<p><strong>Oriol Pla</strong> está en todo, y no en cualquier cosa. A partir del próximo 30 de octubre protagoniza en Disney+ <i>Yo, adicto</i>, <a href=»https://www.elmundo.es/cultura/cine/2024/09/25/66f421b8fc6c8362098b45bf.html»>la serie sobre el proceso de sanación</a> en una clínica de <a href=»https://www.elmundo.es/papel/historias/2021/04/13/60745bd5fdddffbdbf8b45aa.html»>desintoxicación de Javier Giner</a>, creador de la serie para Alea Media y célebre por haber sido jefe de prensa de Penélope Cruz y Pedro Almodóvar. Un día después, estrena <i>Salve María</i>, <a href=»https://www.elmundo.es/cultura/cine/2024/10/24/671a7724fdddffad508b45bb.html»>el gran retorno a la pantalla de Mar Coll</a> -una década después de Todos queremos lo mejor para ella-, donde forma pareja con la fascinante Laura Weissmahr. Y está preparando su obra <i>Gola </i>-gula, en catalán-, que se verá en el Teatre Nacional de Catalunya, a partir del 28 de noviembre. No cabe duda de que el actor barcelonés de 31 años, que creció con el teatro en la sangre -su padre, Quimet Pla, es uno de<a href=»https://www.elmundo.es/la-lectura/2022/11/25/637fba74e4d4d8b6358b4580.html»> los fundadores de Els Comediants</a>, y su madre, Núria Solina fundó, junto a su marido, Teatre Tot Terreny, entre otras compañías-, <strong>vive uno de los momentos más dulces, o hiperactivos de su carrera</strong>.</p>
El actor catalán vive un momento dulce: protagoniza la serie ‘Yo, adicto’ y la película ‘Salve María’ mientras prepara su obra de teatro ‘Gola’
Oriol Pla está en todo, y no en cualquier cosa. A partir del próximo 30 de octubre protagoniza en Disney+ Yo, adicto, la serie sobre el proceso de sanación en una clínica de desintoxicación de Javier Giner, creador de la serie para Alea Media y célebre por haber sido jefe de prensa de Penélope Cruz y Pedro Almodóvar. Un día después, estrena Salve María, el gran retorno a la pantalla de Mar Coll -una década después de Todos queremos lo mejor para ella-, donde forma pareja con la fascinante Laura Weissmahr. Y está preparando su obra Gola -gula, en catalán-, que se verá en el Teatre Nacional de Catalunya, a partir del 28 de noviembre. No cabe duda de que el actor barcelonés de 31 años, que creció con el teatro en la sangre -su padre, Quimet Pla, es uno de los fundadores de Els Comediants, y su madre, Núria Solina fundó, junto a su marido, Teatre Tot Terreny, entre otras compañías-, vive uno de los momentos más dulces, o hiperactivos de su carrera.
Teatro, cine, televisión. Podría decirse que la gula le define.Sí, no me sé estar quieto. Después de montar Gola, iré a Madrid con Travy, una obra en la que participa toda mi familia. Estaremos en el Teatro de la Abadía a partir del 16 de enero. Habla de la generación de la contracultura y de los conflictos generacionales entre padres e hijos. Con puntos muy poéticos y un humor bastante hilarante, contamos cómo es crecer en una familia donde la vida y lo artístico se mezclan, cosa que a veces puede generar cierta confusión…En cualquier caso, siguen muy unidos: en Yo, adicto su padre le hace de chófer, y usted le corta las uñas a su madre…Mi madre hace de alcohólica y ha sido como su debut en pantalla. Llevamos toda la vida trabajando todos juntos. Mi madre ha sido técnica iluminadora en dos de mis espectáculos de creación y mi padre está ahí siempre. Con mi hermana también hacemos cabarets o participamos en las fiestas de barrio. También tenía que salir en la serie, pero su cameo se cayó en la sala de montaje.¿También estarán todos en Gola?No, ahí en un principio tenía que ser yo solo, pero Pau Matas, cocreador y codirector de la pieza conmigo, se acabará subiendo al escenario porque también ha hecho la música, y en vez de tocar fuera del escenario lo hará desde dentro. Estamos en un proceso de creación muy abierto, y todavía no sabemos muy bien cómo va a ser. Todo lo que sea del mundo del payaso, del bufón y del slapstick es bienvenido en esta fiesta a la gula. Pero queremos sorprendernos a nosotros mismos.¿Cómo ha sido crecer en una familia de artistas?Ni bueno ni malo. Había una relación con los límites y la libertad que era muy diferente a la de las familias que yo veía a mi alrededor, y el juego siempre ha formado parte del léxico familiar. Pero también somos una troupe muy kamikaze. El caos también forma parte de nuestras vidas…¿Es verdad que debutó a los seis años?Sí, en un espectáculo familiar y de calle. Debuté con mi hermana Diana. Es un año y medio mayor que yo, y me ha abierto camino en muchas parcelas de lo artístico. Ella lo hizo todo antes que yo, el circo, la danza, tocar la guitarra.En Yo, adicto tiene una escena de baile desnudo, al son de Benvolgut, de Manel, que deja en pelotillas a la de Barry Keoghan en Saltburn, ¿cómo la preparó?Tuve el acompañamiento del coreógrafo Guillermo Weickert, que curiosamente fue el primero que me habló del libro de Giner, un año antes de que saliese el casting. Me emocionó mucho hacerla, porque el cuerpo es mi herramienta. Mi base es la del mimo, empecé de payaso, queriendo ser Charlie Rivel, Charlie Chaplin o Buster Keaton. Es una manera de expresar la liberación del personaje.¿Tiene formación como bailarín?Soy más bien autodidacta, he aprendido trabajando. He hecho hip hop, breakdance, un poco de contemporáneo. He trabajado mucho con la compañía de circo Baro d’evel, donde tenía un solo de danza, y en la escuela de Mal Pelo. He bailado siempre todo lo que he podido.
