<p>La <strong>energía nuclear</strong> gana terreno en el debate político europeo, pero no en el <i>mix</i> energético. La electricidad generada por el parque atómico de los Veintisiete lleva <strong>dos décadas en caída libre</strong>. Solo desde la guerra en Ucrania, su producción ha caído un <strong>15%</strong>. El declive atómico responde, en parte, a la entrada de renovables en los sistemas eléctricos de los Estados miembros, pero, en parte también, a su sustitución por el gas natural, otra tecnología controlable cuyo respaldo es cada vez más importante para <strong>evitar apagones</strong> en momentos críticos. La ‘cara B’ del reemplazo del uranio por el gas es una mayor vulnerabilidad de la Unión Europea a unos flujos comerciales que, en buena medida, dependen de Washington, donde <strong>Donald Trump</strong> ha declarado la <a href=»https://www.elmundo.es/economia/empresas/2025/02/27/67c0569fe85eceea378b4584.html»>guerra económica</a> a Europa.</p>
Pese al leve repunte de 2023, esta tecnología lleva más de una década en caída libre en la UE, lo que eleva la exposición de los 27 a los flujos de gas que ahora domina EEUU
La energía nuclear gana terreno en el debate político europeo, pero no en el mix energético. La electricidad generada por el parque atómico de los Veintisiete lleva dos décadas en caída libre. Solo desde la guerra en Ucrania, su producción ha caído un 15%. El declive atómico responde, en parte, a la entrada de renovables en los sistemas eléctricos de los Estados miembros, pero, en parte también, a su sustitución por el gas natural, otra tecnología controlable cuyo respaldo es cada vez más importante para evitar apagones en momentos críticos. La ‘cara B’ del reemplazo del uranio por el gas es una mayor vulnerabilidad de la Unión Europea a unos flujos comerciales que, en buena medida, dependen de Washington, donde Donald Trump ha declarado la guerra económica a Europa.
En 2022, el entonces canciller alemán Olaf Scholz, consideró mantener abiertas las últimas tres centrales nucleares activas en el país ante la falta de gas ruso. Hace apenas unos días, Friedrich Merz, líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y ganador de las recientes elecciones federales en Alemania, admitió la «necesidad» de una «moratoria nuclear» a nivel nacional que frene el cierre de reactores. Berlín ha vuelto a la casilla, pero no está sola.
Desde el shock energético provocado por la guerra en Ucrania, competitividad y seguridad de suministro han escalado en el orden de prioridades del bloque europeo. El apagón atómico copa el debate político en España, mientras que Bélgica o Reino Unido recuperan centrales que fueron apagadas, abren nuevos reactores, o las dos cosas a la vez. Más recientemente, el Plan Industrial Limpio de Bruselas ha avalado las ayudas de estado a infraestructuras energéticas, entre las que se incluyen las centrales nucleares.
Ese viraje político todavía no se ha visto reflejado en el balance energético de la UE. Según los últimos datos de Eurostat, correspondientes a 2023 y actualizados la semana pasada, la generación de electricidad en las nucleares de los Veintisiete ascendió a 619.601 gigavatios hora (GWh) ese año. La cifra fue un 1,7% mayor a la de 2022, si bien esta mejora solo respondió a la paulatina recuperación del parque francés, cuya actividad se vio mermada en 2022 por sucesivos problemas técnicos. Además, ese leve repunte está lejos de compensar tantos años de retroceso.
La curva nuclear en Europa ha sufrido tres fases. Entre 1990 y 2004, su belle époque, la electricidad producida en los reactores del bloque comunitario se disparó casi un 27%. En 2024 tocó techo, con 928.438 GWh, dando lugar a un periodo de dos años de estabilización. El declive comenzó en 2006, y desde entonces hasta 2023, último ejercicio monitorizado, el volumen de electricidad atómica se hundió más de un 32%.
A falta de que los gobiernos europeos avancen en un eventual resurgir nuclear, y que esto se refleje en un aumento de la generación, los mercados han empezado a descontar un aumento considerable de la demanda de gas natural. La consultora McKinsey recuerda en un reciente análisis que en los últimos 25 años, la demanda de gas natural ha aumentado un 80% a nivel mundial. Actualmente, este combustible satisface casi una cuarta parte de las necesidades energéticas globales.
En su última proyección, del mes de febrero, McKinsey vislumbra para los próximos ejercicios un ligero repunte de la demanda mundial de gas natural, al que seguirá una estabilización que mantienen, al menos, hasta el 2048. Por su parte, desde ICIS Analytics apuntan que en 2024 la demanda europea de gas repuntó un 8%, por la reactivación del consumo industrial. Y prevén que continúe este 2025.
Entre otros usos, en McKinsey prevén que parte de ese gas se empleará como «fuente de transición» en el progreso hacia las cero emisiones netas en 2050: «La electrificación solo puede avanzar a cierta velocidad y la adopción de tecnologías emergentes bajas en carbono, como el hidrógeno, hoy es demasiado lenta».
La consultora enfatiza que los bloques económicos generadores de electricidad están «ávidos de más gas», aunque por distintos motivos. EEUU, por la creciente demanda de la inteligencia artificial (IA) y la relocalización industrial, que urge a una energía «de carga base», algo que «podría replicarse a nivel mundial». En la UE, los gobiernos están apoyando más plantas de gas para garantizarse una capacidad «suficientemente fiable y flexible para hacer frente a la intermitencia de las renovables».
En 2023, con un aumento del 12% frente al año previo, EEUU fue el mayor exportador mundial de GNL, siglas que hacen referencia al gas natural licuado que viaja por barco. En la Unión Europea, Washington ha suplido a Moscú como proveedor de gas extracomunitario de cabecera. En 2023, supuso más del 19% de las importaciones de los Veintisiete, frente al 5,7% de 2021.
«Quien piense que Estados Unidos va a regalarle el gas a los europeos porque somos simpáticos, está muy equivocado. Para Trump, el gas es un arma de negociación al igual que lo son los aranceles», avisa un alto ejecutivo del sector. Rusia y EEUU coparon el 34,2% de las compras de gas de la UE en 2023, frente a algo menos del 23,5% del uranio, cuya abundancia y distribución «limita enormemente los riesgos geopolíticos», según Eurostat.
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