<p class=»ue-c-article__paragraph»>Tenías que verla moverse por su galería de la calle Doctor Fourquet, vecina del Museo Reina Sofía, con ramalazos de elfa listísima que hablaba en alemán un español de declamación desgarrada. Llegó a España a los 21 años, poco después se casó con el arquitecto Jaime de Alvear y conoció a la galerista francesa Juana Mordó. Ésta le dispensó el primer trabajo en Madrid y al arte contemporáneo llegó por invitación de su psiquiatra. <strong>Eran los años 80 cuando se puso al frente de la galería de su maestra, aunque ella coleccionaba desde antes.</strong></p>
La modernidad de España le debe algo. No es deuda, sino gratitud. La cultura mejor se hace con gente así, capaz de poner el cuerpo y el dinero por delante
Tenías que verla moverse por su galería de la calle Doctor Fourquet, vecina del Museo Reina Sofía, con ramalazos de elfa listísima que hablaba en alemán un español de declamación desgarrada. Llegó a España a los 21 años, poco después se casó con el arquitecto Jaime de Alvear y conoció a la galerista francesa Juana Mordó. Ésta le dispensó el primer trabajo en Madrid y al arte contemporáneo llegó por invitación de su psiquiatra. Eran los años 80 cuando se puso al frente de la galería de su maestra, aunque ella coleccionaba desde antes.
Generosa, difícil, osada, con un vicio de ritmo alegre y feliz, ha dejado consolidada una de las mejores colecciones de Europa, alojada en el Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear en Cáceres, uno de los mejores de Europa. Antes ofreció ese mismo ajuar a Madrid, Córdoba, Vigo, Granada, San Sebastián. Más de 3.000 piezas, muchas formidables, de artistas de todos los registros a todos los continentes, de todos los soportes a todas las técnicas. El siglo XX y el XXI con un loco entusiasmo.
En 1982 formó parte del equipo fundacional de Arco y desde entonces en su stand desplegba algunas de las propuestas más exigentes de la feria. En ocasiones con una desafiante transparencia. En su manera de entender el arte había un voluble frenesí, una bandera de amor, un milagro cenital. De las cuatro four fabs es la primera en abandonar este mundo. ¿Quiénes son las demás? Ella y Soledad Lorenzo. Ella y Juana de Aizpuru. Ella y Elvira González. Entre las cuatro cifraron durante décadas el arte que se hacía y se vendía aquí. Corajuda y carismática podía contagiar a cualquiera su pasión. Llevaba por ojos dos pequeños proyectiles casi verdes. Y por delante, las gafas de ver.
Cuando alguien pregunte, ahora o dentro de mil años, cuándo empezó este país a entender el arte contemporáneo habrá que decir la verdad: después de mucho tiempo, y esfuerzo, y dinero, y salud, y batalla, de (entre otras) Helga de Alvear, que llevó siempre el presente en la mano aunque casi nadie la entendiese. A los periodistas nos trató por costumbre muy bien, con severidad delicada y oportuna.
La modernidad de España le debe algo. No es deuda, sino gratitud. La cultura mejor se hace con gente así, capaz de poner el cuerpo y el dinero por delante. Escogió el lugar de los que apuestan sin mirar la distancia del salto ni el vacío de abajo. Si eso no es un regalo…
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