<p>En una industria musical plagada de artistas que parecen sacados de una fotocopiadora resulta toda una alegría cuando destaca alguien que se sale de esos cánones. Es lo que está pasando con Lara Fernández (Jerez de la Frontera, 2003), más conocida como <strong>Judeline</strong>.</p>
En una industria musical plagada de artistas que parecen sacados de una fotocopiadora resulta toda una alegría cuando destaca alguien que se sale de esos cánones. Es lo que está
En una industria musical plagada de artistas que parecen sacados de una fotocopiadora resulta toda una alegría cuando destaca alguien que se sale de esos cánones. Es lo que está pasando con Lara Fernández (Jerez de la Frontera, 2003), más conocida como Judeline.
Su alias artístico surge de una pequeña anécdota familiar. Antes de nacer sus padres barajaron dos nombres que ponerle: Lara, si el bebé era niña, y Jude, si llegaba un niño. Puede parecer extraño en una casa gaditana, pero cobra sentido al conocer que era un homenaje a Hey Jude, la canción de Los Beatles, la preferida de su progenitor. Cuando Lara empezó a escribir y publicar sus propios temas quiso rescatarlo y así tomó vida el aka que ahora la acompaña.
Alizzz, productor de C. Tangana, la puso en el radar al incluirla en su proyecto Desclasificados en 2020 y Rosalía alguna vez ha hablado maravillas de ella. Muchas veces comparan a ambas por sus voces intimistas y su ansia por experimentar. La música de Judeline fusiona el folclore con el pop alternativo. El resultado son unas melodías que te atrapan bajo letras que hablan del amor o la cotidianidad.
«Me siento súper agradecida de que la gente tenga confianza y una ilusión puesta en mí, de que haya una premonición de que algo va a ocurrir conmigo. Pero por mucha expectativa que haya, pasará lo que tenga que pasar», dice con una madurez sorprendente a sus 21 años. «A veces es algo un poco raro porque piensas: ‘Imagínate que no quiero ser una diva del pop o que no quiero seguir como ahora’. Yo confío un montón en mi proyecto y ojalá salga todo para adelante, pero creo que el éxito es muy relativo y que hay muchas formas distintas de tenerlo», añade.
Aunque ese pensamiento tan terrenal no le acompaña de siempre. Hasta hace cosa de año y medio mostraba una ambición desmedida por triunfar llenando estadios al estilo de divas como Lady Gaga o Katy Perry. Creció en Los Caños de Meca, una localidad gaditana turística que en invierno se vaciaba. Era la única niña de su edad y vivía soñando con un futuro de logros lejos de allí. Así, a los 17 años le dijo a sus padres que se mudaba a Madrid para estudiar el Bachillerato de Artes. «Luego me vine y no pisé la clase. Estaba todo el día metida en estudios, colándome donde me dejasen, enseñando mi música, preguntando si podía escribir a alguien… Yo era la pesada. La niña que estaba en todos lados queriendo hacer algo. Cuando vine ya tenía fichado a todo el mundo. O sea, yo he pasado tanto tiempo sola allí, sin gente que tuviera las mismas pasiones que yo, que de mirar Instagram ya sabía quién le hacía las fotos a quién, quién era el mánager de quién… Pero claro, nadie sabía quién era yo», contaba a EL MUNDO en 2023.
«La verdad es que me da pena pensar que eso ha cambiado un poco», comienza reflexionando. «Es cierto que vine a lo que vine y estaba súper convencida y tenía muchísima ambición, pero el final del disco me ha dejado un poco trastocada. Me ha hecho ver la parte mala de lo que es la industria o el ser artista. Te das cuenta de que hay mucho estrés y de que tienes que estar muy fuerte mentalmente. Por eso ahora estoy más relajada y en el a ver qué pasa. Creo que quiero tomármelo con calma», asegura.
El disco del que habla es Bodhiria, su álbum debut. Compuesto por 12 canciones y publicado este viernes, lleva gestándose dos años. Se trata de un trabajo conceptual en el que se pone en la piel de AngelA, un alter ego que habita una especie de limbo donde batalla con los sentimientos propios de una separación y el miedo a ser olvidada.
