<p>Tan solo un críptico +x y una anotación: «20 años después de mi muerte». Hilma af Klint (1862-1944) tenía 70 años cuando entendió que su obra no sería comprendida, que pintaba para el futuro. Su abstracción no es estética o filosófica sino mística, casi astral: se adentra en dimensiones ocultas, la de las vibraciones, los espíritus guardianes, los seres misteriosos de la naturaleza, los chakras, los átomos, la alquimia… Af Klint quiso que su legado no se mostrara hasta pasados 20 años de su muerte, pero se equivocó. Tendría que esperar casi un siglo. Y el momento ha llegado.</p>
Su retrospectiva de 2018 en el Guggenheim de Nueva York fue la más vista de la historia del museo. Ahora despliega su universo místico en España
Tan solo un críptico +x y una anotación: «20 años después de mi muerte». Hilma af Klint (1862-1944) tenía 70 años cuando entendió que su obra no sería comprendida, que pintaba para el futuro. Su abstracción no es estética o filosófica sino mística, casi astral: se adentra en dimensiones ocultas, la de las vibraciones, los espíritus guardianes, los seres misteriosos de la naturaleza, los chakras, los átomos, la alquimia… Af Klint quiso que su legado no se mostrara hasta pasados 20 años de su muerte, pero se equivocó. Tendría que esperar casi un siglo. Y el momento ha llegado.
El Guggenheim de Bilbao inaugura su gran exposición de la temporada: Hilma af Klint, simplemente. Patrocinada por Iberdrola, se podrá ver hasta el 2 de febrero de 2025 y viene precedida del monumental éxito de la retrospectiva de 2018 que le dedicó el Guggenheim de Nueva York. Aquella antológica titulada Paintings for the future (Pinturas para el futuro) fue la más vista en la historia del museo, con un récord de más de 600.000 visitantes y ha supuesto la consagración definitiva de la artista, después de que el Moderna Museet de Estocolmo la rescatara en 2013, con una exquisita muestra que después se vio en el Picasso de Málaga.
Hilma af Klint en su estudio de Hamngatan en Estocolmo.
«Mientras que sus contemporáneos publicaban manifestos y exponían su obra por doquier, Af Klint se consagraba a la creencia de que el arte es capaz de albergar valores espirituales, al tiempo que mantenía sus innovadoras pinturas prácticamente en secreto», explica Tracey R. Bashkoff, directora de colecciones del Guggenheim neoyorquino y comisaria de la muestra de 2018 y de la actual, junto a Lucía Agirre del museo bilbaíno. Y es que Af Klint se adelantó casi una década a la abstracción oficial de Kandinsky, aunque nadie lo supo: pintaba prácticamente aislada en Estocolmo, rodeada de sus amigas, otras artistas y miembros de la sociedad teosófica de la que ella misma formó parte.
«Todavía hay mucho por descubrir de Hilma af Klint. Dejó un material ingente que aún no está lo suficientemente trabajado. Tal vez mucho de lo que hoy creemos quede obsoleto dentro de 20 años», admite Agirre. Af Klint legó más de mil obras y 13.000 documentos a su sobrino Erik y su familia ha respetado y conservado ese descomunal legado con un único fin: darlo a conocer al mundo. «No hay cuadros de Af Klint en el mercado. Prácticamente todas pertenecen a la familia, que ha mantenido unido el núcleo de la obra», señala Agirre.
Af Klint pintaba por series, siendo Pinturas para el templo la más extensa, con 193 piezas que empezó en 1906 (mucho antes de la primera abstracción de Kandinsky) y terminó en 1915. «Trabajaba por series, que luego subdividía en otras subseries», señala Bashkoff. Y en las sinuosas salas del Guggenheim, que muestra más de 160 obras, se pueden ver algunos de sus lienzos más espectaculares.
‘Evolución, Serie WUS/La estrella de siete puntas, Grupo VI’ (1908) de Hilma af Klint.
La antológica se abre con uno de sus primeros cuadros, clásico, posimpresionista: Paisaje estival (1888), que pintó en su último año en la Academia de Bellas Artes de Estocolmo. Y luego viene la ruptura sin paliativos: ese universo mistérico de colores y formas etéreas que se entrelazan con el más allá, lo inmanente, el cosmos.
Esa ruptura está estrechamente vinculada con las sesiones de espiritismo que Af Klint organizaba con Las Cinco, un grupo de artistas y buscadoras de otras realidades espirituales: Cornelia Cederberg, Sigrid Hedman, Mathilda Nilsson y Anna Cassel. A Cassel la conoció de adolescente y se sospecha que mantuvieron una relación sentimental. «Su biógrafa Julia Voss deja abierta la posibilidad de una relación con Anna y otras personas… Pero Hilma nunca lo dejó escrito y sería entrar en especulaciones y cuestiones de su vida privada», matiza Agirre.
En sus séances, Las Cinco solían vestirse con largos vestidos estilo sacerdotisas y se reunían frente a un altar pintado por la propia Af Klint con una rosa y una cruz, símbolo del rosacrucismo. Juntas se comunicaban con seres de otras dimensiones (con nombres como Ananda, Gregor, Amaliel) y los Grandes Maestros: Pinturas para el templo fue uno de sus encargos.
En los lienzos de Af Klint hay todo un sistema de símbolos ocultos que ella misma explicó en sus cuadernos, aunque no arrojan demasiada luz a su interpretación: la letra u representa el mundo espiritual, mientras la w alude a la materia; el amarillo y las rosas rompen todos los tópicos y encarnan la masculinidad mientras que el azul y los lirios son propios de lo femenino. Sus cuadros están llenos de espirales, metáfora de la energía que fluye, de la evolución, del desarrollo… Pero no hay que buscar explicación racional frente a los monumentales Los diez mayores de más de tres metros, tan sólo sumergirse en sus azules pálidos, sus naranjas de fuego, sus lilas evanescentes… «En 1907 Hilma sintió una revelación que le invitaba a crear 10 cuadros de belleza paradisíaca que dieran al mundo una visión de las cuatro etapas de la vida del hombre: infancia, juventud, madurez y ancianidad», cuenta Agirre. Y los pintó al temple, técnica renacentista, en apenas dos meses.
‘Retablo, Retablos, Grupo X’ (1915) de Hilma af Klint.
La fascinación contemporánea por Af Klint viene por ese shock, por el desconcierto que produce una obra demasiadas décadas oculta. Y con razón. Hasta 1986 no llegó la exposición seminal The Spiritual in Art: Abstract Painting 1890-1985 a Los Ángeles, capital de lo New Age, y no gustó a todo el mundo… Basta leer la reseña del incisivo crítico Hilton Kramer, que redujo la obra de Klint a «diagramas coloreados»: «Concederles un lugar de honor junto a la obra de Kandinsky, Mondrian, Malévich y Kupka, en la sección dedicada a los pioneros de la abstracción, es absurdo. Af Klint simplemente no es una artista de esa categoría y me atrevería a decir que nunca se le habría dispensado un tratamiento tan excesivo si no hubiera sido mujer». Sus pinturas astrales tuvieron que esperar a otro milenio. Y hoy vuelve a ser la sacerdotisa del templo. Y del Guggenheim.
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