<p>La mañana en la que mataron con cuatro tiros a <strong>José Luis López de Lacalle</strong>, el periodista llevaba una bolsa con los siete periódicos que leía diariamente. Siete voces distintas, contradictorias a veces, pero necesarias. La bolsa intacta era casi una alegoría. <strong>»Pluralismo y diversidad de opiniones que definen lo que es una prensa libre»</strong>, escribió EL MUNDO en su editorial, atravesado por la tristeza, pero también por la furia. Esa misma rabia provocó la histórica unión de <strong>16 diarios españoles</strong> en el manifiesto <a href=»https://www.elmundo.es/nacional/eta/libertadexpresion/manifiesto.html»><i>No nos callarán</i></a>, promovido por los directores de EL MUNDO, El País y ABC.</p>
La rabia y consternación por el asesinato del columnista de EL MUNDO provocó la firma conjunta de un manifiesto por parte de 16 diarios españoles
La mañana en la que mataron con cuatro tiros a José Luis López de Lacalle, el periodista llevaba una bolsa con los siete periódicos que leía diariamente. Siete voces distintas, contradictorias a veces, pero necesarias. La bolsa intacta era casi una alegoría. «Pluralismo y diversidad de opiniones que definen lo que es una prensa libre», escribió EL MUNDO en su editorial, atravesado por la tristeza, pero también por la furia. Esa misma rabia provocó la histórica unión de 16 diarios españoles en el manifiesto No nos callarán, promovido por los directores de EL MUNDO, El País y ABC.
No se trató sólo de una unión emocional, sino que también fue real y tangible. Y es que «la libertad amenazada nos unirá siempre por encima de toda contingencia», rezaba el editorial de este periódico que, al mismo tiempo, advertía que «una sociedad cuya prensa está amordazada por el temor no puede ser una sociedad libre».
Dieciséis periódicos españoles –distintos en ideologías e intereses— firmaron aquel manifiesto conjunto. Entre ellos se encontraban medios como La Vanguardia, Diario 16, La Razón, Las Provincias, El Heraldo de Aragón, La Nueva España, El Diario Vasco, La Voz de Galicia, El Correo Español, El Periódico de Catalunya, Diario de Navarra, Levante y el Diario de Cádiz. El 13 de mayo, el palacio de congresos Kursaal de San Sebastián fue el escenario donde la periodista Victoria Rego leyó aquel escrito que, más que un texto, parecía una advertencia. Reafirmaban «su compromiso con la libertad de expresión, ante los intentos de amedrentamiento y la campaña de hostigamiento».
Las pugnas competitivas no eran nada en comparación con la necesidad de no hacerse quebrar. La moralidad era lo único necesario para hacer frente a «quienes practican la cobardía suprema de silenciar a tiros las ideas de los demás». Una prensa unida para señalar públicamente con el dedo y con palabras a los que ambicionaban y fantaseaban con apuntarles con una pistola por la espalda.
El texto más que una elegía, era una muestra de resistencia. «Nunca faltarán argumentos a los que agarrarse para que la solidaridad con las víctimas no traspase el umbral del enfrentamiento con quienes las producen», afirmaban. Rebeldía ante el miedo y compromiso con la sociedad emanaban aquellas palabras. Aunque la estrategia de ETA fuera «atacar a uno para aterrorizar a muchos más», los periodistas no se avasallarían ante «los terroristas, sus cómplices y aquellos que los amparan y justifican«. Lo hicieron, uno, por la libertad de prensa; dos, por su compromiso con la libertad y la ciudadanía.
Y es que el manifiesto también apuntó, sin ambages, al brazo político del terror. Euskal Herritarrok -una de las muchas máscaras institucionales y políticas de ETA y antecesores de EHBildu— había insinuado, un día después del crimen, que la prensa «no era neutral». Los periodistas, lejos de esquivar la acusación, la hicieron suya. «¿Qué debate es ése en el que una parte expresa sus ideas con palabras y la otra asesinando a quien discrepa? Reivindicamos expresamente nuestra falta de neutralidad entre José Luis López de Lacalle y sus asesinos», leyó Prego en nombre de todos los compañeros de oficio.
«Este crimen culmina una larga cadena de amenazas, coacciones y atentados dirigidos contra muchos otros profesionales de la información, especialmente aquellos que desarrollan su trabajo con libertad en el País Vasco», resonó en el palacio.
El asesinato de Lacalle -motivado por «la esperanza de que ese cobarde escarmiento sirviera de aviso a toda la profesión», como apuntaron los periodistas– propició que la prensa escribiera ese día un manifiesto a una sola voz y sólo con el ansia de resistir. Aquel 7 de mayo de hace 25 años el etarra Ignacio Guridi Lasa y su compinche acabaron a bocajarro con la vida de un hombre al que «no le habrían podido nunca aguantar la mirada». Y es que «la limpia trayectoria vital» unió a toda la prensa patria «en defensa de la libertad».
La muerte del aquel entonces columnista de EL MUNDO evidenció, una vez más, la disparidad y cobardía en los asesinatos de ETA. Armas, cócteles molotov y bombas lapas frente a la orfandad de la sorpresa. En su caso, constató «el abismo moral» que «separa el gesto del pistolero que dispara su arma y el del ciudadano que frente a ella sólo tiene como escudo la prensa del día». Un asesinato que hizo que, lejos del miedo, sus compañeros de profesión asumieran «el compromiso de ser dignos de él y de no ceder al chantaje del terror», como sentenció aquel manifiesto.
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