<p class=»ue-c-article__paragraph»><strong>Antonio Laso</strong>, de 16 años, dice que se acuerda de estar en el patio de <strong>Infantil </strong>y ponerse a pensar en multiplicaciones. No tendría más de tres años, pero ya se sabía los números positivos y negativos. Cuando pasó a <strong>Primaria </strong>sufrió una «decepción», porque los profesores le habían prometido que el temario se iba a complicar, pero él no lo notaba. Estuvo todo el colegio aburriéndose hasta que llegó al instituto y, a los 13 años, empezó a aprender por su cuenta. Y ahí fue cuando empezó a sentirse bien. «Entonces ninguna clase me llamaba la atención, pero ahora hago problemas casi todo el tiempo libre que tengo. Me gustan los retos, son como un pasatiempo, una diversión», expresa.</p>
Antonio Laso, el último ganador de la Olimpiada: «No me interesan las redes sociales, no uso ChatGPT y no me gusta memorizar»
Antonio Laso, de 16 años, dice que se acuerda de estar en el patio de Infantil y ponerse a pensar en multiplicaciones. No tendría más de tres años, pero ya se sabía los números positivos y negativos. Cuando pasó a Primaria sufrió una «decepción», porque los profesores le habían prometido que el temario se iba a complicar, pero él no lo notaba. Estuvo todo el colegio aburriéndose hasta que llegó al instituto y, a los 13 años, empezó a aprender por su cuenta. Y ahí fue cuando empezó a sentirse bien. «Entonces ninguna clase me llamaba la atención, pero ahora hago problemas casi todo el tiempo libre que tengo. Me gustan los retos, son como un pasatiempo, una diversión», expresa.
Este alumno de 1º de Bachillerato vecino del barrio madrileño de Arganzuela y diagnosticado de altas capacidades ha ganado la Olimpiada Matemática Española, una competición anual para preuniversitarios organizada por la Real Sociedad Matemática Española que desde 1964 detecta a jóvenes talentos y que en julio le llevará a Australia para la edición internacional, donde España nunca ha logrado medallas de oro.
Antonio atiende a EL MUNDO en su instituto, el IES Cervantes, un pulcro edificio lleno de historia donde dieron clase Antonio Machado y María Zambrano. No se hubiera presentado a la Olimpiada si no llega a ser por sus profesores, que vieron que era «un caso especial».
«En los 32 años que llevo en la docencia he tenido a alumnos muy brillantes, pero Antonio es un genio, probablemente no habrá nadie como él en mucho tiempo», asegura la matemática Encarnación Mainez, directora del instituto, que dice que podrían haber adelantado a Antonio dos cursos pero han optado por mantenerlo en el que le corresponde y hacer adaptaciones -aprende por su cuenta con libros de cuarto de carrera- para que no pierda a sus amigos.
«Nosotros ya no podemos enseñarle más, en seguida ha volado solo, y muy alto, lo que sí podemos hacer es motivarle», cuenta el matemático y físico Daniel Úbeda, el primero en darse cuenta de «su originalidad e ingenio en la forma de resolver problemas» y que lo ha preparado para las Olimpiadas y otros concursos.
Entre ellos dos se ha forjado una conexión especial. «De Antonio me maravilla su capacidad de esfuerzo y sacrificio», elogia Daniel. «Las Matemáticas no son sacrificio, es lo que más me gusta hacer», responde Antonio con timidez. Y añade: «Daniel me ha aportado mucho».
Antonio, que llegó al instituto público Cervantes procedente del colegio concertado San Saturio, estudia dos bachilleratos a la vez, el español y el internacional, un sistema que le va bien porque aporta una base teórica pero también requiere trabajos prácticos. «No me gusta memorizar», expresa, y cuenta que está escribiendo una monografía sobre un teorema de Kobayashi «nada conocido» porque quiere «encontrar una demostración elemental».
Saca sobresalientes en todo, aunque dice que Lengua es lo que más le cuesta. «Redactar textos no es lo que mejor se me da», sostiene. No utiliza ChatGPT porque no lo ve útil para resolver problemas -«Los de las Olimpiadas de Matemáticas no los sabe hacer»- y tampoco tiene redes sociales: «No me interesan». Hace natación dos días por semana, va a correr y le gusta tocar el piano. Antes iba al conservatorio, donde tocaba el clarinete, pero lo dejó porque le «quitaba tiempo» que prefería dedicar a las Matemáticas.
Su interés por esta asignatura no le viene de sus padres, que son ingenieros de caminos, sino de su abuelo: «A él siempre le gustaron, pero su familia le animó a hacer letras y acabó estudiando Filosofía, que es lo más parecido que hay a las Matemáticas dentro de las humanidades».
Antonio opina que «el Bachillerato español es muy rígido y no potencia a los que intentan ir más allá y buscan especializarse en algo concreto». Él, por ejemplo, hubiera preferido tener menos temario de otras materias y centrarse más en las Matemáticas, la Física y la Informática.
Considera que «la Selectividad es injusta» porque «tendría que ser el mismo examen para todos los alumnos de toda España» y no como ahora, en que la nota que un bachiller saca en una autonomía le sirve para estudiar en cualquier universidad del país, aunque su examen haya sido más fácil que en otros territorios.
Asegura que hay jóvenes que se han clasificado en las Olimpiadas de Matemáticas y que quieren estudiar esta carrera «porque es su vocación y se quedan fuera» de las universidades públicas porque «no hay suficientes plazas». «Deberían habilitar más plazas», opina, «porque ha subido bastante la demanda» en este grado. Sus profesores coinciden con él. «El sistema está diseñado de tal forma que hay que tener muy buenas notas en todas las asignaturas. Un alumno con un 6 en Historia y un 10 en lo demás ya no entraría en la carrera», lamenta Daniel. «Si Antonio tiene un mal día en la Selectividad, no lograría acceder al grado y perderíamos a uno de los futuros mejores matemáticos», apunta Encarnación.
Él quiere estudiar Matemáticas en la Universidad Complutense de Madrid, donde estudió su mentor. Le gusta esta carrera porque «hay más lugar para la abstracción» y «por el entretenimiento de descubrir cosas». Su idea es terminar el grado en tres años, en vez de en cuatro. «Lo más probable es que me tenga que ir a otro país a trabajar, porque en España es muy complicado dedicarse a la investigación».
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