<p>Hace unos años, Eduardo Mendoza escribió sobre sus libros como «<strong>novelas de sofá</strong>». Al principio, la categoría parecía un reproche, pero no lo era: las novelas de sofá estaban en el lugar en medio entre las novelas de tumbona y las de silla incómoda. En eso ha consistido su carrera: en escribir historias que están en el sitio justo, a un paso de la literatura popular (novelas de humor, novelas de detectives, novelas históricas…) pero que dignifican esa tradición. La elección de Eduardo Mendoza como ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2025 va a ser una de las más populares en su palmarés reciente. </p>
Las novelas cómicas y las grandes novelas históricas se han alternado y contaminado a lo largo de 50 años de carrera.
Hace unos años, Eduardo Mendoza escribió sobre sus libros como «novelas de sofá«. Al principio, la categoría parecía un reproche, pero no lo era: las novelas de sofá estaban en el lugar en medio entre las novelas de tumbona y las de silla incómoda. En eso ha consistido su carrera: en escribir historias que están en el sitio justo, a un paso de la literatura popular (novelas de humor, novelas de detectives, novelas históricas…) pero que dignifican esa tradición. La elección de Eduardo Mendoza como ganador del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2025 va a ser una de las más populares en su palmarés reciente.
En el año de la muerte de Francisco Franco, La verdad sobre el caso Savolta fue una puerta abierta a una nueva época. Mendoza alimentó con aquellas páginas a decenas de novelas que llegaron después. Su Barcelona de los años del anarquismo, las huelgas y el despegue industrial habría de convertirse en un escenario mítico, reproducido en mil historias después. Pocas igualaron su listón: lo que aparentaba ser una novela hecha para el entretenimiento escondía un complejísimo collage de voces, imágenes y ecos, cambios de perspectivas y de sonidos. Baroja, Döblin, Novecento, la novela picaresca, Gatsby… Mil piezas están en La verdad sobre el caso Savolta y mil novelas históricas vienen de ella. Lepprince, un arribista de origen oscuro, llega a Barcelona y entra en la órbita de la familia Savolta, industriales en apuros y vendedores de armas a los aliados durante la Primera Guerra Mundial. Lepprince se convierte en su obsesión casi erótica pero también en el matón que les hace el trabajo sucio. Hasta que el patriarca de la familia aparece muerto.
Juan Benet dijo que La ciudad de los prodigios era la única novela de la década de 1980 que merecía la pena y, como todos los elogios superlativos, suena ahora a regalo envenenado, pero algo tiene que haber. La ciudad de los prodigios se lee, inevitablemente, detrás de La verdad sobre el caso Savolta para que los dos textos se expliquen mutuamente por oposición. Savolta era collage; La ciudad era folletón. Savolta era moderna y cortante, La ciudad estaba hecha de frases largas y llenas de ramificaciones y tenía que ver con la narrativa oral y popular. Su personaje, además, era más aún siniestro que los personajes de Savolta. Onofre Bouvilla era un campesino que llegaba a Barcelona sin nada más que el instinto para sobrevivir y hacer dinero. Su vida iba de los arrabales hasta el Liceu, desde la inocencia hasta la corrupción y funcionaba como espejo de Barcelona en los años en los que se convirtió en metrópoli.
¿Existían presagios en los primeros 15 años de carrera de Eduardo Mendoza del escritor cómico que se rebeló en Sin noticias de Gurb? Sus novelas policiacas ya anunciaron el gusto por el esperpento y el absurdo pero no en la forma de Gurb. Aquella fue una novelita breve escrita como un diario absurdo, un poco dadaísta, un poco Mortadelo y un poco pop art, una broma privada entre amigos que trascendió a best seller y conectó con su mundo. Un resumen: el Gurb del título es un alienígena que llegó a Barcelona en vísperas de los Juegos Olímpicos y que perdió contacto con la misión que lo envió hasta allí. Se sabe que, para mimetizarse con el paisaje, adoptó el aspecto de Marta Sánchez y que eso causó efectos inesperados. Para rescatar al colega perdido, otro alienígena llega a Barcelona y lleva un registro-dietario hecho de frases del estilo «día tres, 70% de humedad, 24 grados celsius» para retratar un mundo idiota y bondadoso.
El Eduardo Mendoza de las grandes producciones históricas se dirigió en El año del diluvio hacia el melodrama, se volvió casi minimalista y llevó su tiempo hasta la posguerra. El año del diluvio no es una gran sinfonía como La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios. Es un texto delicado y sereno que describe la degradación moral de la dictadura en las pequeñas cosas, en las mezquindades y en las hipocresías y que tiene que ver con la narrativa latinoamericana de los años 70. Su protagonista era Augusto Aixelà de Collbato, un falangista adocenado por la victoria, que se vinculaba a Constanza Briones, una monja bondadosa y no del todo segura de su lugar en el mundo. Constanza atraía a Augusto a un proyecto caritativo, aunque Augustom, en realidad, pensaba como un Juan Tenorio. Al final, una riada habría de resolver su conflicto.
Cuando Eduardo Mendoza recibió el Premio Cervantes en 2016, sus novelas picaresco-policiales debieron de recibir la atención que hasta ese momento no habían tenido porque es en ellas donde es más evidente que Mendoza ha sido un gran lector de la literatura histórica en español. Su detective innombrado podría ser el personaje de un cuadro de Velázquez o de una obra de teatro de Valle: un paria, un fanático, un sabio y un necio. En El misterio de la cripta embrujada, el detective sale del psiquiátrico para investigar la desaparición de una joven del colegio de las madres lazaristas de San Gervasio. Su indagación (fechada en 1977) es una manera de buscar las miserias de la dictadura debajo de la alfombra. En El laberinto de las aceitunas t(en 1983), el mismo paciente-recluso-detective se pasaba a la investigación de a corrupción empresarial. Y en La aventura del tocador de señoras (ya a mediados de los 90) el héroe de Mendoza está a punto de rehabilitarse como un ciudadano presentable, hasta que se pasa al otro lado.
Todo el mundo está más o menos de acuerdo en que Eduardo Mendoza es mucho más que un escritor cómico. Pero, incluso como escritor cómico hay algo complejo que merece la pena ser explicado: una forma de amabilidad y de compasión cervantina que hace que sea fácil querer a sus personajes más hilarantes después de verlos hacer el ridículo. En El asombroso viaje de Pomponio Flato es una parodia de la novela histórica, de la policiaca y de las vidas de santos. Jesucristo quiere liberar a San José, acusado de asesinar a un hombre rico de Nazaret, y, para ello, se apoya en el protagonista de Mendoza, una especie de Sancho descreído que. copmo ocurre en la novela de Cervantes, acabará por intercambiar roles con su quijote.
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