendió la política energética española. Sánchez hizo referencia en varios momentos de su intervención a los «datos», los «hechos» y la «ciencia». No obstante, durante su intervención también aportó algunos datos y hechos no del todo correctos o en los que se omitían otros datos o hechos. Estas son algunas de las claves.
En varios momentos de su intervención, Sánchez atacó a las nucleares o alabó el papel de las centrales de ciclo combinado. Pero el presidente también se refirió a la «emergencia del cambio climático» y criticó las importaciones de gas. Desde el punto de vista de la generación eléctrica, ambos conceptos chocan, al menos a día de hoy. El problema está en que no todas las fuentes de generación son iguales ni se puede sustituir unas por otras. Más allá de los motivos técnicos -esa inercia y firmeza de la que se ha hablado estos días-, hay un motivo más concreto y sencillo: todos los días se hace de noche y a veces no corre el viento. El sistema eléctrico, por lo tanto, no puede depender únicamente de fuentes intermitentes y ahí es donde entran las nucleares, la hidroeléctrica y el ciclo combinado.
El problema es que actualmente solo el ciclo combinado podría sustituir la producción constante de las siete centrales nucleares de España y esto supone quemar gas. A medio plazo hay opciones de almacenamiento, principalmente centrales hidráulicas de bombeo, capaces de recuperar el agua que sueltan para generar electricidad. Y a largo plazo se podría sustituir el gas por hidrógeno, pero aún es muy caro producirlo a gran escala. Además, para que sea verde, debe utilizarse electricidad renovable para separar las moléculas de hidrógeno y oxígeno en el agua… que vuelven a tener el problema de su intermitencia. España, en cualquier caso, sí es uno de los líderes mundiales en esta tecnología, como dijo Sánchez.
Para Sánchez, todo planteamiento de prolongar la vida útil de las nucleares debe partir de una base: que sea económicamente viable. Es decir, «que no sea a costa del contribuyente», «sino a costa del bolsillo de los ultrarricos que presiden esas grandes energéticas que son propietarias de centrales nucleares». Quienes se muestran partidarios de prorrogar el cierre de las nucleares «omiten deliberadamente la cara B de esa propuesta, que es exigir una bajada sustantiva del impuesto energético y de la tasa Enresa».
El cierre, como dijo Sánchez, fue pactado en 2019 por las propias centrales, con el beneplácito del Gobierno, que después ha recogido el calendario en su Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC). Es decir, se planteó antes de las crisis energéticas y geopolíticas que ha habido en los últimos años, como la pandemia o la guerra de Ucrania. Se producirá entre 2027 y 2035.
Es cierto que las nucleares ponen siempre sobre la mesa los impuestos que pagan cuando hablan de prolongar su vida útil. Este mismo martes, Foro Nuclear presentó sus informe anual y cifró en unos 28 euros el pago por cada megavatio hora producido. Sin embargo, distinguen entre los 18 euros de impuestos y los 10 que pagan a Enresa para financiar su futuro desmantelamiento. Este segundo lo asumen, aunque disputan la cantidad, pues subió a principios de 2024 después de que el Gobierno cambiase el Plan General de Residuos Radiactivos y abandonase la idea del almacén temporal centralizado para albergar los residuos.
En un momento de su intervención, Sánchez mentó los cementerios nucleares. «El debate tiene mucha más sustancia, porque los mismo gobiernos autonómicos que exigen que las centrales ubicadas en su territorio se mantengan operativas miran hacia otro lado cuando se les pregunta si estarían dispuestas a pagar la factura o si estarían dispuestas a localizar un cementerio nuclear en su territorio», cargó el presidente. Pero el VII Plan General de Residuos Radiactivos ya desechó esa idea después de que se abandonase el proyecto para albergar un Almacén Temporal Centralizado en el municipio de Villar de Cañas, en Cuenca.
Así, la idea ahora es contar con almacenes temporales descentralizados, ocho en total. Almaraz, Ascó, Cofrentes, Santa María de Garoña, José Cabrera, Trillo y Vandellós II utilizarán sus almacenes temporales individualizados, «más una nueva instalación complementaria o medidas adicionales, que permitan realizar las operaciones de mantenimiento y reparación de sus contenedores, para garantizar la función de recuperabilidad a nivel de contenedor», según el propio plan. Por su parte, Vandellós I (que cerró en 1989 tras sufrir un incendio) pondrá en marcha un almacén temporal en 2027 para guardar sus residuos, que actualmente se encuentran en las instalaciones de Marcoule, en Francia.
