<p>Hace ya unos años, oficializada al fin la alarma climática, el marketing ideó la trampa del greenwashing, esa narrativa que convierte en sostenibles a empresas, gobiernos y organizaciones que en realidad no lo son. El blanqueo abarca a marcas de moda, petroleras y políticos de espíritu aparentemente reforestador, pero en paralelo la tecnología despliega para quien las quiera sus redes de trazabilidad y rigor científico.</p>
PlanetAI usa la tecnología para la conservación de millones de hectáreas del Amazonas y convierte a los indígenas en gestores.
Hace ya unos años, oficializada al fin la alarma climática, el marketing ideó la trampa del greenwashing, esa narrativa que convierte en sostenibles a empresas, gobiernos y organizaciones que en realidad no lo son. El blanqueo abarca a marcas de moda, petroleras y políticos de espíritu aparentemente reforestador, pero en paralelo la tecnología despliega para quien las quiera sus redes de trazabilidad y rigor científico.
«El problema del greenwashing es especialmente obvio cuando se desarrollan iniciativas de conservación de los bosques», apunta María Fernanda González, CEO de la tecnológica PlanetAI Space Group y presidenta de la fundación PlanetAI Nature Space. Este dúo combina soluciones para interpretar las imágenes satelitales que utilizan agencias como la NASA, la ESA o empresas privadas (pata compañía) con la certificación de proyectos de bonos de carbono para garantizar trazabilidad, transparencia y finura en un tablero emergente del que depende en buena parte el futuro de la humanidad (pata fundación). Sin aire que respirar ni agua que beber, ninguno de los enredos propios del sapiens (hipotecas, tendencias políticas, urbanismo, infraestructuras, sanidad, sistema educativo) tiene sentido.
González se refiere al movimiento más emblemático de PlanetAI hasta la fecha. Abarca 3,5 millones de hectáreas en el Amazonas colombiano y en tres años ha generado más de 130 millones de toneladas de bonos. Cada bono acreditado significa una tonelada de CO2 que se deja de emitir a la atmósfera o que los bosques absorben. «Alrededor de 500 millones de indígenas cuidan el 80% de los bosques de la Tierra. Los del Amazonas son prístinos y funcionan como enormes sumideros de CO2, pero ninguna medida es efectiva si no se tiene en cuenta a estas comunidades. En la ciencia occidental sabemos de matemáticas, física o química, pero ellos conservan un conocimiento ancestral que debe incorporarse a la estrategia. Cuando nos llega un proyecto, pedimos permiso a los indígenas para monitorear sus terrenos y les enseñamos a combinar su propia sabiduría con las posibilidades que brinda la inteligencia artificial».
Aunque inicialmente PlanetAI se financió con los recursos aportados por los tres fundadores -además de la colombiana González, su compatriota Santiago Vargas, astrofísico solar; y el economista español Iván Vilar-, la monetización llega al emitir los bonos de carbono. Por cada bono, la compañía con sede en Barcelona cobra un porcentaje que depende del número emitido de bonos: cuanto mayor sea, menor será un porcentaje que parte de 24 céntimos de dólar. En Colombia, uno de estos créditos puede venderse por 5 ó 6 dólares; en EEUU o Europa pueden alcanzar los 50 y para casos de especial complejidad como el metano (volveremos a este punto), el techo se sitúa en unos 100.
La coreografía desplegada para que una intervención como las del Amazonas tenga lugar es algo compleja. Ha de concursar, en primer lugar, el dueño del territorio, es decir, los 12.000 indígenas de los que depende esa franja de la selva. El segundo actor es la empresa que desarrolla el proyecto y cuya misión crítica consiste en asegurarse de que no se perderán árboles. Después interviene la certificadora (PlanetAI Nature Space), que impone al desarrollador una metodología avalada por la comunidad científica para acreditar que efectivamente se ha protegido el bosque. A continuación entra en juego un auditor externo. El quinto elemento es una especie de banco cuya plataforma guarda los créditos de carbono, tokenizados por PlanetAI y susceptibles de venta. Puede suceder, por ejemplo, que una petrolera declare al año un millón de toneladas de CO2 en emisiones y entonces tendrá dos opciones: o pagar impuestos por ello o comprar bonos de carbono, cuyo tratamiento fiscal es más ventajoso. Para cerrar el círculo, el equipo de González, Vargas y Vilar trabaja ya en el fleco pendiente: medir las verdaderas emisiones de esas empresas dispuestas a comprar bonos para eliminar así los últimos reductos del greenwashing.
En la práctica, «el objetivo es que la naturaleza se cuide de verdad y los incentivos funcionen. Con frecuencia, los intermediarios se quedan con un dinero que no alcanza al territorio. Hay que hablar de trazabilidad. Y de la realidad indígena. Hay que formarlos sin caer en la tentación de occidentalizarlos. Los proyectos también tienen que ver con sus saberes, con la gobernanza, con nuevos problemas traídos por nosotros como la basura, que allí no existe, porque para ellos la basura es la cáscara de un plátano. El del Amazonas es un proyecto a cien años con un enorme desafío que va más allá del clima: los jóvenes ya no hablan el idioma ni quieren cazar; se avergüenzan de ello. Si destruyes a los indígenas, destruyes la Tierra», reflexiona González.
PlanetAI Nature Space dispone actualmente de cuatro metodologías para crear bonos de carbono: carbono forestal (el del Amazonas es el proyecto más grande del mundo en este ámbito), carbono azul (para los manglares de Latinoamérica, Asia y África, con cuatro propuestas sobre la mesa «para ver cuáles se incorporan a la plataforma»), cultivo sostenible de aceite de palma y metano. Este último encierra el potencial de convertirse en «la mayor solución global de sostenibilidad, puesto que existen 30 millones de pozos petrolíferos abandonados y se ignora cuánto metano emiten». En teoría, sellar bien un pozo es sencillo, pero hay que invertir cantidades contundentes para que dicho sellado perdure y las petroleras no suelen hacerlo. «Si optamos por un premio en vez de por un castigo y les damos bonos de carbono a cambio de un buen sellado, verán sin duda el aliciente», argumenta la física colombiana.
Hay mercados regulados como Japón, con sus propias metodologías y certificaciones y donde la Administración lo gestiona todo, y luego están los mercados voluntarios donde operan PlanetAI Nature Space y otros. «En estos mercados voluntarios siempre se plantea la pregunta de quién nos verifica a nosotros. Hicimos los estudios de todas las certificaciones que había y concluimos que nadie podía certificar porque nadie tenía la tecnología necesaria para ello. Hemos creado nuestro método con ciencia y avalados por expertos y doctores. La fuente de información son las imágenes satelitales, que contienen una cantidad ingente de datos. Cada píxel tiene un espectro y en cada cuadradito queda reflejada la luz del sol. Una vez guardadas las imágenes, aplicamos algoritmos preexistentes y otros de diseño interno. La IA nos ayuda a aprender y a detectar todo de manera mucho más veloz».
Con el norte del país calcinado y el observador obnubilado ante la increíble incompetencia de los poderes públicos, González muestra su sorpresa ante lo acontecido. «Hay un satélite de la NASA que avisa en tiempo real cuando surge un incendio. Es inconcebible que esta herramienta no se haya usado en España, porque encima es gratis. Hay una evidente falta de formación en tecnologías que podrían ayudar a los gobiernos a ser mucho más ágiles».
Actualidad Económica