<p class=»ue-c-article__paragraph»><strong>Mauro A. </strong>quiere estudiar <strong>Ciencia de Datos </strong>en la <strong>Universidad Politécnica de Madrid </strong>o en la <strong>Universidad Carlos III</strong>. Este alumno de 2º de Bachillerato del <strong>instituto madrileño Ramiro de Maeztu</strong>, un centro público con fama de <a href=»https://www.elmundo.es/madrid/2025/02/26/67bf3f9de85ece1e208b45a4.html»>exigente</a>, está preocupado porque la nota de corte para esta carrera rondaba el 12 sobre 14 el año pasado. Su media de este curso es un <strong>8,19</strong> y la del anterior, un <strong>8,10</strong>. Ha sacado sobresalientes y notables en todas las asignaturas (la calificación más baja es un 7 en Física), pero tendrá que darlo todo en la<a href=»https://www.elmundo.es/e/se/selectividad.html»> Prueba de Acceso a la Universidad (PAU)</a> que comienza la semana que viene. No puede despistarse ni una centésima.</p>
La inflación en el acceso a la universidad provoca en Bachillerato el doble de notas altas que en Selectividad. Muchos estudiantes se quedan fuera
Mauro A. quiere estudiar Ciencia de Datos en la Universidad Politécnica de Madrid o en la Universidad Carlos III. Este alumno de 2º de Bachillerato del instituto madrileño Ramiro de Maeztu, un centro público con fama de exigente, está preocupado porque la nota de corte para esta carrera rondaba el 12 sobre 14 el año pasado. Su media de este curso es un 8,19 y la del anterior, un 8,10. Ha sacado sobresalientes y notables en todas las asignaturas (la calificación más baja es un 7 en Física), pero tendrá que darlo todo en la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) que comienza la semana que viene. No puede despistarse ni una centésima.
«He calculado que tengo que sacar más de un 8 en todos los exámenes de la Selectividad para poder entrar en la universidad pública. Si logro 9 en todo, ya tendría un 12,06… Pese a mi esfuerzo, no sé si podré hacer el grado que quiero», duda. Se deja retratar en la habitación de casa de su padre, donde en las últimas semanas ha permanecido una media de cinco horas al día estudiando. Junto a la mesa, llena de apuntes y resúmenes escritos a mano y subrayados en amarillo fluorescente, se deja adivinar su infancia en forma de piezas de Lego y de dinosaurios, mientras que un balón de baloncesto da testimonio de su principal afición: juega en el equipo de su anterior colegio. Nunca falta a un partido ni a su cita diaria con el gimnasio, pero estos días aprovecha cada minuto de su tiempo y prácticamente no sale del cuarto de literas que comparte con su hermano pequeño.
«Mi vida gira en torno a sacar buenas notas. Hay demasiada presión en la Selectividad. Tengo un amigo que se ha quitado del equipo a mitad de temporada porque su objetivo es llegar a más de un 13. ¡Y tiene un 9 en Bachillerato! Yo no sería capaz de dejar el baloncesto», relata. Emilio, su padre, apostilla a su lado: «El equipo es parte de su formación y no se lo quitaríamos por nada del mundo. Es más importante que los sobresalientes».
Como Mauro, más de 300.000 alumnos inician a partir del próximo martes la PAU (que antes se llamaba Ebau o Evau) y muchos de ellos sienten su misma incertidumbre . Los estudiantes de notable andan revueltos porque ven que han seguido el camino correcto, pero temen que sus notas -buenas, pero no pluscuamperfectas- no basten para entrar en las carreras de las universidades públicas en las que buscan matricularse.
El año pasado se matricularon en las pruebas más alumnos que nunca (341.831), se presentaron más aspirantes que nunca (327.489) y aprobaron más personas que nunca (295.250). Eso supone un aumento en la última década de un 19% en el número de matriculados, de un 21% en los presentados y de un 24% en los aprobados. Durante este tiempo, la oferta de plazas públicas ha caído un 2%. Si se juntan estas circunstancias con la generosidad que muestran algunos centros educativos y comunidades autónomas a la hora de calificar a sus alumnos, el resultado es que se concentran muchos expedientes de 8, 9 y 10 en determinadas carreras y el sistema no es capaz de seleccionar bien a los alumnos que realmente se han esforzado. Al ser tan altas las notas de corte, bastantes alumnos de notable se quedan fuera.
Mauro está en contra del llamado distrito único, por el que la nota que un alumno logra en la Selectividad de una región le sirve para entrar en la universidad de otra, aunque las pruebas sean distintas. Tras reiterados intentos para homogeneizar el examen, las universidades públicas llegaron a un acuerdo la semana pasada para establecer una estructura común en las distintas asignaturas a partir de 2026, pero los contenidos que estudiarán los alumnos seguirán siendo diferentes y no habrá una PAU única, ni siquiera común, sino -como dicen ahora- «armonizada».
«El sistema es muy injusto. Los exámenes son más fáciles en unas comunidades autónomas que en otras. Nuestro profesor de Tecnología nos enseñó un modelo de ejercicio de Andalucía y pedían muchas menos cosas que en el modelo de examen de Madrid. Hay gente que hará una prueba más fácil y luego quitará la plaza a los que nos lo tenemos que currar más. Para mí la Selectividad debería ser la misma en todas las comunidades autónomas y que entrasen los mismos contenidos», dice.
