<p class=»ue-c-article__paragraph»>En 1972, <strong>Norman Cohn</strong> publicó ‘En pos del milenio’, un ensayo fundamental sobre las diferentes expresiones durante la Edad Media del milenarismo, entendido este como la doctrina de salvación colectiva en los «tiempos finales» de una época. Cohn detalla cómo los movimientos o sectas milenaristas creen que esa redención del grupo -que se siente perseguido, víctima de una injusticia estructural- llega a través de la aparición providencial de un mesías, un superhombre que se eleva sobre el resto para conducirlos a un paraíso en la Tierra.</p>
En 1972, Norman Cohn publicó ‘En pos del milenio’, un ensayo fundamental sobre las diferentes expresiones durante la Edad Media
En 1972, Norman Cohn publicó ‘En pos del milenio’, un ensayo fundamental sobre las diferentes expresiones durante la Edad Media del milenarismo, entendido este como la doctrina de salvación colectiva en los «tiempos finales» de una época. Cohn detalla cómo los movimientos o sectas milenaristas creen que esa redención del grupo -que se siente perseguido, víctima de una injusticia estructural- llega a través de la aparición providencial de un mesías, un superhombre que se eleva sobre el resto para conducirlos a un paraíso en la Tierra.
Con el paso del tiempo, y aunque el esperado Edén siempre resulta lejano e inaccesible, el milenarismo ha seguido teniendo adeptos y ha sabido transformarse para anidar en diferentes corrientes ideológicas. Fue especialmente fértil en los totalitarismos del siglo XX, cuando nazismo y comunismo proclamaron la necesidad de destruir un presente de supuesta decadencia moral para construir, tras una catarsis colectiva que podía llevar a la guerra, una nueva sociedad más avanzada, unida y próspera. Todo ello a través de un liderazgo fuerte e indiscutido –Hitler, Stalin, Mao– y de un Estado al servicio de ese proyecto.
El populismo contemporáneo también bebe de esa misma fuente. Por ejemplo, cuando Donald Trump promete hacer América grande otra vez derribando las instituciones de la democracia liberal. Cuando Artur Mas, en 2012, se retrató en los carteles electorales como el Moisés de Los diez mandamientos, dispuesto a guiar a Cataluña hacia la independencia. Y cuando Pedro Sánchez se presenta como el salvador de la democracia española, el único capaz de modernizarla y de inmunizarla, ¡al fin!, frente a la amenaza fascista. Un país próspero y seguro para todos, gracias al sacrificio personal del líder: «Si pensara que yéndome se solucionarían los problemas, lo haría, pero los empeoraría», dijo ante una veintena de mujeres escogidas para la ovación.
El culto mesiánico al líder es otra de las constantes del milenarismo sanchista, visible desde su llegada a la Secretaría General del PSOE, presentada como una lucha desigual contra la vieja cúpula del partido. De ahí, la exigencia de lealtades inquebrantables. Un mesianismo que ha crecido hasta rozar el delirio, a medida que los indicios de una corrupción sistémica en el Gobierno y en el partido se han vuelto más numerosos y sólidos.
El Comité Federal del PSOE del pasado fin de semana certificó la transformación del partido en una secta donde el «enemigo interior» -la crítica tibia de García-Page y de algunos más- representa la peor amenaza existencial para el colectivo. Paradójicamente, esta concepción del PSOE como una secta en torno al «salvador» Sánchez choca con su defensa de la honorabilidad, cuando asegura haber sido el primer engañado por quienes eran sus tres principales apóstoles: Cerdán, Ábalos y Koldo. Un desconocimiento inverosímil en el actual PSOE, porque en una secta el único que lo sabe todo de todos sus miembros es el líder al que se rinde culto y se obedece. En este caso, el «puto amo».
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