<p class=»ue-c-article__paragraph»>Alemania tendrá antes de Semana Santa nuevo gobierno y todo apunta a que la <strong>Unión Cristianodemócrata (CDU) </strong>tendrá al<strong> Partido Socialdemócrata (SPD)</strong> de compañero de legislatura. Por ahora solo hay contactos, pero <strong>Friedrich Merz,</strong> futuro canciller, ya tiene un plan de acción para los primeros 100 días de esa gran coalición. Su prioridad es la economía, cuyo estado comparó en la noche electoral del domingo con <strong>Volkswagen, </strong>símbolo roto del despegue económico alemán de posguerra y de la gestión del gobierno de <strong>Olaf Scholz</strong>. Destacó que en la central de VW en Wolfsburg, a dos horas de Berlín, ya no se habla de ampliación sino de despidos y cierres de plantas. La ciudad de Wolfsburg, crecida a la sombra de VW y feudo del SPD por la fuerte presencia del todopoderoso sindicato <strong>IG Metall</strong>, ha votado estas elecciones a la CDU.<br>El problema inmediato de Alemania es su estancamiento. La Comisión Europea prevé un crecimiento del PIB de solo el 0,7% en 2025, el más lento de los países de la UE. Desde 2017, la economía alemana ha crecido apenas un 1,6%, muy por debajo de la media comunitaria, que es del 9,5%. Las debilidades estructurales, como la escasa inversión pública y la excesiva dependencia de las exportaciones, han afianzado el estancamiento. El nuevo libro de <strong>Wolfgang Münchau,</strong><i>Kaput: Fin del milagro alemán, </i>pone de manifiesto estos desequilibrios, que han dejado al país mal preparado para los retos futuros.<br>La inversión pública representa solo el 2,8% del PIB, por debajo de la media de la UE del 3,6% y muy por detrás de Polonia (5,1%) y Suecia (5,2%). Los obstáculos burocráticos y la aversión cultural al gasto deficitario obstaculizan los proyectos a gran escala que podrían impulsar la innovación y aumentar la sostenibilidad. El resultado, como explica <strong>Piotr Arak,</strong> profesor adjunto de Ciencias Económicas en la <strong>Universidad de Varsovia </strong>y economista jefe de <strong>VeloBank</strong> Polonia, es que varias naciones de Europa Central y del Este han surgido como competidores más dinámicos. «También España se ha convertido en un destino más atractivo para la inversión extranjera directa, superando a Alemania en crecimiento e innovación», declara.<br>Alemania necesitaría con urgencia una inversión inicial de 60.000 millones de euros adicionales al año durante los próximos diez, para preparar la infraestructura, la economía y la sociedad del futuro en lo que respecta a la protección y adaptación climática, transición energética y del transporte, cambio demográfico y digitalización. «Una ofensiva de inversión de este tipo reportaría beneficios económicos durante décadas», sostiene el Instituto de Macroeconomía y Estudios Coyunturales (IMK) de la<strong> Fundación Hans Böckler </strong>y el <strong>Instituto de Economía Alemana (IW) </strong>en un nuevo estudio conjunto.<br>Merz cree que la «profunda crisis» que vive Alemania podrá superarse con un liderazgo político valiente y decidido. Pero no será suficiente. El modelo de negocio está agotado. La industria no puede satisfacer su voracidad con el gas barato de Rusia o innovar con productos semielaborados de China a precio de saldo. «Muchas empresas alemanas dan prioridad a las mejoras frente a los proyectos audaces y transformadores por temor al fracaso y a las posibles repercusiones normativas; es una mentalidad conservadora que ha obstaculizado la capacidad de Alemania para competir en sectores en rápida evolución, como la tecnología y la energía verde, donde la agilidad y la asunción de riesgos son esenciales», opina Arak. Abordar estas cuestiones estructurales requerirá no solo simplificar los procesos administrativos, sino también fomentar un cambio cultural hacia la aceptación de la innovación y los riesgos calculados.</p>
El nuevo canciller se ha fijado como objetivo urgente un crecimiento del 2% a base de reducir la burocracia que «doblega a las pymes», rebajar los impuestos, subir la inversión y lo más importante: que la sociedad asuma riesgos.