«Me decidí por un disco conceptual porque creo que una obra es más bonita cuando forma un conjunto y no es sólo un single tras otro. Creativamente también ayuda mucho tener una historia o una línea de continuidad», aclara. Sobre esa temática tan particular, explica que fue el propio álbum quien le dio la pista. «A medida que iba escribiendo veía que tenía muchas canciones donde conceptos como la religión, la espiritualidad o el amor tóxico se repetían. Honestamente, sentí que estaba recibiendo un mensaje de mis propias letras. Ahí empecé a crear el universo».
En este sentido, defiende que si uno lee sus letras de arriba a abajo quizás no diga que es un disco espiritual pero sí cree que la música es «muy mística». «Yo percibo una conexión espiritual y me ayuda. Siento que es algo que siempre ha estado y me ha acompañado, que lo he tenido presente en casa. Pero no sabría ni clasificarlo, ni ponerle nombre ni cara. Es algo que simplemente está ahí», detalla.
No tiene problema en reconocer que le gustaría que este trabajo sirviera para posicionarla aun más como artista en España, pero sí destaca el objetivo de lograrlo manteniéndose fiel a sí misma y a ese estilo que le ha llevado a triunfar con canciones como Canijo, ‘2+1’ o ‘Romero Santo’, esta última en colaboración con el granadino Dellafuente. Hablando de featurings, en el ámbito internacional participó en el aplaudido disco del productor puertorriqueño Tainy.
«Mi álbum no es un disco para pegarse. Siento que es experimental aunque no café para los muy cafeteros. Creo que he encontrado un equilibrio y que hay varios temas que mantienen mi esencia, pero en los que me he atrevido a probar cosas que no había hecho hasta ahora», dice.
JOSÉ AYMÁ
El mejor ejemplo de ello podría ser Joropo, un single con un trasfondo muy personal donde se prueba en el género venezolano que lleva el mismo nombre. Por primera vez, deja de cantar susurrando y proyecta su voz mientras frasea Ay, de mi corazón, que yo para qué lo quiero, si no es de tu posesión.
«Fue muy lindo grabarlo porque se vino mi padre a tocar el cuatro [un instrumento de cuerdas de origen venezolano] y también grabamos unas voces. Estaba súper ilusionado y fue adorable», recuerda.
La figura de su progenitor, un músico no profesional, es indispensable para entender la carrera e influencias de Judeline. Él se crio en Venezuela y trajo al hogar sonidos, palabras y gestos propios del estado sudamericano. «Aunque yo nunca haya estado, es un país al que le tengo muchísimo cariño. Cuando él vivía allí eso era un paraíso. Me ha contado historias y anécdotas infinitas. De algún modo forma parte de mí», cuenta con emoción.
Además, fue su padre quién le acercó este mundo cuando era una niña. «A ver, yo soy un poco cateta. No he estudiado música, ha habido pinceladas autodidactas. Cuando era pequeñita veía a mi padre componiendo y escribiendo letras y normalicé que era algo que se podía hacer. Luego él me enseñó a tocar el cuatro, a tocar la guitarra… Pero, ya te digo, cuatro acordes que me han servido para componer. Ahora que tengo la oportunidad y el dinero me encantaría formarme musicalmente porque es algo que no me pude permitir de pequeña», detalla.
Aunque aclara que ese conocimiento es algo que admira muchísimo en otros, sí cree que su falta de formación musical a veces la ha ayudado más que ha resultado un hándicap. «A la hora de crear ha hecho que me pueda salir de muchas reglas sin darle vueltas, me ha dado mucha libertad creativa«, dice.
