<p class=»ue-c-article__paragraph»>Cuando estalló el <i>caso Koldo</i>, <strong>Santos Cerdán</strong> ofreció a <strong>José Luis Ábalos</strong> meterle en «tres tertulias televisivas». Según informó este diario, esa era una de las promesas que el PSOE hizo al ex ministro a cambio de que dejara su escaño y no aportase a los investigadores información comprometedora sobre <strong>Sánchez </strong>o el partido. Lo de las tertulias puede parecer anecdótico en comparación con las otras prebendas que se habrían ofrecido a Ábalos -como pagarle el abogado y colocarlo en una consultora; esta debe de ser la famosa contundencia de los socialistas ante la corrupción-. Y, desde luego, el episodio resulta minúsculo si lo comparamos con los escándalos de estas semanas, desde la sentencia del Constitucional sobre la amnistía hasta el ingreso en prisión del propio Cerdán.</p>
«Una y otra vez recibimos la impresión de que el Ejecutivo influye en ámbitos que no le corresponden»
Cuando estalló el caso Koldo, Santos Cerdán ofreció a José Luis Ábalos meterle en «tres tertulias televisivas». Según informó este diario, esa era una de las promesas que el PSOE hizo al ex ministro a cambio de que dejara su escaño y no aportase a los investigadores información comprometedora sobre Sánchez o el partido. Lo de las tertulias puede parecer anecdótico en comparación con las otras prebendas que se habrían ofrecido a Ábalos -como pagarle el abogado y colocarlo en una consultora; esta debe de ser la famosa contundencia de los socialistas ante la corrupción-. Y, desde luego, el episodio resulta minúsculo si lo comparamos con los escándalos de estas semanas, desde la sentencia del Constitucional sobre la amnistía hasta el ingreso en prisión del propio Cerdán.
Sin embargo, la anécdota del Ábalos cuasi-tertuliano comparte un aire de época con esas otras noticias. Hay algo muy sintomático en esa voluntad de utilizar una de las plataformas que sirven para formar la opinión pública ya no como espacio para difundir argumentarios de partido -lo que ya es grave- sino como manera de urdir complicidades y comprar silencios. Se trata de la enésima prueba de que el sistema no funciona como debería: todo el mundo intuye que el poder político no debería tener ese tipo de influencia en los medios, del mismo modo que no debería ser capaz de maniobrar para que una medida inconstitucional deje de serlo cuando le conviene. Una y otra vez recibimos la impresión de que el Ejecutivo influye en ámbitos que no le corresponden. Y que el uso arbitrario e interesado de esa influencia, junto con las revelaciones de presuntos casos de corrupción vinculados al Gobierno, ha terminado otorgando al sistema cierto aire de gran farsa. Se argumentará que algo de esto ya ocurría antes de la llegada de Sánchez al poder. Esto es compatible con el hecho de que todo parece haberse vuelto más explícito y descarnado en esta última etapa de nuestra vida colectiva.
En este contexto, la figura de Santos Cerdán se ha vuelto especialmente simbólica. Cerdán como el negociador de la amnistía. Cerdán como el emisario del partido en las conversaciones con Ábalos. Cerdán, también, como uno de los artífices de la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez al poder. Cerdán, quizás, como un actor relevante en la saga de la fontanera Leire Díez y su intento de desacreditar a la UCO. Y Cerdán como el exponente máximo de esa sombra de la corrupción que ahora se proyecta sobre todo ello. Cerdán, en fin, como el nexo entre las distintas dimensiones de una gran y lucrativa farsa.
La cuestión no es solo el daño que esto puede ocasionar al PSOE y a la capacidad de Sánchez de mantenerse en el poder. El verdadero problema es la desafección hacia las instituciones, hacia los poderes públicos, hacia el propio sistema que el tardosanchismo está generando en millones de ciudadanos. Hace siete años, los socialistas dijeron que llegaban al poder para conjurar ese peligro. Hoy parece mayor que nunca.
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