<p><i><strong>The Office</strong></i> y <i><strong>Aquí no hay quien viva</strong></i> son dos series que, aún siendo productos con dos décadas de antigüedad, todo el mundo acepta como emblemas de un presente continuo. Durante todo este tiempo han estado presentes en la conversación, sin acapararla, pero sin ausentarse del todo. O sea, nunca se podrá celebrar su regreso porque nunca nos abandonan. El ejemplo contrario sería el de <i>Verano azul</i>, que, desde su estreno en 1981, ha acumulado titulares a base de despedirse y reponerse. Tantas veces que la expresión <i>Vuelve Verano azul</i> acabó usándose como sinónimo de noticia previsible. Si <i>The Office</i> y <i>Aquí no hay quien viva</i> son dos series emblemáticas de este milenio, en el que nada se macera en el recuerdo, <i><strong>Verano azul</strong></i><strong> es un ejemplo perfecto de cómo se consumían los artefactos culturales el siglo pasado, que se ganaban la condición de «míticos» de un año para otro</strong>. También era habitual por aquel entonces que un producto televisivo que nos sacase 20 años pareciera un mensaje llegado de un planeta a años luz. Recordemos que la distancia que tenemos hoy con el estreno de <i>The Office</i> es la que yo tenía de niño con el <i>Batman</i> de Adam West.</p>
Podemos viajar 30 años al pasado y pasar desapercibidos sin cambiar de ropa ni de gustos musicales, algo desconcertante si contemplamos los ocho años en activo de los Beatles
The Office y Aquí no hay quien viva son dos series que, aún siendo productos con dos décadas de antigüedad, todo el mundo acepta como emblemas de un presente continuo. Durante todo este tiempo han estado presentes en la conversación, sin acapararla, pero sin ausentarse del todo. O sea, nunca se podrá celebrar su regreso porque nunca nos abandonan. El ejemplo contrario sería el de Verano azul, que, desde su estreno en 1981, ha acumulado titulares a base de despedirse y reponerse. Tantas veces que la expresión Vuelve Verano azul acabó usándose como sinónimo de noticia previsible. Si The Office y Aquí no hay quien viva son dos series emblemáticas de este milenio, en el que nada se macera en el recuerdo, Verano azul es un ejemplo perfecto de cómo se consumían los artefactos culturales el siglo pasado, que se ganaban la condición de «míticos» de un año para otro. También era habitual por aquel entonces que un producto televisivo que nos sacase 20 años pareciera un mensaje llegado de un planeta a años luz. Recordemos que la distancia que tenemos hoy con el estreno de The Office es la que yo tenía de niño con el Batman de Adam West.
Podemos viajar 30 años al pasado y pasar desapercibidos sin cambiar de ropa ni de gustos musicales, algo desconcertante si contemplamos los ocho años en activo de los Beatles, las sucesivas pintas en el escenario de George Carlin o el mundo que asoma en cada una de las películas de Luis Buñuel. Se ha especulado largo y tendido sobre las circunstancias lingüisticas y tecnológicas que podrían ser causantes de la aparente desaceleración cultural de estos años (recomiendo el ensayo Fantasmas de mi vida de Mark Fisher en Caja Negra y el youtube de Adam Conover ¿Qué ha pasado con las décadas?) y sorprende la cantidad de teorías convincentes, incluso las que se atreven a sacar de la ecuación a internet, el punto en el que se condensan todos los presentes. El último de todos, un nuevo paradigma tecnológico que, lejos de propulsar un nuevo tipo de moda, música y narrativa (el pack de bienvenida de toda nueva droga recreativa) propone lo contrario, reducir el número de decisiones, automatizar la confección de todos esos flecos formales que tanto nos ayudan a la hora de fechar un telediario y un videoclip: las locuciones, las ráfagas musicales, los extras y el runrún de fondo. O sea, que corremos el riesgo de seguir ralentizándonos.
Pero, ¿cuál es el problema realmente? ¿Y si la anomalía fue, en realidad, el propio siglo XX? ¿Y si estamos regresando a un estado natural de las cosas, a las constancias y reiteraciones del folklore? ¿A un sencillo compás que no tiemble por muy cerca que caiga la bomba? ¿A los miles de años sin revoluciones ni manifiestos que separan dos bisontes pintados en la misma cueva?
Cultura