Mucho después, en 2073, se pondrá en marcha un almacenamiento geológico profundo, una instalación subterránea en la que reposarán los residuos hasta que dejen de ser peligrosos, un proceso que lleva miles de años. El emplazamiento se elegirá, de nuevo según el plan, entre 2028 y 2040.
Que volviese la luz tras el apagón fue, sin duda alguna, un proceso complejo que funcionó de forma efectiva y rápida. Más aún, teniendo en cuenta que nunca se habían podido hacer pruebas, ya que nunca antes se había dado un apagón de estas características. Como explicó Sánchez, «no fueron las nucleares, fueron las centrales de ciclo combinado, las interconexiones con Francia y con Marruecos y las centrales hidroeléctricas las que permitieron esa pronta recuperación en esos primeros instantes».
Los países vecinos propagaron tensión a Cataluña, País Vasco y Andalucía, lo que permitió poner en marcha sus sistemas e ir afianzando pequeñas ‘islas’ energéticas a lo largo de la geografía que, a medida que iban estabilizándose, se expandían.
Al mismo tiempo, un grupo de centrales hidroeléctricas con capacidad de arrancar de forma autónoma se pusieron en marcha cuando se detectó el apagón y procedieron a acoplarse a la red para repetir también ese proceso. A las 21.00 del mismo 28 de abril no había islas, sino que el sistema, aún no recuperado, era ya un único bloque. El ciclo combinado se sumó pronto, aunque tardó algo, porque si está apagado no se pone en marcha tan rápido como la hidráulica. La nuclear no participó en el proceso por seguridad: cuando hay un apagón tiene generadores diésel que permiten que funcionen los sistemas imprescindibles para evitar accidentes, pero no se conectó a la red hasta que fue seguro hacerlo.
Sánchez también presumió de la transformación en el mix desde que llegaron al Gobierno, cuando se encontraron «un sistema poco competitivo, altamente contaminante y muy injusto» y que emitía «millones y millones de toneladas de gases de efecto invernadero». En 2018, la principal fuente del sistema fue la nuclear, con un 20,4%, seguida de la eólica, con un 19% y las centrales térmicas de carbón, que sumaron un 14,3%. Su cierre ya estaba en marcha -el proceso comenzó en 2010- y fue precisamente ese año cuando prácticamente desaparecieron del mix: en 2019 pasaron al 4,9%. Su aportación la absorbió el ciclo combinado, que generalmente quema gas y saltó del 11,5% en 2018 al 21,2% en 2019; el resto de fuentes se mantuvieron en porcentajes similares.
Desde entonces es cierto que el gas ha perdido peso y lo ha ido ganando la solar fotovoltaica, aunque en 2022 el ciclo combinado fue la primera fuente del sistema español: aportó el 24,7% de la electricidad al mix, según datos de Red Eléctrica. Ese año, España exportó mucha electricidad a Francia, precisamente por un problema en su parque nuclear. La eólica cerró ese 2022 en segundo lugar (22,1%) y la nuclear, en tercero (20,2%). Cabe destacar también que ese año, marcado por la sequía, la hidráulica tuvo un papel muy limitado, un 6,5%.
De nuevo, en este caso hay que tener en cuenta que el cierre de las centrales nucleares supondrá, al menos hasta que haya sistemas de almacenamiento, depender en mayor medida del ciclo combinado, como ocurrió con el carbón. Esto se debe a que la nuclear funciona en torno a 8.000 horas al año y las dos principales renovables solo lo hacen en las horas de sol o viento.
En opinión del presidente, las renovables son la única manera de construir «una Europa autónoma que no dependa del gas, del petróleo o del uranio de Rusia». «Mucho hablan de las centrales nucleares y poco hablan de que en España no hay uranio y, por tanto, tendremos que importarlo. ¿De dónde, señorías?», preguntó después.