Alemania tendrá antes de Semana Santa nuevo gobierno y todo apunta a que la Unión Cristianodemócrata (CDU) tendrá al Partido Socialdemócrata (SPD) de compañero de legislatura. Por ahora solo hay contactos, pero Friedrich Merz, futuro canciller, ya tiene un plan de acción para los primeros 100 días de esa gran coalición. Su prioridad es la economía, cuyo estado comparó en la noche electoral del domingo con Volkswagen, símbolo roto del despegue económico alemán de posguerra y de la gestión del gobierno de Olaf Scholz. Destacó que en la central de VW en Wolfsburg, a dos horas de Berlín, ya no se habla de ampliación sino de despidos y cierres de plantas. La ciudad de Wolfsburg, crecida a la sombra de VW y feudo del SPD por la fuerte presencia del todopoderoso sindicato IG Metall, ha votado estas elecciones a la CDU.
El problema inmediato de Alemania es su estancamiento. La Comisión Europea prevé un crecimiento del PIB de solo el 0,7% en 2025, el más lento de los países de la UE. Desde 2017, la economía alemana ha crecido apenas un 1,6%, muy por debajo de la media comunitaria, que es del 9,5%. Las debilidades estructurales, como la escasa inversión pública y la excesiva dependencia de las exportaciones, han afianzado el estancamiento. El nuevo libro de Wolfgang Münchau,Kaput: Fin del milagro alemán, pone de manifiesto estos desequilibrios, que han dejado al país mal preparado para los retos futuros.
La inversión pública representa solo el 2,8% del PIB, por debajo de la media de la UE del 3,6% y muy por detrás de Polonia (5,1%) y Suecia (5,2%). Los obstáculos burocráticos y la aversión cultural al gasto deficitario obstaculizan los proyectos a gran escala que podrían impulsar la innovación y aumentar la sostenibilidad. El resultado, como explica Piotr Arak, profesor adjunto de Ciencias Económicas en la Universidad de Varsovia y economista jefe de VeloBank Polonia, es que varias naciones de Europa Central y del Este han surgido como competidores más dinámicos. «También España se ha convertido en un destino más atractivo para la inversión extranjera directa, superando a Alemania en crecimiento e innovación», declara.
Alemania necesitaría con urgencia una inversión inicial de 60.000 millones de euros adicionales al año durante los próximos diez, para preparar la infraestructura, la economía y la sociedad del futuro en lo que respecta a la protección y adaptación climática, transición energética y del transporte, cambio demográfico y digitalización. «Una ofensiva de inversión de este tipo reportaría beneficios económicos durante décadas», sostiene el Instituto de Macroeconomía y Estudios Coyunturales (IMK) de la Fundación Hans Böckler y el Instituto de Economía Alemana (IW) en un nuevo estudio conjunto.
Merz cree que la «profunda crisis» que vive Alemania podrá superarse con un liderazgo político valiente y decidido. Pero no será suficiente. El modelo de negocio está agotado. La industria no puede satisfacer su voracidad con el gas barato de Rusia o innovar con productos semielaborados de China a precio de saldo. «Muchas empresas alemanas dan prioridad a las mejoras frente a los proyectos audaces y transformadores por temor al fracaso y a las posibles repercusiones normativas; es una mentalidad conservadora que ha obstaculizado la capacidad de Alemania para competir en sectores en rápida evolución, como la tecnología y la energía verde, donde la agilidad y la asunción de riesgos son esenciales», opina Arak. Abordar estas cuestiones estructurales requerirá no solo simplificar los procesos administrativos, sino también fomentar un cambio cultural hacia la aceptación de la innovación y los riesgos calculados.
