<p>Todo el mundo debería llegar a la vida adulta sabiendo que describir no implica condonar, que enmarcar no es lo mismo que celebrar, que<strong> el punto de vista y el punto de mira son dos puntos distintos</strong>, que lo que se dice no es lo que se cuenta, <i>Lolita</i>, <i>American Psycho</i>, Mari Carmen y sus muñecos… Pero incluso a los que tenemos cierta predisposición para abrazar los misterios del subtexto nos suena correcta la famosa posición de Truffaut sobre el cine antibélico, sobre su imposibilidad. Venía a decir que una representación filmada de la guerra, por muy explícita que sea en su repulsa, estaría condenada a fetichizar, al mismo grado, las armas, los uniformes y todo lo que muere en el campo de batalla. No sé si puedo contradecirle. Es más claro el fracaso de<strong> Steven Spielberg </strong>cuando aseguró que <i><strong>Salvar al soldado Ryan</strong></i>, una película en la que afiló como nunca su talento para rodar el martirio físico, estaba en las antípodas del relato glorificador. En realidad su reconstrucción de los horrores del desembarco de Normandía, llena de soluciones visuales diez pasos por delante de las retinas del espectador de la época, provocó un renacimiento del género bélico entendido como espectáculo. <strong>El mismo Spielberg produjo las tres primeras entregas de la exitosa serie </strong><i><strong>Medal of Honor</strong></i>, juegos en primera persona que permitían atravesar la Segunda Guerra Mundial de cabo a rabo.</p>
Si Truffaut levantara la cabeza me encantaría conocer su opinión sobre ‘Hell is Us’, uno de los videojuegos más fascinantes estrenados recientemente
Todo el mundo debería llegar a la vida adulta sabiendo que describir no implica condonar, que enmarcar no es lo mismo que celebrar, que el punto de vista y el punto de mira son dos puntos distintos, que lo que se dice no es lo que se cuenta, Lolita, American Psycho, Mari Carmen y sus muñecos… Pero incluso a los que tenemos cierta predisposición para abrazar los misterios del subtexto nos suena correcta la famosa posición de Truffaut sobre el cine antibélico, sobre su imposibilidad. Venía a decir que una representación filmada de la guerra, por muy explícita que sea en su repulsa, estaría condenada a fetichizar, al mismo grado, las armas, los uniformes y todo lo que muere en el campo de batalla. No sé si puedo contradecirle. Es más claro el fracaso de Steven Spielberg cuando aseguró que Salvar al soldado Ryan, una película en la que afiló como nunca su talento para rodar el martirio físico, estaba en las antípodas del relato glorificador. En realidad su reconstrucción de los horrores del desembarco de Normandía, llena de soluciones visuales diez pasos por delante de las retinas del espectador de la época, provocó un renacimiento del género bélico entendido como espectáculo. El mismo Spielberg produjo las tres primeras entregas de la exitosa serie Medal of Honor, juegos en primera persona que permitían atravesar la Segunda Guerra Mundial de cabo a rabo.
Si Truffaut levantara la cabeza me encantaría conocer su opinión sobre Hell is Us, uno de los videojuegos más fascinantes estrenados recientemente. Su trama y mecánicas parecen, en un principio, familiares para todo jugador habituado a la ciencia ficción, el combate contra criaturas de otro mundo y demás fantasmagorías, pero el entorno que nos abraza, una recreación cruda hasta lo insoportable de un país triturado por una guerra civil de raíz religiosa que ha desembocado en una limpieza étnica. Un telón de fondo forrado en propaganda política con huellas omnipresentes de bombardeos, hambrunas, agresiones sexuales y ejecuciones en masa. Sostenemos una espada, pero no se nos permite agredir a los humanos, ni a los torturadores ni a los torturados, que se limitan a ser testigos pasivos de nuestra aventura multicolor. La contradicción crece cuando se nos informa de que nuestro personaje es un sociópata funcional, pero se abre la posibilidad de que tengamos breves gestos de caridad con los supervivientes. Somos un unicornio trotando sobre estampas de un genocidio. Resulta perturbador que estas dos realidades se superpongan en el mismo encuadre. Y al margen de que nos sintamos más representados por una o por la otra, la conclusión es igual de sombría: o estamos en el infierno o somos el infierno.
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