En su primer disco cuenta con Tuiste y Mayo, sus productores habituales. Pero también aparece el nombre del magnate Rob Bisel, quien ha trabajado anteriormente junto a artistas mundiales como Kendrick Lamar, SZA o Kanye West. Tampoco faltan Rusowsky, Drummie y Ralphie Choo, miembros del colectivo Rusia IDK y cuyas carreras han progresado de forma paralela. «Me hace ilusión que se me meta en el mismo saco que a ellos porque para mí son el futuro. Ralphie, por ejemplo, me parece de las mentes más prodigiosas que hay en este país. Verle trabajar es como ver a un mago y todos nos conocimos muy chiquititos», comienza señalando sobre su relación con otro de los artistas revelación del momento.
«En mi primer año en Madrid le conocí por Instagram y fui a su casa a producir cosas juntos. Allí conocí al resto y, de pronto, hemos ido creciendo. Siento que hemos vivido distintas cosas a la vez. Y, sobre todo con Ralphie, he sentido mucha conexión a la hora de procesar lo que es esta industria y que la gente ponga muchas expectativas en ti. Me he apoyado mucho en él y me ha ayudado mucho escuchar su opinión y sus problemas», detalla.
Volviendo a esos momentos duros de los últimos meses, recuerda especialmente una noche durante su gira europea con el reguetonero colombiano J Balvin, al que acompañó en más de 20 fechas. «Fue una experiencia súper enriquecedora y él fue muy lindo conmigo, pero también resultó muy duro porque me fui a punto de terminar mi álbum. Estuve muy mal emocionalmente y perdí como seis kilos en menos de un mes«, desvela.
Detalla que durante una noche en Helsinki llegó a entonar un «no puedo más». «Yo me apoyo muchísimo en mi madre, en mis amigas o en mi banda. Pero de pronto estás tú sola en una habitación de hotel y te sientes para el arrastre. Esta es una carrera muy loca y llena de saltos de emoción. Pasas de la adrenalina al bajón en un momento. Hay que estar muy fuerte porque es una montaña rusa de emociones», dice.
JOSÉ AYMÁ
Confiesa que durante esa época llegó a tener picos de ansiedad muy fuertes cada vez que socializaba con la gente. «Me daban presíncopes vasovagales, que se llama. De la ansiedad sentía que me iba a desmayar en cualquier momento y casi no podía salir a la calle. Trabajándolo lo he controlado», detalla.
Para mejorar en la gestión del estrés o las críticas -«las constructivas las entiendo, pero me explota la cabeza el privilegio del anonimato y cómo alguien se siente con la libertad de poder decir cosas dañinas», censura-, cuenta que intenta ir semanalmente a la psicóloga y practicar la meditación. «Y siempre que estoy muy mal llamo a mi madre. Aunque ella está en Cádiz y no nos vemos mucho, eso me ayuda. Veo de otro color la vida después de hablar con ella», cuenta al hablar de uno de los pilares indispensables en su vida.
«Para mí es la estabilidad emocional de la familia entera. Creo que todos somos un poco locos. Mi padre, mis hermanos y yo tenemos una vena distraída, loca y creativa. Ella es la calma. Estamos súper conectadas y ella es mi súper fan. Sigue como a 3.000 personas en Instagram relacionadas conmigo y siempre está dando me gusta, comentando y compartiendo cosas de mi carrera en sus redes sociales. Me hace muchísima gracia y me siento millonaria al tenerla. No todos los familiares de artistas apoyan su carrera y por suerte a mí sí me pasa. Ella es mi salvación, de verdad», dice orgullosa.
Como le ocurre a muchas otras compañeras de profesión, Judeline percibe que «ser mujer en la industria de la música es complicado». «Siento que nosotras no podemos fallar. Creo que a un hombre no se le cuestiona tanto y hay muchísimas cosas que hacen que si lo hiciera yo u otra, nuestra carrera se iría a pique en ese momento. Es algo que hay que aprender a gestionar y también tienes que rodearte de gente que te entienda y te proteja de toda esta oscuridad que hay alrededor», defiende convencida.
Aunque sí puntualiza que fue en sus inicios en la música cuando sintió más esa falta de confianza o cuestionamiento de su trabajo. «Supongo que estoy demostrando más lo que puedo hacer y alejándome de esa niña inocente que llegó a la industria sin tener ni idea de nada», zanja.
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