<p class=»ue-c-article__paragraph»>Alas pocas semanas de acabar el libro que durante años había ido tejiendo sobre <strong>la historia de su familia</strong>, un cartero llamó inopinadamente a la puerta de la casa de <a href=»https://www.elmundo.es/opinion/2022/10/01/633753c0e4d4d888248b4570.html» target=»_blank»>Gutmaro Gómez Bravo</a>, catedrático de Historia de la Universidad Complutense de Madrid. «Medio siglo después de su muerte, tenía entre mis manos <strong>el expediente de mi abuelo</strong>. Llegaba con tres años de retraso, pero lo más sorprendente era que los responsables de los archivos me habían asegurado siempre que no tenían nada». Y sin embargo, le acababan de entregar <strong>un informe de 308 páginas</strong> que, tras leerlo, le obligó a volver sobre ‘<a href=»https://amzn.to/4jFGLcf» target=»_blank» rel=»nofollow»>Los descendientes. Un siglo de historia y memoria familiar</a>’, que acaba de publicar <strong>la editorial Crítica</strong>, para reescribirlo de nuevo.</p>
El historiador y catedrático de la Universidad Complutense se adentra en la historia de su familia para comprobar cómo la transmisión de los relatos orales está condicionada por las coyunturas políticas
Alas pocas semanas de acabar el libro que durante años había ido tejiendo sobre la historia de su familia, un cartero llamó inopinadamente a la puerta de la casa de Gutmaro Gómez Bravo, catedrático de Historia de la Universidad Complutense de Madrid. «Medio siglo después de su muerte, tenía entre mis manos el expediente de mi abuelo. Llegaba con tres años de retraso, pero lo más sorprendente era que los responsables de los archivos me habían asegurado siempre que no tenían nada». Y sin embargo, le acababan de entregar un informe de 308 páginas que, tras leerlo, le obligó a volver sobre ‘Los descendientes. Un siglo de historia y memoria familiar‘, que acaba de publicar la editorial Crítica, para reescribirlo de nuevo.
Y eso, explica el historiador en conversación con este periódico, le ayudó a comprender que reconstruir el pasado sólo a través de la memoria de los protagonistas, sin contrastarla con los archivos, «puede ser pernicioso». La historia, explica, «está condicionada por el presente de las personas. La coyuntura política, en el caso de las dictaduras, es determinante, y si desde el poder te exigen silencio y olvido para poder sobrevivir, estás obligado a mentirte. Y a mentir. Si no comprendemos las razones por las que muchos quisieron olvidar, seguiremos utilizando políticamente el pasado».
En su familia, a lo largo de cuatro generaciones, se daba por hecho que su abuelo había sido depurado por el régimen franquista, pero lo que no podía suponer nadie es que las razones eran bien distintas de las que se habían ido contando de padres a hijos. En ese momento, sufrió una fuerte contradicción. Hacía años que Gómez Bravo había iniciado una investigación sobre su pasado familiar para que sus padres, ya enfermos, confrontasen sus propiosrecuerdos con hechos que habían quedado perdidos entre los pliegues de la historia. Y rendirles homenaje. Pero aquel informe… «Tengo delante», escribe, «el primer pliego de descargo, firmado de puño y letra por mi abuelo, aunque podría ser de cualquier otra persona. Es un completo desconocido para mí, mucho más duro y arrogante, más cerca del golpe de lo que jamás había creído. En apenas cuatro hojas, proyectaba una enorme sensación de poder, alimentada con todo el miedo y la obediencia que había sido capaz de acumular en apenas diez meses de guerra. Descubrir algo así, aunque haya pasado tanto tiempo, no es fácil de asumir (…) Pensaba que, como tantos otros, había sido habilitado después del golpe; pero no, no fue así. Aunque me cueste aceptarlo, se presentó una semana antes; lo sabía de antemano, estaba dentro de aquella trama civil que mencionaba el propio general Mola en sus Instrucciones reservadas«.
«La generación de mis hijos se acerca a la historia de manera fragmentaria, sin un relato contextualizado. El presentismo en el que se han instalado las sociedades avanzadas no sabe de ciclos ni de fases, sino de acontecimientos que cobran dimensión por su capacidad viral. De lo contrario no existen»
Gutmaro Gómez Bravo
La experiencia de Gómez Bravo, autor de una larga producción historiográfica sobre la reciente historia de España y uno de los jóvenes historiadores de referencia, le lleva a reflexionar sobre el valor de los relatos memoralísticos como fuente historiográfica. Y no sólo por la utilización política interesada (Julio Aróstegui, de quien fue discípulo, se escandalizaría por la deriva que ha tomado el concepto de memoria histórica), sobre todo desde la aprobación en 2007 de la primera de las leyes promulgadas por los gobiernos del PSOE, sino porque de no ser contrastados esos relatos con la verdad histórica que reflejan los archivos, se puede transmitir a las futuras generaciones unos hechos que reproduzcan los tópicos y contribuyan a la polarización de la sociedad. «La generación de mis hijos», explica, «se acerca a la historia de manera fragmentaria, sin un relato contextualizado. El presentismo en el que se han instalado las sociedades avanzadas no sabe de ciclos ni de fases, sino de acontecimientos que cobran dimensión por su capacidad viral. De lo contrario no existen. El efecto más grave de esta colisión es la politización y la instrumentalización digital de esos acontecimientos. La batalla por el pasado ha entrado en una guerra cultural (…) Y ese pasado del que nunca se hablaba antes en las familias sirve hoy de decorado permanente a las plataforma digitales, educativas y políticas».
El problema, concluye Gómez Bravo, también director del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y el Franquismo, es que en España hay muchos archivos inaccesibles. «Todos hablan de la memoria histórica y de la buena relación que debemos mantener con nuestro pasado, mientras que hay aún un montón de papeles que continúan siendo reservados, pese a que ya no representan ningún peligro para la seguridad del Estado. Miles de documentos que ni siquiera están catalogados y que impiden que los españoles, no sólo los especialistas, puedan acceder a la historia de su familia y a un pasado común que compartimos todos. Porque es necesario contrastar recuerdos y documentos, ya que los hechos se mezclan y recomponen con el paso del tiempo».
A pesar de que la instrucción de la depuración de su abuelo sigue siendo reservada, en el expediente está parte de la verdad que su familia ignoró siempre. «Veo», escribe, «la firma del general Mola, que aprobó su excedencia una semana antes de la llegada de la República (…) Veo la firma de Queipo de Llano, que nombró a mi abuelo jefe de Investigación y Vigilancia de Cádiz. Sigue siendo hoy algo absolutamente desconocido en mi familia. Ayer mismo recibí un mensaje de mi primo, también historiador, en el que adjuntaba la orden de su expulsión de 1938, invitándome a que lo reivindicara como una víctima de la guerra. Toda su vida ha creído lo que le contó su padre«.
Cultura