<p class=»ue-c-article__paragraph»>El ya ex canciller alemán <strong>Olaf Scholz</strong>, socialdemócrata como <strong>Sánchez </strong>pero con menos suerte, eligió la canción <i>Respect </i>para ser despedido con honores en una ceremonia militar. Interpretada por <strong>Aretha Franklin</strong>, la canción es un himno que cada uno ha interpretado a su manera. «Todo lo que pido es un poco de respeto». El estribillo es universal en el espacio y en el tiempo. La compleja era que atravesamos, en la que las redes sociales son las reinas de la fiesta, no es pródiga en «respeto». Diríase que es una palabra cuyo significado es cero absoluto, incluso en el Parlamento alemán. Que ya es decir. Varios diputados han recibido al nuevo canciller <strong>Merz </strong>con una soberana falta de respeto, para que se vaya preparando. Scholz movía la cabeza de un lado al otro recordando que él había pedido respeto.</p>
«Los suyos dicen: ‘No pueden con él’. Los de enfrente concluyen: ‘Este tío es un desvergonzado’. Y así van pasando los días, las semanas, los meses y los años»
El ya ex canciller alemán Olaf Scholz, socialdemócrata como Sánchez pero con menos suerte, eligió la canción Respect para ser despedido con honores en una ceremonia militar. Interpretada por Aretha Franklin, la canción es un himno que cada uno ha interpretado a su manera. «Todo lo que pido es un poco de respeto». El estribillo es universal en el espacio y en el tiempo. La compleja era que atravesamos, en la que las redes sociales son las reinas de la fiesta, no es pródiga en «respeto». Diríase que es una palabra cuyo significado es cero absoluto, incluso en el Parlamento alemán. Que ya es decir. Varios diputados han recibido al nuevo canciller Merz con una soberana falta de respeto, para que se vaya preparando. Scholz movía la cabeza de un lado al otro recordando que él había pedido respeto.
No estamos tan mal, pensarían en Moncloa, fíjate que le hubiera pasado algo parecido al presidente Sánchez en la investidura. Difícil porque el voto aquí es de viva voz y por llamamiento, no secreto. La falta de respeto en el Congreso español es distinta a la del Bundestag. Aquí se despellejan, pero la disciplina de los partidos con sus líderes va incluso más allá de lo militar. Eso se nota mucho en los grandes debates. La comparecencia de Sánchez para informar del 2% del PIB dedicado al rearme y el gran apagón era a priori, una sesión parlamentaria de muy largo alcance.
Es decir, uno de esos mini debates del estado de la Nación que se celebran al menos en una ocasión en cada período de sesiones. Las comparecencias del presidente se piden para una cosa concreta y acaban en otra distinta, después de que por el camino se haya cruzado cualquier desgracia o infortunio.
Hay una pauta, sin embargo, que siempre es la misma. Los socialistas aplauden a Pedro Sánchez a rabiar y los diputados del PP se hacen daño en las manos de tanto cariño que le dan a su líder. Presidente del Gobierno y líder de la oposición corresponden a esta devoción hablando para gustarle a sus bancadas. Hay una segunda pauta en estos mini debates del estado del Gobierno de Sánchez, y es que el presidente llega, realiza su faena sin despeinarse, cómodamente, como sin querer. Sube a la tribuna y pim, pam, pim pam varias horas hablando del apagón sin contar nada sobre las causas hasta que acaba la sesión y abandona el hemiciclo. Hasta la próxima. Los suyos dicen: «No pueden con él». Los de enfrente concluyen: «Este tío es un desvergonzado». Y así van pasando los días, las semanas, los meses y los años.
El gran apagón que ha puesto en solfa al sistema eléctrico deviene así en un: «Vale, a mí me pasan cosas, voy saliendo de todos los follones con más o menos rasguños, pero miren lo que hay enfrente: una coalición del PP y Vox, un Feijóo que no es capaz de imponer su autoridad y dispuesto a gobernar con Abascal».
Sin ser lo mismo, Feijóo hace algo parecido. Habla para su parroquia, que está de Sánchez hasta el gorro y le atribuye todas las desgracias, sean apagones, robos de cobre que paralizan los trenes o corrupciones variadas. El líder de la alternativa explicó bien en su primer discurso cuál era su modelo energético. «Esto no va de renovables o nucleares, va de renovables y nucleares». En el turno de réplica ya dio rienda suelta al anti sanchismo a tope.
Entre el «¿usted para qué sirve?», que le dijo Sánchez a Feijóo y el «¿usted qué se ha creído que es?» que le dijo Feijóo a Sánchez -sin disimular una cierta impotencia- está la cuestión. En el fondo, las posiciones de PSOE y PP en materia energética tampoco están tan distantes. En la forma, no se pueden permitir el lujo de aparentar acercamientos. Por el qué dirán.
Y como no hay mal que por bien no venga -en el uso de los refranes Sánchez es un maestro-, del 2% en rearme apenas si se habló. Una cuestión que, dijeron, a punto estuvo de romper la coalición, ahora ya está de adorno en la estantería. Por si hacía falta una prueba, la vicepresidenta e invitada permanente de Sumar, Yolanda Díaz, se fue a Roma. Hizo bien. No hay color entre una comparecencia más del presidente del Gobierno, aunque sea para hablar de una cuestión tan importante para la izquierda como es el rearme, y un cónclave para elegir nuevo Papa.
En el pim, pam de la comparecencia sobresalió el tamaño de la distancia de Sánchez con Podemos. Ya casi insalvable.
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