<p>El funeral homenaje a las 237 víctimas de la dana fue un calvario de 55 minutos para <strong>Carlos Mazón</strong>. Ningún familiar, ni siquiera los que perdieron a sus seres queridos en Letur, a más de 200 kilómetros de <strong>Paiporta</strong>, <strong>Catarroja </strong>o <strong>Sedaví</strong>, le querían en el acto. Se unían al dolor de los valencianos, que llevan un año reclamando al presidente que asuma su responsabilidad y dimita. Lo hacen cada mes en las calles, con mucho apoyo social, y ayer lo hicieron en la misma Calle Mayor del Museo Príncipe Felipe, ante las 237 rosas blancas que simbolizaban a sus familiares, con camisetas con sus fotos, tratando de exhibirle a la cara los móviles con sus imágenes. Y con gritos, insultos y la rabia que llevan conteniendo.</p>
El presidente fue recibido y despedido con gritos de ‘Mazón, dimisión’. Vivió el acto en tercera fila, sin contacto con los familiares y junto a García-Page. No se saludó con Núñez Feijóo
El funeral homenaje a las 237 víctimas de la dana fue un calvario de 55 minutos para Carlos Mazón. Ningún familiar, ni siquiera los que perdieron a sus seres queridos en Letur, a más de 200 kilómetros de Paiporta, Catarroja o Sedaví, le querían en el acto. Se unían al dolor de los valencianos, que llevan un año reclamando al presidente que asuma su responsabilidad y dimita. Lo hacen cada mes en las calles, con mucho apoyo social, y ayer lo hicieron en la misma Calle Mayor del Museo Príncipe Felipe, ante las 237 rosas blancas que simbolizaban a sus familiares, con camisetas con sus fotos, tratando de exhibirle a la cara los móviles con sus imágenes. Y con gritos, insultos y la rabia que llevan conteniendo.
Desde el pasado mes de diciembre, en el funeral celebrado en la Catedral de Valencia, no habían vuelto a compartir espacio físico con el presidente de la Generalitat y, desde entonces, mucho se ha conocido de qué pasó aquella tarde del 29 de octubre. Si tras aquella misa fue increpado, ayer no lo fue más. «No te queremos a nuestro lado», «Te está esperando la jueza, sinvergüenza», «Vete a la jueza, cobarde. Aquí no te queremos», «Has matado a nuestros familiares», «Asesino», «Nos has matado en vida, cabrón», «Ríete, ríete de nosotros viviendo aquí», «Con la periodista, sinvergüenza, cuando estaba la gente ahogándose»… y así un sinfín de reproches continuos. De alguno no se libró Pedro Sánchez: «El presidente del Gobierno y de la Generalitat, sois todos cómplices, sois asesinos, traidores a nuestro país» o «El galgo de Paiporta, que dé la cara por los españoles».
Esto ocurría mientras los Reyes, y las «autoridades del Estado», encabezadas por el presidente del Gobierno, estaban en una sala contigua saludando a la decena de familiares de víctimas que actuaron en representación de todas. Allí estaban la presidenta del Congreso, Francina Armengol, el presidente del Senado, Pedro Rollán, y la presidenta del Consejo General del Poder Judicial, Isabel Pallardó. Junto a ellos, y como anfitriona que presentaba a cada uno de los familiares, estaba la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé.
De las personas que esperaron a los Reyes a pie del Museo, se quedaron fuera de aquella sala Mazón y la alcaldesa María José Catalá. En el caso del presidente, así lo habían pedido de forma expresa las víctimas. Se marchó a ocupar su lugar en la tercera fila, detrás las vicepresidentas al Gobierno y junto al presidente castellano-manchego, Emiliano García-Page. Al otro lado tenía que estar Juanma Moreno Bonilla, pero excusó su presencia en el acto. En su asiento, estaba María Jesús García Frigols, la directora general de Organización, Coordinación y Relaciones Institucionales de la Generalitat. Fue en esos diez minutos cuando sufrió las iras de las familias.
Antes, a su llegada, también se encontró con algunas protestas, poco numerosas. El jefe del Consell llegó solo rodeado por su círculo de confianza a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Todo su gobierno lo hizo antes. Su llegada casi coincide con la del líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, con quien no se cruzó. A la vista no hubo saludo entre ambos.
La ira se aplacó en cuanto los Reyes hicieron aparición en la Calle Mayor. Felipe VI con el mano en el corazón; doña Letizia, con gesto serio y contenido. Ambos se habían mostrado muy cercanos a quienes, como Toñi García o Mario Ortiz, les habían relatado la pérdida de su marido y su hija, en el caso de la valenciana, y de su sobrino en el caso del vecino de Letur.
La solemnidad y el recogimiento hicieron calmar los ánimos en cuanto las autoridades tomaron asiento y la periodista valenciana, Lara Síscar, dio comienzo al acto. Entonces, la voz fue de las víctimas. Primero, sus nombres; después, sus historias. La de Eva Canut, contada por su hija Andrea Ferrari, la de Slim Regaieg, narrada por su mujer, Naiara Chuliá, y para cerrar la de Virginia Ortiz, la única que tuvo una gran carga política que, sin nombrarlo, todo el auditorio entendió que el mensaje era para Carlos Mazón y la actuación de su Gobierno aquel 29 de octubre.
«Nuestro vecino no es el enemigo. La mayoría de nosotros solo queremos vivir en paz. Pero esa paz solo es posible en sociedades que disponen de libertad, igualdad y seguridad. Las inundaciones son en España el fenómeno natural que más muertes provoca, pero no fue este fenómeno el causante de la catástrofe que hemos sufrido. Es quien omite su deber a sabiendas de que su omisión puede suponer la pérdida de vidas humanas quien comete el acto primigenio que deriva en sus muertes. No debemos dejar el rumbo de nuestra sociedad en manos de quien nos aleje de ese concepto pleno de paz. El poder siempre ha sido nuestro y sé que, unidos, haremos justicia», zanjó. La carga más dura no llegó de L’Horta Sud, sino de Letur e hizo estallar los aplausos.
Fueron las últimas palabras antes de que el Rey cerrara el acto y, de nuevo, las víctimas buscaran el calor que siempre han tenido de la Casa Real, que hasta en nueve ocasiones ha visitado la zona cero en el último año. Hubo quien buscó el consuelo del Rey, otros de la Reina. Pero también hubo quien, en los minutos previos a que las autoridades abandonaran el acto, se lanzó a buscar a Mazón. Lo hizo Dolores Ruiz, que perdió a su marido y a sus tres hijos aquella tarde. La frenó en seco la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, reconduciendo su ira y llevándola hacia el consuelo del abrazo de doña Letizia.
Fueron 55 minutos los que las familiares compartieron el mismo espacio con el presidente de la Generalitat, a quien reclaman que acuda a declarar ante la jueza de Catarroja y que presente la dimisión. Con su dolor, lo consideran responsable de las muertes de sus familiares por no haber avisado a tiempo del peligro que podían correr. La mayoría en silencio, pero sin perder la oportunidad de desahogarse en la primera oportunidad que han tenido de mantener un lejano cara a cara.
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