<p class=»ue-c-article__paragraph»>El cuento que en España llamamos «Pedro y el lobo» es en realidad una fábula del escritor griego <strong>Esopo, </strong>»El pastor mentiroso», escrita hace 2.500 años y en la que, en contra de lo que creí durante toda mi infancia, Pedrito, el pastor amigo de «Heidi», no juega ningún papel.</p>
Conviene que los inversores que creen que los mercados imponen su racionalidad no subestimen el frágil ego de Trump.
El cuento que en España llamamos «Pedro y el lobo» es en realidad una fábula del escritor griego Esopo, «El pastor mentiroso», escrita hace 2.500 años y en la que, en contra de lo que creí durante toda mi infancia, Pedrito, el pastor amigo de «Heidi», no juega ningún papel.
Su mensaje es tan poderoso y atemporal que ha sobrevivido dos milenios sin que nadie le cambie ni una coma: en un mundo incierto las amenazas vacías no son bienvenidas. Muy pronto, esas amenazas dejan de tener impacto porque la persona que las profiere pierde su capital. No el capital financiero, si no el que más ha importado durante siglos, el capital social, la confianza de tu comunidad, lo que te aporta respeto. Cuando pides ayuda, la gente no viene porque no te cree, y el amenazador se convierte en un personaje molesto.
Y eso es lo que parece estar pasando a los mercados. Los inversores han llegado a la conclusión de que la administración Trump no tiene la sangre fría para aguantar un chaparrón de verdad. Entre febrero y mayo el presidente ha puesto sobre la mesa cuatro amenazas, con capacidad de dañar seriamente las perspectivas económicas mundiales: la amenaza de despido del presidente de la Reserva Federal, y tres imposiciones de aranceles desorbitados (Méjico/Canadá, China, y el resto del mundo en el Día de la liberación). Todos han sido pospuestos y en el caso de Powell, negado.
Estos meses de tira y afloja han convencido a los inversores de que los aranceles siempre terminarán en un cajón si la inflación, el paro o los tipos de los bonos empiezan a repuntar. Como ocurre a menudo, los medios financieros han acuñado un término ocurrente: la Teoría Taco, acrónimo de Trump always chickens out, que, en una traducción benigna—que no fiel—sería algo así como «Trump siempre se acobarda».
Por lo tanto, con la amenaza de Trump desactivada, los expertos continúan apostando por la bolsa. La encuesta que la consultora Absolute Strategy hace a gestores profesionales muestra un nivel de optimismo cercano a la media de la última década. El argumento tiene varias patas: si Trump no va a hacer nada, la economía sigue fuerte -los últimos datos de empleo fueron mucho mejor de lo esperado-, las empresas no dejan de ganar dinero (las ganancias subieron un 13% en el primer trimestre), y aún nos queda por llegar todo el programa de desregulación y reducción de impuestos. La bolsa tiene que ir bien. Además, en Europa los precios de las acciones son irrisorios, y las empresas cuentan con el viento de cola de los recortes de tipos, que, al contrario que en EEUU, están más o menos garantizados.
Entonces, ¿todo bien? ¿Carta blanca para que la bolsa siga subiendo? Un momento. El problema de la teoría Taco es que tiene bastantes papeletas de enfadar a Trump. Él se percibe como un astuto negociador y la constatación de que millones de inversores se estén tomando a cachondeo lo que él considera finas estrategias de negociación tiene muchas papeletas de generar una pataleta. A estas alturas de la película, todo el mundo debería haber comprendido que el frágil ego de Trump juega un papel al menos igual de relevante que la evolución de la inflación, el paro o el mercado de bonos. Si dolido decide pegar fuerte, no le van a faltar oportunidades.
Sin ir más lejos, el congreso tiene ahora mismo sobre la mesa la nueva reforma impositiva, denominada en palabras de Trump, la «ley grande y bella». Además de reducir impuestos (y de paso ampliar el agujero fiscal del país), incluye una cláusula (la 899, número que probablemente ocupe algunos titulares en el futuro) que permitirá al ministro de economía americano imponer impuestos a las inversiones de los países que él considere que están tratando injustamente a Estados Unidos. Es decir, si usted invierte en Apple o en el S&P500 y reside en un país antipático, le puede caer un 5%, 10% o un 20% de impuesto extra sobre sus ganancias gracias a esta nueva ley. Esto abre la puerta de par en par a la aleatoriedad jurídica, y Europa está en lo alto de la lista para recibir la primera bofetada, ya que la tasa digital que imponemos a empresas como Google es para ellos la definición de «impuesto injusto». Esto le añade un nivel extra de complejidad a la guerra comercial -te meto un 30% de arancel y un 15% de impuesto en inversiones, por ejemplo- y mucha más aleatoriedad a los mercados. Los flujos de bienes tardan meses en alterarse como respuesta a los aranceles, pero los capitales se pueden mover en cuestión de minutos. En otras palabras, la probabilidad de que el Taco se nos atragante está aumentando con rapidez.
*Francisco Quintana es director de Estrategia de Inversión de ING España.
Actualidad Económica