<p><strong>»El río pasa y el crecimiento duele»</strong>. La frase se escucha en <i>El río</i>, de Jean Renoir, y aunque solo sea por el principio de autoridad, cuesta quitarle la razón. Pocas imágenes tan cabales para representar el mismo cine como, en efecto, la del río. Tarkovski, por elevar más aún la conversación, acudía a él para ofrecer una metáfora del propio tiempo. De la misma manera que el flujo de un río es comprensible por el balanceo de los juncos únicamente, así el tiempo se expresa en el proceso de la vida. En secreto, en silencio. Y añadía: «La imagen cinematográfica no solo ha de vivir en el tiempo, sino que el mismo tiempo se expresa a través de ella». Y así.</p>
Jaume Claret Muxart debuta con un viaje, entre la claridad y el misterio, al fondo de la adolescencia como estado del alma
«El río pasa y el crecimiento duele». La frase se escucha en El río, de Jean Renoir, y aunque solo sea por el principio de autoridad, cuesta quitarle la razón. Pocas imágenes tan cabales para representar el mismo cine como, en efecto, la del río. Tarkovski, por elevar más aún la conversación, acudía a él para ofrecer una metáfora del propio tiempo. De la misma manera que el flujo de un río es comprensible por el balanceo de los juncos únicamente, así el tiempo se expresa en el proceso de la vida. En secreto, en silencio. Y añadía: «La imagen cinematográfica no solo ha de vivir en el tiempo, sino que el mismo tiempo se expresa a través de ella». Y así.
Estrany riu (Extraño río), el debut de Jaume Claret Muxart con un guion coescrito con Meritxell Colell es exactamente lo que dice el título: una película a su modo extraña y furiosamente poética que literalmente discurre a las orillas del más imperial de los ríos, el Danubio. La cinta más que contar un relato, literalmente lo crea. La cámara sigue a un familia de vacaciones. Viajan en bicicleta y entre los accidentes del recorrido dejan la certeza de cada uno de sus deseos, sus recuerdos, sus dudas, sus obsesiones. El joven Dídac (Jan Monter) tiene 16 años, esa edad a la que vida empieza, como diría el personaje de Renoir, a doler. Estrany riu, la película, aspira a comportarse como el río que invoca en su título: claro y transparente en su superficie y turbulento y quién sabe si hasta peligroso a poco que uno se arriesgue a bucear hasta el fondo. Y hasta el mismo fondo que se sumerge Dídac. Es el momento.
Cuenta el director que lleva hasta siete años trabajando en el proyecto. Dada la edad, 27, se diría que una vida entera o, por lo menos, todo lo que dura la edad adulta. También dice que más que las historias le interesa seguir a los personajes; que sin ser autobiográfica, todo tiene su germen en los viajes que precisamente completó con su familia por los ríos de Europa; que no ha querido hacer la típica película de descubrimiento de la sexualidad; que le interesa hablar de la memoria, del misterio, de la pasión; que de la actuación le interesa todo aquello que hace que el espectador se olvide precisamente que lo que tiene delante es un actor… .
Estrany riu se acerca al estado de desesperación adolescente de su protagonista con la crudeza y evidencia de lo cierto. Pero sin drama o con el drama mitigado por la convivencia perezosa de las vacaciones, por el fluir de la misma vida. Sin tragedia, decíamos, y muy lejos de los estereotipos, las frases hechas o el ritual descubrimiento del sexo al que siempre se pliegan las películas sobre eso llamado adolescencia. Y es ahí, en la duda, en la revuelta, en el borrado de los clichés, en el duermevela del tiempo de ocio, del tiempo detenido, donde la película se hace grande e imagina con una claridad por momentos cegadora y subyugante una historia de amor tan perfectamente real como imaginada, tan bella como turbadora y plena. Y mientras el río pasa. Y mientras, la vida duele. Sin duda, y hasta el momento, el debut español del año.
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Dirección: Jaume Claret Muxart. Intérpretes: Jan Monter, Nausicaa Bonnín, Jordi Oriol, Bernat Solé. Duración: 106 minutos. Nacionalidad: España.
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