<p>Cuando el CIS de <strong>Tezanos </strong>-que estas cosas ni las cuece ni las enriquece- pregunta dónde se sitúan ideológicamente los españoles, del 1 al 10, más del 45% se coloca a sí mismo en los cuatro números centrales. La media es del 4,95. Esto no significa necesariamente que los españoles se crean centristas, porque no lo son, de ninguna de las maneras, sino que están más cómodos en las zonas templadas de la escala ideológica.</p>
Génova no logra dar con la tecla para frenar a Abascal y prepara medidas para confrontar más con Sánchez sin ahuyentar al electorado templado
Cuando el CIS de Tezanos -que estas cosas ni las cuece ni las enriquece- pregunta dónde se sitúan ideológicamente los españoles, del 1 al 10, más del 45% se coloca a sí mismo en los cuatro números centrales. La media es del 4,95. Esto no significa necesariamente que los españoles se crean centristas, porque no lo son, de ninguna de las maneras, sino que están más cómodos en las zonas templadas de la escala ideológica.
España no es centrista, España es mayoritariamente moderada, entendiendo la moderación como una forma sofisticada de serenidad. De hecho, casi todos los líderes autonómicos son comedidos en las formas y en su vocación de anchura política en pos de la eficacia gestora. Moreno, Clavijo, Pradales, Page o Rueda, por citar sólo algunos. Cataluña, pese a los esfuerzos de Illa por sosegar los ánimos con su pujolismo socialista y pragmático -«San Pancracio, danos salud y trabajo»-, sigue siendo una excepción clara que se aleja del seny, como también lo es cada vez más el ecosistema reconcentrado de Madrid, kilómetro cero desde el que se centrifugan las crispaciones nacionales -aquí lo estatal y lo autonómico son conceptos indistinguibles-.
España se siente moderada, pero esos dos grandes polos de crispación lo condicionan casi todo. Si Cataluña mueve los hilos políticos de Sánchez, a Feijóo es Madrid la que le marca el paso de dureza discursiva -«me gusta la fruta»- y gestual -el plante en la apertura solemne del año judicial-. Lo reconocen algunos de los barones más cercanos a él: «Se ayusiza, y aun así la gente en Madrid piensa que es blando». «Tiene que mantenerse y no caer en el juego de la crispación, porque la paz se consigue haciendo el bien, no diciendo que te gusta la fruta».
Igual que hay cierto estupor en los territorios más moderados del PP con el hecho de que Feijóo haya adoptado el mantra-insulto de la fruta (eufemismo de «Pedro Sánchez, hijo de puta», el cántico del verano para la derecha enragé), también hay un incipiente temblor de piernas en el PP por el auge demoscópico de Vox. No saben cómo frenar a Abascal. Dirigentes del principal partido de la oposición apuestan a las claras por centrarse en los temas en los que Génova puede confrontar a la vez con Vox y con el PSOE: «Hay que romper la pinza yendo a temas de opinión pública transversales». Entre ellos, el apoyo cerrado a la defensa heroica del pueblo ucraniano, incentivos para el acceso a la vivienda, un reforzamiento de las políticas de seguridad, el endurecimiento del discurso migratorio pero «sin xenofobia» (la de Vox), las ayudas a la conciliación familiar y a la maternidad, el impulso del empleo juvenil… temas, todos ellos, con más de 70% de apoyo entre los españoles, según los datos que maneja el PP. También, ahora, la crítica cerrada contra el genocidio de Netanyahu, pero sin llamarlo genocidio. Y con un discurso muy diferente en el PP de Madrid, donde casi todo gira en torno al «antisemitismo».
«Unos, los de Vox, son unos maximalistas y otros están en el Gobierno y no están cumpliendo lo que prometieron. Tenemos que ir por ahí y ¡dejar de decir cosas que benefician a Vox!», argumenta un cargo popular. En el equipo de Feijóo son conscientes de que la batalla de las CCAA y el Gobierno a cuenta de los incendios ha quebrado las cuadernas del sistema de cooperación institucional y ha dado alas a la antipolítica de Abascal. Eso, y el miedo a la inmigración. «El adversario de Vox es el PP, está claro», coinciden los populares, que lamentan la mala imagen dada en agosto: «No hay que contribuir al caos, porque en el caos pesca Vox». Pero ven «recuperable» ese millón de votos.
Mientras tanto, en el Gobierno celebran «los errores no forzados» de Feijóo y reconocen que les conviene que Vox le robe votos -lleva ya un millón en cinco meses- al PP. «Que Feijóo haga política en el terreno de Abascal infla a Vox, y a nosotros nos beneficia porque activa a nuestro electorado abstencionista o desmovilizado, lo que pasa es que es muy peligroso que en España la extrema derecha pueda pasar del 17% o el 18%», aseguran en el Ejecutivo. Y recuerdan: «Esto ya pasó en 2023», cuando el miedo a Abascal le birló La Moncloa a Feijóo.
Es verdad que el trasvase entre bloques ha colmatado su tendencia demoscópica, pero el error del PP es pugnar con Vox en su terreno de juego, porque los votos que apuntalarían el «cambio» no están ahí. Las elecciones donde se ganan es en la España de las pulsaciones bajas.
Crispación no es lo mismo que polarización afectiva
La España tranquila es claramente mayoritaria. Van aquí, como botones de muestra, más datos del CIS, sin cocina. Al 75% de los españoles no le incomoda «nada» tener vecinos activistas de partidos diferentes. Al 64% no le importa lo más mínimo que su hijo o hija se empareje con alguien de signo político diametralmente opuesto. Cuando se les pregunta a los españoles qué es lo que los identifica, el 97% responde que su género. El 90%, su origen cultural. El 85%, su clase. Y sólo el 66% se aferra a su ideología. Es el penúltimo escalón, sólo por delante de la religión (44%).
EL INSULTO DE LA FRUTA, UN «CHASCARRILLO» PERSONAL
¿A Feijóo le gusta la fruta? No pocos en Génova se lamentan en privado por el hecho de que el líder del PP haya escrito esa frase en sus redes. Hasta ahora, la había evitado por respeto institucional . «En ningún momento quiso insultar al presidente del Gobierno. Hizo un chascarrillo vinculado a la canción [‘Limón limonero’, de Henry Stephen], como juego de palabras», explican en su equipo. A Feijóo lo avala la credibilidad de 40 meses de aplomo en una vida política inflamada, lo avala su trayectoria». «Estoy alucinada, es un vídeo echándose unas risas», dijo ayer Ester Muñoz.
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