Una opción, por ejemplo, sería España. Solo con la mina que Berkeley proyectó en Salamanca se podrían extraer unas 25.000 toneladas, si bien este cálculo lo hace la propia empresa, que abrió un proceso de arbitraje contra el Gobierno hace un año. En cualquier caso, además de Rusia, España importa este mineral de países como Canadá, Níger o Kazajistán. Hay que destacar también que no basta con obtener el uranio: también es necesario enriquecerlo.
El gas supone un problema similar. En su defensa de la respuesta ante el apagón, Sánchez enfrentó las centrales de ciclo combinado, que lo utilizan, a las nucleares, pero después criticó que antes de su llegada al Gobierno se gastasen anualmente 42.500 millones de euros «de transferencia de riqueza a terceros países», principalmente por la importación de «petróleo y gas». Aquel modelo energético generaba «tres efectos terribles»: nos hacía «extraordinariamente dependientes del contexto internacional«, causaba «un inmenso impacto ambiental» y «nos condenaba a tener unos precios de electricidad que eran los más caros de Europa». En lo que va de año, Rusia (13,2%) es el tercer país del que más gas importa España, por detrás de Argelia (32%) y Estados Unidos (32%), según el boletín estadístico que publica mensualmente Enagás. En 2024, Rusia ocupó la segunda posición (21,3% del total) y Argelia, la primera (38,5%).
También es relevante que la relación del Ejecutivo con estos mismos hidrocarburos ha sido ambivalente. Hoy Sánchez presumía de reducir su importación, pero tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, cuando preocupaba el suministro de gas, España puso sus plantas regasificadoras a disposición de la Unión Europea y planteó la posibilidad de reactivar la construcción del gasoducto Midcat, que debía conectar la península con Francia. Después decidió apostar por otro gas, el hidrógeno, y otra conexión, H2Med.
Para combatir la dependencia de estos países, Sánchez propone también una mayor interconexión con Francia, algo en lo que coincide con la Unión Europea. De hecho, incluso cuando terminen las previstas, España estará por debajo del objetivo fijado por la UE: la conexión debía suponer un 10% de la capacidad de generación nacional en 2020 y del 15% en 2030. Con las nuevas interconexiones llegará al 5%.
Efectivamente, tal y como detalló Sánchez, en 2024 España cerró con un 57% de producción renovable. No solo eso: también superó el 50% en 2023. Y presumiblemente mejorará la marca este año, gracias a una hidráulica recuperada y a la instalación de eólica y solar fotovoltaica. Esta segunda fuente, de hecho, ya es la primera por potencia instalada en el país.
En resumen, el sistema, como presumió el presidente es «mucho más sostenible de lo que teníamos antes». Pero para se apoyó en el ranking global del Consejo de Energía Mundial (WEC, por sus siglas en inglés). Tal y como detalló Sánchez, mejora nuestra puntuación respecto a hace siete años, en 2018 y nos ubica -algo que es «motivo de orgullo»- como el décimo tercer país «con el sistema más robusto y sostenible del mundo».
Es cierto que esta es la posición que ocupa España en el ranking y es cierto que ha subido posiciones respecto a 2018. También es cierto, eso sí, que ese puesto número 13 supone una caída respecto a 2020, cuando España cerraba el top 10.
Por otro lado, si bien Sánchez presumió de que la posición se alcanza por tener uno de los sistemas más robustos y sostenibles del mundo, el ranking que elabora el WEC mide una tercera variable, igualdad energética, que calcula «la capacidad de un país de proporcionar acceso universal a energía fiable, asequible y abundante para uso doméstico y comercial»; es decir, que haya electricidad, gas y gasolina baratos. España obtiene un 91,4 sobre 100 en este apartado, su nota más alta, incluso por delante de la sostenibilidad medioambiental (79,9), a pesar de que el Consejo baja la nota de España en los apartados referentes a los precios. En seguridad energética -mide la capacidad de suplir la demanda energética de forma fiable y la fiabilidad y resiliencia del sistema- obtiene un 67,3, la tercera peor nota entre los 15 primeros clasificados. También está por debajo de países que están por detrás en el ranking, como Hungría, Eslovaquia, Letonia, Croacia o Rumanía, todas ellas entre las 25 primeras.
Actualidad Económica