<p><strong>Sánchez </strong>ha birlado la brújula a <strong>Feijóo</strong>. Como hizo con <strong>Casado</strong>. Con Casado parecía previsible: era bisoño, pasional y no escuchaba demasiado. Tampoco todos conocían del todo a Sánchez. Sánchez ha desquiciado a Feijóo. Como hizo con Casado y <strong>Rivera</strong>. Cada justificación que ha dado el PP para rechazar y luego manifestar su respaldo al decreto que incluye la subida de las pensiones es más débil que la siguiente. Por eso el enredo muestra a un Feijóo atrapado en la malla de Sánchez. Porque el PP no aporta argumentos que muestren una alternativa sino que gambetea para salir del qué dirán.</p>
Sánchez ha birlado la brújula a Feijóo. Como hizo con Casado. Con Casado parecía previsible: era bisoño, pasional y no escucha
Sánchez ha birlado la brújula a Feijóo. Como hizo con Casado. Con Casado parecía previsible: era bisoño, pasional y no escuchaba demasiado. Tampoco todos conocían del todo a Sánchez. Sánchez ha desquiciado a Feijóo. Como hizo con Casado y Rivera. Cada justificación que ha dado el PP para rechazar y luego manifestar su respaldo al decreto que incluye la subida de las pensiones es más débil que la siguiente. Por eso el enredo muestra a un Feijóo atrapado en la malla de Sánchez. Porque el PP no aporta argumentos que muestren una alternativa sino que gambetea para salir del qué dirán.
En el PP cuentan con que, en su balance de legislatura, los electores no evaluarán esta semana si ellos se suman a la foto. O sea, que el PP quiere pasar desapercibido. Y lo que es más inquietante, cree que lo va a conseguir. Sánchez ya boleteó ayer en Valencia. Dijo que los vaivenes de Feijóo demuestran que «no le importan nada los pensionistas». Si Feijóo piensa que por apoyar el decreto y convertir a Junts en su interlocutor ante Sánchez, Sánchez va a renunciar a su narrativa, el último que apague la luz. Ya se escucha la carcajada hueca y fingida de Sánchez en el Hemiciclo: «Así que usted, señor Feijóo, decidió apoyar la subida de las pensiones para fastidiarme…».
El PP no debió argüir como pretexto el palacete parisino en la primera votación -ni es un asunto de calado ni de principios; era una añagaza- sino su condición de oposición: «Cuando nos llamen, nos lo cuenten y nos consulten, nos lo pensamos. Somos el partido que representa a la mayoría de los españoles y usted contorsiona cada día. Punto». Además, el PP no calculó que Puigdemont deseaba reconciliarse con Sánchez: si no lo hace, no manda. El PP debió ahorrarse explicaciones, pero se anudó los tobillos y admitió que ya que se aprobará, asiente [el miedo al cordón sólo trae más cordón].
Los preocupantes síntomas de desquiciamiento aparecieron con el giro y retruécano del día siguiente: «Sánchez quería que votásemos en contra, pero no vamos a ayudarle. Toda posición era defendible, y hemos escogido la que menos quería él». Los ‘populares’ consideran que votar a favor de los decretos impide que Sánchez les señale y critique, que es lo que realmente quiere; y lo que el PP teme. De modo que el PP se lo pone difícil a Sánchez sosteniéndolo.
El origen del desquiciamiento y desorientación es anterior. En la campaña de 2023, la periodista orgánica Intxaurrondo manipuló capciosamente una respuesta de Feijóo a propósito de la revalorización de las pensiones. Feijóo renunció a su defensa y el PP quedó neutralizado: no tiene nada que aportar. Ni siquiera reivindica un nuevo pacto de Toledo [en 2011, el Fondo de Garantía acumulaba 66.815 millones, hoy tiene apenas 9.000].
Feijóo insistió: «Sánchez esperaba y deseaba que hiciésemos lo contrario de lo que vamos a hacer, votaremos a favor para no hacer el juego a su demagogia». Abrasivo, Sánchez ha conseguido que Feijóo se mueva por impulsos primarios o condicionados. La nueva izquierda anticipó a finales del siglo XX la sociedad de microfracturas múltiples. Ofreció incentivos selectivos -e incompatibles- por estratos, gremios y grupos sociales y de edad. El centro reformista se incorpora al mainstream y renuncia a su naturaleza, proponer una alternativa orgánica de gran sociedad. Y lo que es más desasosegante: renuncia a los jóvenes, al futuro. Sánchez valoró ufano desde Valencia: «Hasta el 2027 y más allá». Sólo le faltó lanzar bonobuses al aire.
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