Merz dice que tiene grandes planes para fortalecer la economía. Se ha propuesto lograr un crecimiento anual del 2% hasta 2030. «El objetivo es ambicioso, pero factible. Si nos atenemos a las previsiones del FMI y de la OCDE, con las medidas políticas adecuadas podríamos volver en cuatro años a donde estábamos antes: en el grupo de cabeza de la Unión Europea y de la zona euro», afirma el futuro canciller. «Un 2% de crecimiento son 80.000 millones de euros anuales o 20.000 millones de euros en ingresos fiscales para el Estado federal, los estados federados y los municipios» subraya Friedrich Merz, que también considera necesario actuar en el ámbito del gasto público. Cree que la supresión de la renta básica universal es un paso en esta dirección, lo mismo que el ahorro en política de refugiados. Según sus cuentas, eso liberaría recursos que se necesitan en otros ámbitos.
El gigante alemán se mueve despacio, con grilletes de burocracia. Hay administraciones que siguen comunicándose por fax. El marco regulatorio es tan complejo y los procesos de aprobación tan largos que las empresas no pueden adaptarse a las condiciones cambiantes del mercado. La aversión al riesgo, arraigada en una preferencia cultural por la estabilidad y la cautela, exacerba este problema.
La ley de cadena de suministros ha complicado aún más las cosas, sobre todo para las pymes. Los talleres mecánicos, por ejemplo, tienen que demostrar la procedencia de las piezas de repuesto y uno tipo mediano suele tener unas 40.000 piezas en stock. El laberinto burocrático le cuesta a Alemania hasta 146.000 millones de euros al año en rendimiento económico, según un estudio del Instituto Ifo encargado por la Cámara de Comercio e Industria de Múnich y Alta Baviera. «La gran magnitud de los costes de la burocracia pone de manifiesto la urgencia de la necesidad de reforma. Los costes de la inacción son enormes si se comparan con el potencial de crecimiento que se esconde en la reducción de la burocracia», afirma Oliver Falck, director del Centro de Economía Industrial y Nuevas Tecnologías del Ifo. La digitalización de la administración pública también puede contribuir de forma importante a reducir la carga burocrática. «Si Alemania alcanzara el nivel de digitalización de la administración pública danesa, el rendimiento económico sería 96.000 millones de euros más alto al año», añade Falck.
La Federación de la Industria, a la que pertenecen las 79 cámaras de industria y comercio, formuló en noviembre de 2023 los diez puntos más importantes para un cambio de rumbo necesario en la política económica. La eliminación de la burocracia estaba entre ellos, pero poco o nada ha pasado desde entonces. Lo mismo que en la autopista A45, cortada desde diciembre de 2021 a la altura de la ciudad de Lüdenscheid por la demolición de un puente. La reapertura parcial de esta arteria, esencial para el comercio de la zona, será en 2026. Hasta entonces, se habrá producido un daño económico de 1.800 millones de euros, según la Asociación de Transporte de Westfalia.
Merz anuncia que los próximos meses serán decisivos: «Debemos iniciar rápidamente las negociaciones de coalición y formar un gobierno con las prioridades claras y determinación para atajar los problemas de raíz» y a ser posible con capital privado, creando las condiciones adecuadas para la inversión. «El cambio de rumbo que necesitamos no tiene por qué hacerse con deuda pública, por la que ya pagamos más de 30.000 millones de euros en intereses al año con cargo al presupuesto federal», afirma. Aun así, Merz quiere asegurarse el margen de maniobra que no ha tenido el tripartido de Scholz y hacer que el Bundestag saliente utilice los dos tercios que suman los escaños de la CDU/CSU, SPD, Liberales y Verdes para reformar el freno del endeudamiento.
