<p>Ni siquiera <strong>Poseidón</strong>, el dios griego de las tormentas y las inundaciones, pudo con la dana de marras.</p>
El taller ganador de L’Antiga de 2024 fue uno de los más afectados por la riada: «Nos tienen frita la cabeza con lo de izquierda y derecha, pero no es eso», dice su dueño, que aún no ha recuperado lo perdido
Ni siquiera Poseidón, el dios griego de las tormentas y las inundaciones, pudo con la dana de marras.
Josué tenía ya la figura, destinada a las fallas de Denia e irónicamente con el cambio climático como leit motiv, «bastante avanzada» cuando el 29 de octubre pasado los cielos (y el propio cambio climático, mejor no negarlo) quisieron derramarse sobre varios de los 78 municipios afectados en Valencia.
Y no precisamente sobre aquel en el que Josué Beitia, uno de los principales artistas falleros, tiene su taller, una enorme nave de 1.000 metros cuadrados. Aquí, en este rincón del arrasado Benetússer, ni siquiera cayó una gota.
Pero el lector ya ha escuchado la historia: «No veíamos nada cayendo del cielo, pero a las nueve de la noche, cuando un palmo de agua levantaba del suelo, pusimos unos tablones, como siempre se ha hecho, y…».
Y un rato después, cuando la marea ya subía «de forma irreal», Josué y sus ocho empleados estaban cruzando al edificio de enfrente para ponerse a salvo. En menos de una hora la riada «y el oleaje, porque eran remolinos», iban a alcanzar aquí, en esta ciudad dormitorio de la capital valenciana junto a las vías del tren, los tres metros de alto.
Gracias a la presión brutal del agua, las puertas de la nave se abrían y las fallas a medio construir, como en una película de Disney, de pronto tenían vida propia. El coche de Josué, antes aparcado en la calle delante de la nave, aparecería, chas, a 100 metros de allí, al otro lado de la edificación.
Unas figuras «genéricas que estábamos trabajando» fueron halladas a un kilómetro, «flotando por ahí».
Y, decíamos, la cabeza del ciclópeo Poseidón, de unos ocho metros de altura y porte muy beethoven, fue a parar a 50 metros del local, cerca de las vías del tren.
Aquella noche Josué, de 32 años y acostumbrado a tallar sus fantasías en porespán desde los 19 -con la ayuda de unas cuantas máquinas ya «perdidas», valoradas en decenas de miles de euros-, vivió «en medio de The Walking Dead«.
Pero nunca llovió que no escampara y Josué ya tiene lista su venganza fallera: «A la Antiga de Valencia [que se celebra estos días] llevamos una falla enorme con la gente ahogándose y Sánchez y Mazón en barca, echándose la culpa«, cuenta. «Están representados no sólo ellos, sino todos los políticos, que al final ya se sabe lo que ha sido esto para ellos».
Cinco meses después del desastre, a Josué apenas le han indemnizado con «un 40% de los 200.000 euros o así que perdí, todo en maquinaria y figuras». Pero el daño mayor «está dentro, mucha gente se ha quedado tocada con lo que pasó, las heridas psicológicas son las peores. De lo material, al final, sales adelante. La gente ha cambiado el chip y tira con lo que sea, esta es una zona de currelas, ya sabes».
Pero la sombra del desastre persiste: «El agua se quedó estancada dentro de la nave a dos metros de altura. Hacia las cuatro de la mañana empujamos las puertas para salir de ahí enfrente [en el edificio al lado de la nave], donde estábamos escondidos, y nos costó dios y ayuda abrirlas, de la presión salvaje que había». La riada fue a las 9.00 y su nave sólo desaguó completamente a las 6.00 horas.
Sin luz, con las calles convertidas en una distopía apocalíptica, Josué echó a caminar hacia Massanassa, al hogar de sus padres. A su mujer y a su hijo, a salvo en su casa de Paiporta, aún iba a tardar en verlos tres días. «Al menos sabía que estaban bien, habíamos hablado por teléfono cuando el agua subía«.
«Todo eso pasó un martes, ¿no? Pues aquí hasta el sábado no llegaron los bomberos. Los policías municipales venían caminando, con unas mochilitas, como indigentes. Al tercer día había gente cogiendo agua estancada de los garajes para hervirla… Me da igual si la culpa es de la derecha o de la izquierda, esto ha sido una gran cagada del Estado, de todos. Es una vergüenza. Estamos en el siglo XXI y no venía nadie», se enciende. «Tuvimos que limpiar todo con nuestras manos. El pueblo, la gente».
El de Josué Beitia fue el taller fallero más afectado por la dana. A él, ganador en 2024 de la feria más importante, L’Antiga de Campanal, la inundación le «fastidió» las fallas que ya tenía casi listas precisamente para Catarroja, Massanassa y Paiporta: «Una de vikingos, otra de Alicia en el País de las Maravillas y otra de un teatro».
Beitia hace «seis fallas al año, tres especiales y tres normales«. Gana «bien, pero no para hacerte rico» -explica que L’Antiga por ejemplo cuesta unos 195.000 euros por edición, y mueve 40.000 en esponsors-. Admite que ha tenido que explicarle a algún familiar -«por ejemplo a mi abuelo, que es vasco»- que sí, que se puede comer, «y muy bien», de las fallas: «Al principio a la rama vasca le extrañaba, y yo entiendo que es raro currarte tanto algo para luego quemarlo… Pero también te vas a un restaurante caro y lo que comes luego lo cagas, ¿no?».
Cuando EL MUNDO habló por primera vez con él, 17 días después del desastre, parecía habitar ese espacio mental incierto en que la dana dejó a muchos damnificados: aliviado por conservar su vida y la de sus queridos, triste por lo sufrido, asustado por la vulnerabilidad, eufórico a ratos para el esfuerzo reconstructor, y sobre todo perplejo.
Pero, más que cualquier otra cosa, rabioso. «¿Vengarnos? Joder, ¿dónde estaba el Ejército? ¿Quién se ha responsabilizado de los políticos? El problema de España es que nos tienen frita la cabeza con la derecha y la izquierda, y no es eso. A mi casa, en Paiporta, llegaron primero unos bomberos franceses que los españoles. Lo puse en Instagram y la gente me decía: ‘Es que eso lo dice la derecha, es que eso lo dice la izquierda’. ¿Y qué cojones? Lo diga quien lo diga, la realidad es la que es. Discutir si derecha o izquierda es darles la razón a ellos, lo instrumentalizan todo».
«Es como lo de negar el cambio climático», se embala, «¡si esto no había pasado en 200 años! ¡A mí que me vengan a decir que no es verdad».
Josué se está rehaciendo pero queda la amargura de que «todo falló». Esos días en que la vida devino un caos y su taller una naumaquia. «No sabes las cosas que hemos visto. Un camión cisterna empotrado en el Mercadona. En un parque por el que paso siempre hubo un montón de días una mujer muerta, que la gente incluso… Bueno, se hacían fotos», baja el tono. «Fue tremendo».
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