Quim VivesLa familia de Giner es muy distinta a la suya.Así es, pero la serie habla de una especie de herida estructural, que puede ser el germen de mucho malestar en cualquier familia. Nuestros progenitores son una fuente de cariño que nunca ponemos en duda, pero que puede ser muy fundacional de nuestro carácter y de nuestros hábitos.La serie habla de un caso concreto, pero puede ser de ayuda para cualquier persona en cualquier situación, ¿está de acuerdo?Sí, todas las máximas que aparecen son aplicables a tantísimas cosas de la esfera personal y social. El libro de Javi Giner es muy revelador, porque parece que te está hablando de algo tan lejano como el mundo de los adictos, y poco a poco va apareciendo un espejo donde cualquiera puede verse reflejado. Al final no va tanto de drogas como de aprender a vivir.También es arriesgada, porque hasta el tercer capítulo su personaje resulta muy antipático, ¿cree que supone un desafío para el espectador?Sí, te pide que empatices con alguien que, de entrada, no es simpático. Pero luego lo puedes entender, y creo que eso da esperanza. Como actor, no tengo miedo de que mis personajes caigan mal. Eso los humaniza. Creo que hay que tener paciencia y tolerancia, porque si enseguida tachamos a la gente con un me gusta / no me gusta, no damos la oportunidad a que emerjan capas más profundas. Y eso pasa mucho con los estigmas de la adicción. Hay que entender que hay gente que está enferma, que no es su mejor versión.¿Fue un desafío para usted encarnar al creador de la serie?Todo lo que me podía impedir hacer bien el trabajo tenía que ver con el pudor y el respeto hacia él, y eso me lo saqué muy rápido de encima. Me dije: No estoy interpretando a esta persona, porque él mismo pone su historia al servicio de la gente, y yo tenía que estar a la altura de ese gesto.Su personaje en Salve María recuerda al de Creatura, ambos encarnan a la «nueva masculinidad», ¿está de acuerdo?Es verdad que podrían ser primos. Pero fíjate que esas representaciones de la nueva masculinidad conllevan cierta crítica, no son totalmente positivas, porque no se enteran, o hacen que no se enteran; son más pasivos que activos en según qué. Parece que no se alteran y están bien, pero su desconexión emocional va por otro sitio… Me parecen interesantes, porque me permiten hacerme preguntas sobre cosas que atraviesan a mi generación, a mí mismo o a mis amigos.En cualquier caso están en las antípodas de la «masculinidad tóxica» que usted encarnó en Girasoles silvestres, de Jaime Rosales, ¿no cree?Sí, ahí sí que era un personaje muy alejado de mí mismo. Yo no me permito ser agresivo, y él era un tipo que tenía que ser el más chulo para poder sobrevivir en el mundo. Me dije: voy a intentar hacer este tío que me da miedo. ¿Qué pasa si lo incorporo? ¿Qué pasa si me permito ser violento?Curiosamente, el personaje de Giner, que es muy moderno y gay, también es muy agresivo.Sí, es una agresividad muy energética, muy verbal, muy de desprecio. Al final, no podemos negar nuestra agresividad. Tenemos que reconocerla y luego vehicularla de una forma sana. Poder pegarle a un cojín, poder gritar. Hay que poder validar todas las emociones que nos vienen para poder expresarlas sin hacernos daño, ni tampoco a los demás. Pero hay que sacarla. Si la negamos, peta todo. El problema es que vivimos de cara a la galería, y muchas veces necesitamos que nos validen desde fuera, pero el único camino es hacerlo desde dentro.¿Le ha cambiado la vida interpretar este viaje emocional?Me ha cambiado la relación conmigo mismo, he cogido un camino de transformación interesante en muchos sentidos, pero la educación emocional que entraña el camino de desintoxicación es súper interesante para todo el mundo.¿Ha cambiado su visión de las drogas?La ha afinado. Es decir, las drogas suelen ser una vía de escape. Todo el mundo se droga, de maneras distintas. Parece que la droga es la cocaína, pero hay mucho adicto al trabajo. Para ellos, es lo más importante, más que su vida, más que todo. A mí me pasa también. Cuando no trabajo no sé qué hacer con mi vida y me entra la depresión.¿Alguna adicción más?El móvil también nos desconecta de nosotros mismos, de la relación que tenemos con los otros y del ritmo natural de la vida, que no es el que nos está proponiendo este sistema. Yo alterno entre un smartphone y un tronco-móvil. Ahora necesito un smartphone, y veo que no tiene límites. El scroll es infinito, no llega un momento de realización. Siempre está disponible, y no te pide nada, ningún esfuerzo. Te desconecta, te genera dopamina. Me mantengo alejado de las redes, pero tengo un Instagram para la obra Travy, y cuando entro para lo que sea, flipo. Todo es azúcar, todo es maravilloso. Cultura