<p>Harina, azúcar, aceite de oliva virgen, ajonjolí y matalauva. No hay más, pero tampoco menos, detrás de la torta crujiente y redonda que hace 115 años empezó a vender en Castilleja de la Cuesta (Sevilla) una mujer de nombre Inés y apellido Rosales acuciada por la necesidad de sacar adelante a sus hijos y a su marido enfermo y que hoy se vende <strong>por millones</strong> desde Estados Unidos y Canadá hasta Australia, pasando por Reino Unido, Alemania o Francia. Por millones, sí, no es una exageración. La empresa que recogió el legado de aquella mujer y que hoy produce sus tortas en una gran nave industrial en Huévar del Aljarafe vendió el año pasado once millones de esas obleas redondas y tostadas con su característica capa azucarada.</p>
Su fundadora, a la que debe su nombre, empezó en 1910 a hornear y vender su receta familiar por necesidad y hoy sus números tienen seis ceros: 19 millones de facturación y 11 millones de tortas vendidas por todo el mundo. El reto es seguir creciendo e innovando sobre la base de la tradición
Harina, azúcar, aceite de oliva virgen, ajonjolí y matalauva. No hay más, pero tampoco menos, detrás de la torta crujiente y redonda que hace 115 años empezó a vender en Castilleja de la Cuesta (Sevilla) una mujer de nombre Inés y apellido Rosales acuciada por la necesidad de sacar adelante a sus hijos y a su marido enfermo y que hoy se vende por millones desde Estados Unidos y Canadá hasta Australia, pasando por Reino Unido, Alemania o Francia. Por millones, sí, no es una exageración. La empresa que recogió el legado de aquella mujer y que hoy produce sus tortas en una gran nave industrial en Huévar del Aljarafe vendió el año pasado once millones de esas obleas redondas y tostadas con su característica capa azucarada.
Cada día salen de las instalaciones de Inés Rosales 300.000 tortas de aceite, todas iguales pero, al mismo tiempo, diferentes. Iguales porque están hechas a partir de la misma masa, con la receta original, y diferentes porque cada una de ella se amasa a mano. Para ser más exactos, a 26 manos, las de las trece labradoras que imprimen su sello personal justo antes de que el producto pase por el horno. Son trece mujeres que preservan la tradición y garantizan una de las señas de identidad de la marca, la artesanía, la autenticidad.
En la moderna fábrica de Inés Rosales se han industrializado muchos procesos, hay un robot que empaqueta las tortas, las mete en cajas y forma los palés que luego vuelan o navegan hacia los estómagos de sus consumidores. Hay un escáner que radiografía cada torta y un horno gigantesco totalmente mecanizado. Pero hay fases de la fabricación que son (y serán) cien por cien manuales.
Lo tuvo claro, desde el principio, el presidente de la compañía, Juan Moreno, hoy retirado de la primera línea a sus 80 años, cuando sacó de la quiebra a Inés Rosales en 1985 y enderezó el rumbo de una empresa que navegaba sin brújula y subsistía a duras penas. Lo del lenguaje naval no es un capricho porque Moreno, antes que empresario y fabricante de tortas, fue marino mercante.
Sucedió que aquel marino dejó en aquellos días la que había sido su profesión (para estar más cerca de su familia) y probó suerte en los negocios. A sus oídos llega que Inés Rosales, la de las tortas de su infancia, pasaba por apuros y estaba a la venta y compra la empresa antes, incluso, de ver la fábrica.
Lo recuerda hoy Ana Moreno, hija de Juan, Brand Manager de la compañía y una de los cinco propietarios que se reparten el accionariado -el padre y los cuatro hermanos Moreno- de Inés Rosales. No siempre fue así, puesto que en los primeros años Moreno tuvo otros socios, tres, que invirtieron juntos en aquella aventura y a los que paulatinamente les fue adquiriendo sus acciones hasta que la empresa fue enteramente familiar, un carácter que, asegura la hija, no va a perder.
Aunque eso no significa que la gestión no sea profesional, añade. De hecho, la profesionalización de la dirección es uno de los caminos que ha emprendido la compañía y el director general, el máximo ejecutivo, Juan Carlos Espinosa, no pertenece a la familia propietaria.
Lo primero que hizo el nuevo dueño de Inés Rosales fue modernizar la fábrica primitiva, situada (como aún reza en los envoltorios parafinados) en la calle Real de Castilleja de la Cuesta, donde empezó todo. Moreno reseteó la producción y devolvió a aquellas tortas su esencia, el secreto de su éxito. «Llegó a retirar las tortas que había en las tiendas», recuerda su hija, para sustituirlas por las de la receta original. Acertó.
En 1991, explica el director general, llegó el punto de inflexión en la historia más reciente de Inés Rosales con el traslado, desde Castilleja de la Cuesta, a una nueva planta, la actual, en la cercana localidad de Huévar del Aljarafe, lo que permitió duplicar la producción y la plantilla y supuso el despegue de la compañía. Aquello implicó una inversión de cinco millones de euros que se tradujo en las instalaciones actuales, que ocupan una superficie de 14.000 metros cuadrados y que la empresa ya se plantea volver a aumentar.
La capacidad de producción está casi al límite, explica Espinosa, y el futuro pasa por una ampliación de la planta que ya está decidida y diseñada. Las obras deben comenzar en 2026 y cuando estén terminadas, en 2028, la fábrica de tortas de aceite que Inés Rosales hace 115 años fundó en el horno de la panadería de su pueblo alcanzará los 22.000 metros cuadrados tras una inversión que se estima que oscile entre los seis y los ocho millones de euros.
Esas instalaciones renovadas y ampliadas podrán fabricar hasta el doble de lo que hoy sale de la planta de Huévar y posibilitará, según los planes de la empresa para los próximos años, que las ventas crezcan a dos dígitos. En concreto, detalla el máximo ejecutivo de Inés Rosales, el objetivo es un incremento del 10% cada uno de los tres siguientes años y «a partir de ahí, ya se vería», añade.
El nuevo estirón de Inés Rosales no es un capricho, sino una necesidad que viene dada, apunta Ana Moreno, por las expectativas de crecimiento de ventas sobre todo en los mercados extranjeros, en los que las tortas de aceite son muy apreciadas y llevan estando presentes desde casi el mismo momento en el que el patriarca y presidente tomó las riendas.
Ya en el año 2000, las tortas empiezan a venderse más allá de las fronteras españolas. Alemania, Francia, Reino Unido… Pero, sobre todo, Estados Unidos, adonde llegan entre 2005 y 2006, aunque es en 2007 cuando los americanos comienzan, de verdad, a comprarlas y comerlas, hasta el punto de que el 75% de todas las tortas que se venden en el extranjero se consumen en América del Norte, Estados Unidos y, también, Canadá.
Aunque el 80% de la producción se vende en España, la ambición de la compañía sevillana es equilibrar los porcentajes aumentando el 20% actual de ventas exteriores. Estados Unidos, donde la compañía tiene filial propia, tiene capacidad de crecer (a pesar de los aranceles impuestos por Trump) así como los casi 30 países más a los que se exporta (incluida Australia), pero Inés Rosales tiene la vista puesta, sobre todo, en sus mercados europeos. Sin olvidar España, donde aspira a que la «humilde» torta de aceite entre, con todos los honores, en el circuito gastronómico gourmet.
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