En la nueva legislatura, que comenzará una vez se constituya en nuevo Bundestag, el 24 de marzo, cualquier modificación constitucional requerirá el visto bueno de la extrema derecha y extrema izquierda. Alternativa para Alemania (AfD) y Die Linke han obtenido en las elecciones del domingo una minoría de bloqueo y este último partido ya ha adelantado que no votará a favor de la creación del fondo especial de Defensa que quiere Merz para poder invertir en defensa más allá de lo que se estipule en el presupuesto ordinario. El freno de la deuda está anclado en la Carta Magna. Alemania solo puede volver a endeudarse cada año hasta un máximo del 0,35 % del producto interior bruto.
Joachim Nagel, presidente del Bundesbank, también espera un gobierno capaz de actuar lo antes posible y, para ayudar en la toma de decisiones, ha anunciado que sugerirá planes para reformar el freno a la deuda. En la presentación de resultados el pasado martes, Nagel dijo que espera una «ligera recuperación» de la economía a lo largo del año, pero no vislumbra una recuperación significativa. En cuanto a la inflación, Nagel expresó su temor de que Alemania no alcance de forma duradera el objetivo del 2% de inflación hasta el año 2026 y dijo no compartir la opinión expresada recientemente por Isabel Schnabel, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, de que el organismo podría ser ya restrictivo con sus tipos de interés. El Bundesbank, por cierto, registró el pasado año una pérdida de 19.200 millones, equivalente a casi medio punto porcentual del PIB, es decir, del valor de todos los bienes y servicios producidos en Alemania el año pasado. El año anterior, las pérdidas ascendieron a 21.600 millones de euros. En aquel momento, pudieron cubrirse en gran medida con provisiones, de modo que el resultado final fue de sólo 2.400 millones de euros. Nagel, recordó que la tarea de un banco central no es generar beneficios, sino combatir la inflación. Pese a los muchos problemas que enfrenta la economía, el país mantiene su posición como la tercera mayor economía del mundo. Según los cálculos del IW, el PIB del año pasado ascendió a 4,66 billones de dólares. De este modo, Japón, que durante mucho tiempo había ocupado el tercer puesto, cayó al cuarto por segundo año consecutivo. En 2024, el número uno indiscutible fue Estados Unidos, con una producción económica de 29,7 billones de dólares, seguido de China, con unos 18,9 billones de dólares.
El mercado individual más importante para los productos made in Germany siguió siendo Estados Unidos. Según la Oficina Federal de Estadística, las empresas alemanas vendieron allí en 2024 productos por valor de 161.400 millones de euros, un 2,2 % más que el año anterior. Los efectos de la guerra comercial que Trump parece tener en mente serán cuantiosos.
Según la última encuesta de coyuntura del IW, el 40% de las empresas alemanas prevé desventajas por el coste de la energía y la relajación de las normas medioambientales en Estados Unidos y un 17 % de las industriales espera que las subvenciones a empresas estadounidenses por parte de la administración Trump y la política arancelaria proteccionista anunciada afecten en gran medida a sus propias oportunidades comerciales. La producción de automóviles de Alemania y Estados Unidos como destino clave de sus exportaciones está incluida en el paquete arancelario preparado por la administración Trump, con una tasa del 25%. En este sector se suma el creciente dominio de los fabricantes de automóviles chinos, lo que supone una amenaza importante para el sector automovilístico alemán, una piedra angular de su economía.
Los retos que Alemania tiene por delante son enormes. El nuevo gobierno deberá reevaluar su política energética, pues los altos precios de la energía, impulsados en gran parte por una dependencia excesiva de las fuentes renovables sin una modernización suficiente de la red y sin soluciones de almacenamiento han supuesto una carga, tanto para las empresas como para los hogares. Es esencial una estrategia industrial sólida para reforzar la competitividad del sector de fabricación de automóviles y, con carácter urgente, desregulación y la racionalización de la burocracia. Y es que una Alemania debilitada probablemente erosione la confianza en los mercados europeos, exacerbe las disparidades económicas dentro de la UE y envalentone a los movimientos euroescépticos.
En palabras del profesor Arak, para el próximo canciller Merz, «lo que está en juego no es ni más ni menos que determinar la trayectoria futura de Europa o supervisar el colapso económico de su país».
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