<p class=»ue-c-article__paragraph»>Chips, microchips, semiconductores o circuitos integrados. Distintas maneras de referirse a uno de los elementos más revolucionarios de las últimas décadas, sin el cual no pueden entenderse ni la digitalización ni nuestro día a día.</p>
Es imposible concentrar la cadena de valor de los microchips sin frenar la innovación ni malgastar el dinero de los contribuyentes.
Chips, microchips, semiconductores o circuitos integrados. Distintas maneras de referirse a uno de los elementos más revolucionarios de las últimas décadas, sin el cual no pueden entenderse ni la digitalización ni nuestro día a día.
Desde su invención hace unas pocas décadas, la innovación en esta industria ha sido muy notable. En 1965, el cofundador de Intel, Gordon Moore, predijo que el número de transistores en un chip se duplicaría cada dos años, con un aumento mínimo en el coste, dando así lugar a la Ley de Moore. Y precisamente, su cumplimiento lo que hace que este sector sea terriblemente competitivo y difícil de abordar para los entrantes. Para cuando una nueva compañía acumulara la tecnología y conocimientos para replicar los procesos de las incumbentes, estas últimas ya habrían evolucionado a la siguiente fase, dejando a la entrante, de continuo, una generación detrás.
En el imaginario colectivo, la producción de microchips se identifica más con su manufactura, con la taiwanesa TSMC y la surcoreana Samsung como líderes globales. Sin embargo, la cadena de valor es mucho más compleja e interdependiente, abarcando la propiedad intelectual, el diseño, la extracción y refinado de materias primas para obtener obleas de silicio, la fabricación de maquinaria, la propia manufactura, el ensamblaje, testado y empaquetado, así como la I+D necesaria en toda la cadena.
No todas las partes de ella generan el mismo valor añadido. La que más aporta es justo el diseño, con un 56% del total. La manufactura, mucho más intensiva en Capex, no llega ni al 20%. Las elevadas inversiones necesarias para la manufactura de microchips motivaron un cambio en los modelos de negocio. En efecto, inicialmente, la práctica integridad de la cadena de valor de microchips se concentraba en EEUU. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XX, este país lideró un movimiento estratégico para externalizar actividades, trasladando algunas como la manufactura y el ensamblaje a países de Asia. Así, compañías que integraban diseño, manufactura y montaje de microchips, conocidas como Integrated Device Manufactures (IDM, por sus siglas en inglés), pasaron a separar la fase de diseño (fabless) de la de manufactura (foundry). La estadounidense Nvidia puede considerarse el caso paradigmático de fabless y la taiwanesa TSMC de foundry.
De este modo, en la actualidad, la cadena de valor está altamente fragmentada. EEUU es la jurisdicción que más recursos privados destina a la I+D y que además, cuenta con especialización en el diseño de microchips. Por su parte, en Asia, sobre todo en Taiwán y Corea del Sur, se concentran las empresas manufactureras de microchips más avanzadas. Por otro lado, equipos como las máquinas de litografía ultravioleta extrema (EUV son sus siglas en inglés) son producidos por empresas de la Unión Europea (UE), destacando especialmente la neerlandesa ASML, aunque otras compañías japonesas y estadounidenses también son relevantes en otros procesos de fabricación.
En cuanto a materiales y gases, las obleas de silicio provienen principalmente de Japón, mientras que otros elementos son suministrados por diversas empresas de los EEUU, Alemania y Francia, entre otros. Finalmente, los servicios de pruebas y empaquetado de chips se subcontratan a jurisdicciones como Malasia y Taiwán.
En tiempos geopolíticamente tranquilos, la fragmentación de la cadena de valor de microchips no ofrece ningún problema. Sin embargo, en un mundo como el actual, las tensiones no hacen más que crecer. Los semiconductores han pasado de ser una cuestión comercial, regida por principios económicos y de eficiencia que fomentaron la aparición de una cadena de valor global, a ser un tema de seguridad nacional, que por tanto atiende a consideraciones más políticas.
Son especialmente destacables las medidas de control de exportaciones implementadas por EEUU que han ido evolucionando en alcance, especificidad y rigor. Pocos días antes de dejar el poder, la Administración Biden introdujo un sistema escalonado de tres niveles de restricciones a nivel global, diseñado específicamente para controlar el acceso a chips avanzados de Inteligencia Artificial (IA) Si bien España se encuentra en el Nivel 1 y por tanto, con acceso pleno a estos chips, otros países como Portugal, México, Israel y Suiza han caído en el Nivel 2, enfrentando así límites en la cantidad de elementos que pueden importar y necesitando licencias específicas para volúmenes mayores. China, Rusia, Irán y Corea del Norte han sido clasificados en el Nivel 3, con prohibición total. Pero Norteamérica no solo está adoptando medidas proteccionistas, sino que también está inyectando elevadas cantidades de dinero público, a través del Chips Act, para desarrollar su industria.
Por su parte, las medidas de represalia adoptadas por China en respuesta a los pasos de la Administración estadounidense han sido sorprendentemente moderadas, centrándose sobre todo en apoyar a su industria de microchips, destinando cantidades muy superiores a cualquier otra jurisdicción: entre 2014 y 2024, inyectaron en estos negocios 188.500 millones de dólares.
La UE no se está quedando atrás. Desde el punto de vista proteccionista, la Comisión Europea adoptó el pasado 15 de enero una Recomendación ofreciendo orientaciones a los Estados miembros sobre cómo identificar y evaluar los posibles riesgos que plantean las inversiones exteriores en las áreas de semiconductores, IA y tecnologías cuánticas. Por otra parte, el EU Chips Act promueve fundamentalmente la coordinación entre Estados miembros, no pudiendo la UE ir más allá, al ser la política industrial únicamente una competencia de apoyo de la UE. Además, ese programa tiene un presupuesto de dinero público mucho más limitado que el de otras jurisdicciones (4.200 millones de euros) y no aporta «dinero nuevo», sino que redirige fondos de otros programas ya financiados por Bruselas. Esta situación está llevando, hasta cierto punto, a una carrera de ayudas públicas entre los 27 países que la conforman, lo que corre el riesgo de dañar el mercado interior.
A mi juicio, la compañía estadounidense Nvidia reaccionó con acierto a las últimas medidas de la Administración Biden, indicando que «EEUU triunfa a través de la innovación, la competencia y compartiendo nuestras tecnologías con el mundo, no al retroceder detrás de un muro de excesiva intervención gubernamental». Las características técnicas de la industria de microchips hacen prácticamente imposible que ningún país vaya a poder concentrar toda la cadena de valor sin un daño considerable a la innovación. Emplear recursos públicos en desarrollar partes de la cadena de valor donde otras jurisdicciones están más avanzadas presenta el riesgo de malgastar el dinero del contribuyente. Planteada en estos términos, nadie puede ganar la batalla geopolítica de los semiconductores.
*Judith Arnal es investigadora principal en CEPS y el Real Instituto Elcano.
Actualidad Económica