También ve «injusta» la heterogeneidad existente en los centros educativos a la hora de evaluar. «En mi instituto nosotros tenemos un examen por trimestre, como mucho dos, pero en los colegios privados tienen tres o cuatro controles por cada evaluación y disfrutan de más posibilidades para poder subir la nota en Bachillerato», denuncia Mauro, que cursó la enseñanza obligatoria (Primaria y ESO) en un colegio concertado.
La nota de acceso al sistema universitario público se contabiliza ponderando la media del Bachillerato (60%) con la de las asignaturas obligatorias de la fase general de la PAU (40%). Después está la nota de admisión, que es la calificación final para solicitar plaza a un grado concreto y que se calcula incorporando a la nota de acceso los resultados de la fase específica (las asignaturas voluntarias), que suma hasta un máximo de 14 puntos.
Las estadísticas del año pasado, publicadas hace unos días por el Ministerio de Ciencia y Universidades, muestran una inflación en la nota de acceso de los titulados de Bachillerato (7,55), que, aunque viene descendiendo desde que alcanzó su pico en 2021 por la pandemia de Covid, continúa más alta que hace una década (7,12).
En esta calificación, donde el peso de los resultados obtenidos en Bachillerato es mayor que el de los de la PAU, se observan diferencias entre CCAA. Las que tienen la nota más alta son Murcia (7,88), Extremadura (7,80), Andalucía (7,77) y Canarias (7,64), pese a que, sorprendentemente, son las que salen peor paradas en el último informe PISA, que evalúa las competencias de los alumnos de 15 años. Las notas de acceso a la universidad más bajas se dan en Baleares (7,15), Cataluña (7,28), la Comunidad Valenciana y Galicia (7,40) y el País Vasco y Navarra (7,52).
Los datos de 2024 muestran, por otro lado, que hay una desproporción entre la cantidad de alumnos con notas altas en el Bachillerato (el 23% del total) y los que logran notas altas en la Selectividad (el 13%). En otras palabras, son prácticamente el doble los chicos y chicas que destacan en los institutos frente a los que brillan en la PAU.
Hay muchas diferencias según los territorios. La Comunidad de Madrid, que destaca en PISA, sale la última en el ránking de notas altas de Bachillerato (15%) y figura como la antepenúltima en la lista de notas altas de la Selectividad (8%). Castilla y León, cuyos alumnos de 15 años logran muy buenos resultados, parece ser bastante dura calificando en Bachillerato (19% de buenas notas) y en la PAU (13%).
Al mismo tiempo, Canarias, la peor en PISA 2022 en Matemáticas, llega a la Selectividad con casi un tercio de alumnos con media de 8, 9 o 10 en Bachillerato (el 29%). Tras hacer la PAU este volumen se corrige y baja hasta el 12%. Algo parecido ocurre en Murcia: floja en PISA, la quinta mejor en Bachillerato (el 26%) y por debajo de la media en la PAU (12%).
Extremadura, a la cola a los 15 años, experimenta un gran crecimiento en el porcentaje de notas altas tanto en el Bachillerato (26%) como en la Selectividad (17%). Las más constantes son Asturias, siempre en cabeza en los tres indicadores, y Cataluña, Baleares, Andalucía y Castilla-La Mancha, siempre por debajo de las demás.
El Gobierno, que ha sido reacio durante años a reconocer la existencia de estas diferencias, ya habla abiertamente de ellas. Durante un encuentro mantenido con los encargados universitarios de la PAU, el secretario general de Universidades, Francisco García Pascual, llamó la semana pasada a «colaborar para que el sistema sea cada vez más justo, más transparente y más flexible», pidió «acuerdos perdurables» en el tiempo en torno a este problema y consideró necesario «poner más recursos para ampliar las plazas en los títulos de alta demanda». Pero los rectores y las CCAA escurren el bulto cuando se les pregunta por qué no se habilita más espacio en las universidades públicas: se limitan a responder que no hay dinero o que faltan profesores de Matemáticas o Informática porque en la empresa privada ganan más.
«Debería haber más plazas en las universidades públicas y se debería contratar a más profesores», opina Mauro, que sueña con alcanzar en el futuro un puesto de responsabilidad en una gran empresa. Para ello confía en ir a contracorriente de la estadística y sacar más nota en la PAU que en Bachillerato. Su instituto le ha preparado para ello porque sus exámenes han sido «más difíciles». Además, las asignaturas que mejor se le dan son Matemáticas y Física (su punto débil es Lengua, donde tiene un 8 de media).
«Si no me llega la nota me disgustaré bastante», expresa. Ha mirado, por si acaso, las plazas, los precios y las becas de la carrera de Ciencia de Datos en universidades privadas de Madrid, pero sus padres, como la gran mayoría de las familias españolas, tendrían que pedir un crédito para costear la matrícula. «No hay prisa», interviene Emilio. «Si no le llega la nota puede tomarse un año y apuntarse a una academia. Es mejor eso que matricularse en algo que no le gusta. Debe estudiar aquello que le motive».
Mauro tuvo claro en 4º de la ESO que quería dedicarse a la tecnología. En los cursos anteriores había aprendido a programar con Scratch y tuvo clase de Robótica. También se formó en Python y no se le daba mal. «Es muy trabajador, por eso le salen bien las cosas, porque pone mucho esfuerzo», se enorgullece su padre. «Siempre ha tenido un gran sentido de responsabilidad. Cuando era muy pequeño e íbamos en coche, él en la sillita detrás, ya me avisaba de que tenía que poner el intermitente antes de ir a girar».
Mauro, como cualquier adolescente, se ruboriza con los elogios de su padre, pero coincide con él: «Yo me he esforzado y he sacado buenas notas. ¿Qué más tengo que hacer para cumplir mi objetivo de futuro?».
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