<p class=»ue-c-article__paragraph»>El regreso de <strong>Donald Trump </strong>a la presidencia no marca un 2.0 para la historia económica de Estados Unidos, sino un inquietante doble cero. <strong>Trump 00</strong> no es una marca de anchoas de lujo, ni el código de un agente secreto. Es una actualización en falso del sueño americano (primer cero) con un modelo que lo despoja de su esencia, reduciéndolo a una retórica vacía donde el cortoplacismo y la ignorancia son las verdaderas fuerzas motrices (segundo cero). En lugar de restaurar la grandeza de la nación, sus políticas consolidan desigualdades, perpetúan el aislamiento y revelan que el «sueño americano», entendido como la realización de oportunidades personales en un marco de justicia social, ya no es lo que solía ser. Desde una perspectiva económico-social global, es algo más que un aviso para navegantes sobre los vientos que corren y las mareas que vienen.</p>
El doble cero del proteccionismo es que incumplirá sus promesas del sueño americano y consolidará un modelo desigual de estancamiento
El regreso de Donald Trump a la presidencia no marca un 2.0 para la historia económica de Estados Unidos, sino un inquietante doble cero. Trump 00 no es una marca de anchoas de lujo, ni el código de un agente secreto. Es una actualización en falso del sueño americano (primer cero) con un modelo que lo despoja de su esencia, reduciéndolo a una retórica vacía donde el cortoplacismo y la ignorancia son las verdaderas fuerzas motrices (segundo cero). En lugar de restaurar la grandeza de la nación, sus políticas consolidan desigualdades, perpetúan el aislamiento y revelan que el «sueño americano», entendido como la realización de oportunidades personales en un marco de justicia social, ya no es lo que solía ser. Desde una perspectiva económico-social global, es algo más que un aviso para navegantes sobre los vientos que corren y las mareas que vienen.
Sarah Churchwell, en su libro Behold, America, rastrea cómo el sueño americano y el lema «América primero» han evolucionado a lo largo del tiempo, pasando de ideales de igualdad económica y justicia social a convertirse en herramientas políticas cargadas de divisiones. A principios del siglo XX, el sueño americano era sinónimo de justicia social, donde la riqueza era vista como su principal enemigo. Con el tiempo, estas ideas mutaron: tras la Gran Depresión, se asoció con la democracia social; después de la Segunda Guerra Mundial, con la movilidad social; y más recientemente, con la acumulación de riqueza individual. Este último cambio lo ha despojado de su capacidad unificadora, convirtiéndolo en un ideal profundamente fragmentado.
El «América primero» de Trump no es diferente. Aunque el lema ha sido utilizado históricamente con significados diversos, desde la neutralidad de Woodrow Wilson en la Primera Guerra Mundial hasta el proteccionismo comercial de otros líderes, su versión moderna es una amalgama de nativismo, racismo y exclusión. Esta frase, que una vez aspiró a proteger a los «estadounidenses reales», ha resurgido como un grito de guerra para justificar el aislamiento internacional y un proteccionismo económico que en realidad encarece bienes y reduce la competitividad. Estas políticas priorizan un modelo plutocrático que privilegia a las élites económicas (no necesariamente intelectuales) afines, mientras condena a la mayoría a la precariedad. Su promesa de un crecimiento económico del 3% está construida sobre estímulos fiscales inflacionarios, recortes fiscales para los más ricos y un proteccionismo que distorsiona los mercados. Estas medidas, lejos de revitalizar el sueño americano, consolidan un modelo de desigualdad y estancamiento.
El proteccionismo, presentado como una solución para la industria nacional, es una herramienta política más que económica. Las tarifas a China, Europa y México no fortalecen la competitividad. Aíslan a Estados Unidos, encarecen bienes y erosionan el comercio global. Estas medidas refuerzan el mensaje político de «América primero», apelando al descontento de una base que siente, con razón, que el sistema los ha abandonado.
El problema no radica solo en los aranceles ni en las promesas vacías de crecimiento, se fundamenta en una visión económica que ignora los problemas estructurales, el comportamiento y la sociología. La disciplina económica dominante ha fracasado en abordar cuestiones fundamentales como la desindustrialización, el cambio climático y la creciente desigualdad. Ni qué decir de la educación, olvida, ahora más que nunca, de arriba abajo. Todo esto es, en gran parte, culpa de los economistas que nos hemos aferrado a teorías de equilibrio que ignoran que sin producción no hay intercambio, y sin regulación no hay mercado. Y que, por encima de todo, están todos aquellos factores de comportamiento humano que las matemáticas no pueden aprehender. Esta desconexión entre la academia y la realidad perpetúa políticas desorientadas que, en ocasiones, aumentan la precariedad.
El enfoque aislacionista y su insistencia en el desacoplamiento de Estados Unidos y China aceleran la fragmentación de las cadenas de suministro, encarecen bienes y ralentizan el crecimiento mundial. Europa, atrapada entre dos gigantes, enfrenta el reto de redefinir su papel en un mundo cada vez más polarizado, mientras que los países en desarrollo se convierten en víctimas colaterales de este desorden. Trump 00 es el fin del sueño americano tal como alguna vez se entendió. Se busca explotar el descontento para perpetuar un sistema donde las oportunidades son reemplazadas por privilegios y la unidad por división. La ignorancia deliberada que define a esta administración no es un defecto; es una estrategia. Y mientras las instituciones sigan priorizando los intereses de unos pocos, el sueño americano no será más que un recuerdo lejano, erosionado por el peso de su propia contradicción histórica. n
*Francisco Rodríguez es Catedrático de Economía de la Universidad de Granada y economista sénior de Funcas.
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