<p>No hay nada mejor para construir un sentimiento nacional que una agresión inesperada e injustificada de un vecino poderoso. Rusia lo logró en la primera invasión de Ucrania en 2014. Los diplomáticos estadounidenses en Kiev recordaban cómo después de la guerra del Donbas y de la anexión de Crimea los ucranianos se aprendieron, de pronto, la letra de su himno nacional. En 2022, <strong>Vladimir Putin</strong> logró la cuadratura del círculo, al transformar a un humorista metido a político llamado <strong>Volodimir Zelenski</strong> en un símbolo de la libertad al nivel de Churchill. </p>
«Tiene la rara habilidad de tener el pulso firme de un banquero central con la visión reformista de un político»
No hay nada mejor para construir un sentimiento nacional que una agresión inesperada e injustificada de un vecino poderoso. Rusia lo logró en la primera invasión de Ucrania en 2014. Los diplomáticos estadounidenses en Kiev recordaban cómo después de la guerra del Donbas y de la anexión de Crimea los ucranianos se aprendieron, de pronto, la letra de su himno nacional. En 2022, Vladimir Putin logró la cuadratura del círculo, al transformar a un humorista metido a político llamado Volodimir Zelenski en un símbolo de la libertad al nivel de Churchill.
En Canadá, la ‘arancelmanía’ de Donald Trump está logrando algo parecido. Si de algo tienen fama los canadienses en EEUU es de ser educados hasta la extenuación. Así que su enfado con su vecino del sur es algo verdaderamente histórico. Pero además Trump puede hacer que el símbolo de ese orgullo nacional sea alguien en cuyo currículum destaca el cargo público más aburrido, tecnócrata, elitista — y, por qué no decirlo, antipático — del mundo: presidente de un banco central.
Mark Carney es ese hombre. El ex presidente del Banco de Canadá en la crisis financiera mundial de 2008, y del de Inglaterra durante el ‘Brexit’, al que se opuso con argumentos económicos que el tiempo ha mostrado que eran ciertos, va a ser nombrado líder del Partido Liberal canadiense, en sustitución de Justin Trudeau. Ahora, Carney, tiene que salir de su caparazón tecnócrata y enfrentarse al populista por antonomasia: Donald Trump.
Es una tarea para la que está dispuesto este economista de Oxford y Harvard, nacido en los remotos territorios del noroeste de Canadá, que cumple 59 años el domingo y de quien la presidenta del Banco Santander, Ana Botín, dijo a la agencia Reuters el domingo que «tiene la rara habilidad de tener el pulso firme de un banquero central con la visión reformista de un político».
El fin de semana, cuando fue nombrado líder del Partido, Carney lanzó un durísimo ataque contra Trump, que lleva diciendo desde que llegó a la Casa Blanca en enero que va a someter a una guerra económica a Canadá hasta que ese país acceda a ser anexionado a Estados Unidos.
Canadá «nunca, nunca será parte de Estados Unidos», dijo Carney, que se comprometió a responder a la guerra comercial «hasta que Trump demuestre respeto». Son palabras habituales en un político pero no en un ex banquero central. Menos aún en alguien que, cuando hace una docena de años le preguntaron por qué no entraba en política, respondió: «¿Y por qué no me hago payaso de circo?».
Esa frase es típica de un banquero central. Y es que Carney es, por mucho que haya entrado en política, un tecnócrata. Entre sus virtudes no está la cercanía ni la afabilidad. Sí cuenta, sin embargo, con una enorme red de conexiones políticas en todo el mundo, incluyendo, evidentemente, Estados Unidos. No solo ha sido banquero central de su país y de Gran Bretaña —en ese segundo caso, el único extranjero en ejercer el cargo en los 330 años de existencia del organismo— sino que también ha dirigido diversos grupos de coordinación del sistema financiero internacional. En todos ellos Carney destacó por su habilidad diplomática y, también, por su capacidad para tomar riesgos. No en balde, al igual que Mario Draghi o que Olivier Blanchard, es, también, un hombre que en el sector privado trabajó en Goldman Sachs.
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