<p><i>Feliz final</i>, la espléndida novela de <strong>Isaac Rosa</strong>, se articula sobre un mecanismo narrativo muy claro: cuenta la historia de una pareja empezando por su final y terminando por su principio. <i>Feliz final </i>empieza con la separación y termina con el enamoramiento. Rosa quiere contar cómo funcionan ambas cosas y lo logra. El orden es literariamente muy relevante y conceptualmente intrascendente. El final de <i>Feliz final </i>es el principio de la historia pero es el final del libro. El autor se responsabiliza de ambos. En <i>Nosotros</i>, la adaptación cinematográfica de esta novela, dirigida por <strong>Helena Taberna</strong>, el dispositivo se disuelve bastante. La película tiene, eso sí, la decencia de no aprovecharlo para colarnos algo que odio: un final abierto.</p>
No soporto los finales abiertos. Me parecen un acto de pereza autoral que en algunos casos linda con la soberbia. Un narrador que me niega el final de la historia es muchas cosas y casi ninguna de ellas me gusta
Feliz final, la espléndida novela de Isaac Rosa, se articula sobre un mecanismo narrativo muy claro: cuenta la historia de una pareja empezando por su final y terminando por su principio. Feliz final empieza con la separación y termina con el enamoramiento. Rosa quiere contar cómo funcionan ambas cosas y lo logra. El orden es literariamente muy relevante y conceptualmente intrascendente. El final de Feliz final es el principio de la historia pero es el final del libro. El autor se responsabiliza de ambos. En Nosotros, la adaptación cinematográfica de esta novela, dirigida por Helena Taberna, el dispositivo se disuelve bastante. La película tiene, eso sí, la decencia de no aprovecharlo para colarnos algo que odio: un final abierto.
No soporto los finales abiertos. Me parecen un acto de pereza autoral que en algunos casos linda con la soberbia. Un narrador que me niega el final de la historia es muchas cosas y casi ninguna de ellas me gusta. Me molesta profundamente tanto que me den la libertad de elegir yo el final de una película como que me sugieran que realmente no hay tan elección: si fueses listo, listo de verdad, sabrías que este (no) final que te he dado no da lugar a dudas. Porque cualquiera con cerebro sabe lo que significa el final (¿final?) de Los Soprano o la maldita peoncita de Origen, ¿verdad? Con frecuencia a sus autores les preguntan por esos cierres en vilo y ellos, por supuesto, están encantados de que su ocurrencia siga, años después, dando que hablar.
Imagino que los primeros finales abiertos fueron percibidos como originales, vanguardistas y retadores. A día de hoy, lo último que quiero es salir del cine dudando sobre si el protagonista era el héroe o el villano o sobre si su historia era real o imaginada. Lo importante no es si Sandra, la protagonista de Anatomía de una caída es culpable o inocente de matar a su marido, sino si será condenada o absuelta en el juicio. Dar esa respuesta es un acto de valentía autoral, de respeto al pacto de ficción, de nobleza.
Pero si no voy a tener eso, prefiero un final claramente postizo, impuesto por un productor cobarde, que uno inexistente. En ese caso una respuesta penosa es más digna que una pregunta en el aire. Antes el humillante castigo a la villana en Atracción fatal que la duda sobre si el Patrick Bateman de American Psycho lo hizo o no lo hizo; mejor el edulcorado comieron perdices de Pretty Woman que eso que (no) ocurre al final de una película que se acaba de estrenar y que no mencionaré porque es posible que decir lo que acabo de decir ya sea el spoiler supremo. Empecé la película enamorado de ella y la terminé, más que divorciado, camino a la comisaría para ponerle una denuncia por estafa. O por vagancia. Dame un final, tía, qué te cuesta.
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