<p><a href=»https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2025/11/03/6908e82ae4d4d8ee2b8b4597.html»><strong>Gonzalo Celorio</strong></a> habita una biblioteca que tiene adjunta una estancia a modo de alcoba y otra más donde cocinar. En el centro de ese batiscafo de papel arma su propia literatura empujado y a veces zarandeado por las páginas de muchos de aquellos y aquellas a quienes admira y de quien ha extraído algunas claves para tocar el instrumento del idioma con manos propias. <strong>De esa pasión bibliófila le viene un gigante apetito de mundo</strong>. Y por ese mismo apetito de mundo toma conciencia su literatura. Una obra que se despliega en frentes compatibles y, tantas veces, compactos: <strong>novela, ensayo, crítica literaria…</strong> Al fin y al cabo, Gonzalo Celorio es un ciudadano hecho exactamente para leer y para escribir, de fuerte vocación docente con lo que eso supone de resistencia, de entusiasmo, de intemperie. Por dos años (2002-2004) dirigió una de las editoriales necesarias para entender mejor Latinoamérica: Fondo de Cultura Económica, fundada en 1934 por Daniel Cosío y Manuel Gómez con el afán original de proveer de libros en español a los estudiantes de la Escuela Nacional de Economía. En su catálogo hay más de 60 premios Nobel y treinta y tantos Premios Cervantes, escudería a la que se suma ahora Gonzalo Celorio. <strong>El séptimo de los mexicanos en recibirlo</strong>.</p>
Gonzalo Celorio habita una biblioteca que tiene adjunta una est
Gonzalo Celorio habita una biblioteca que tiene adjunta una estancia a modo de alcoba y otra más donde cocinar. En el centro de ese batiscafo de papel arma su propia literatura empujado y a veces zarandeado por las páginas de muchos de aquellos y aquellas a quienes admira y de quien ha extraído algunas claves para tocar el instrumento del idioma con manos propias. De esa pasión bibliófila le viene un gigante apetito de mundo. Y por ese mismo apetito de mundo toma conciencia su literatura. Una obra que se despliega en frentes compatibles y, tantas veces, compactos: novela, ensayo, crítica literaria… Al fin y al cabo, Gonzalo Celorio es un ciudadano hecho exactamente para leer y para escribir, de fuerte vocación docente con lo que eso supone de resistencia, de entusiasmo, de intemperie. Por dos años (2002-2004) dirigió una de las editoriales necesarias para entender mejor Latinoamérica: Fondo de Cultura Económica, fundada en 1934 por Daniel Cosío y Manuel Gómez con el afán original de proveer de libros en español a los estudiantes de la Escuela Nacional de Economía. En su catálogo hay más de 60 premios Nobel y treinta y tantos Premios Cervantes, escudería a la que se suma ahora Gonzalo Celorio. El séptimo de los mexicanos en recibirlo.
Tiene raíces en Llanes (Asturias) o muy cerca de Llanes. Pertenece a la generación que se confeccionó en la estela del boom (que todo lo ocupó). Celorio ha hecho senda un poco a su manera, sin tribu clara más allá de la amistad. Sus novelas circundan el tiempo del México que conoce y también aquel que fue y el resultado de esa cruce de caminos que se llama presente o se le dice tiempo de ahora. Celorio escribe sin prisa, con una certeza de que no hay que acelerar y es mejor que la escritura espere y a veces quede quieta. Entiende su país y la complejidad abultada de un México hecho de tantos cruces sucesivos. Y lo escribe con ternura. Y esta es otra manera de ir entendiendo a los otros. Sucede así en Amor propio (1991) o en El metal y la escoria (2014). Dos novelas que exhiben los puntales de su obra: el humor y la memoria. El ritual circulatorio de vivir y la liturgia en crudo del exilio. Y también la defensa del barroco americano como una contraconquista en Ensayo de contraconquista. Oportuno momento ahora que la presidenta Sheinbaum vuelve a exhibir el ánima de cañón con la insistencia del perdón español a la oxidada Conquista del siglo XVI.
A Celorio, nos parece, lo que le importa es contar a la gente cómo es la gente ahora. O las cosas de la gente de allá en este otro tiempo. Y escuchar y gozar de las singularidades del español mexicano. Eso está en su obra. Esa riqueza irónica, ese desafío semántico, esa hermosa obscenidad. Ese cervantino extravío.
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