<p>»Esta vez sí», le salió del alma al recoger el <strong>Premio Planeta</strong> de manos del Rey Felipe VI. <a href=»https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2024/10/15/670e9716e85ece3b198b45c0.html»><strong>Paloma Sánchez-Garnica</strong></a> (Madrid, 1962) ya se había subido a este mismo escenario hace sólo tres años, cuando quedó finalista con Últimos días en Berlín y veía como <strong>Carmen Mola</strong> ganaba el premio gordo del millón de euros (y Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Santos Mercero se destapaban tras el pseudónimo). No es una excepción pero sí poco habitual que un finalista acabe ganando el Planeta: le ocurrió a <strong>Fernando Sánchez Dragó, Maria de la Pau Janer o Fernando Savater,</strong> entre otros. Incluso <strong>Mercedes Salisachs </strong>fue finalista en dos ocasiones antes de alzarse con el Planeta en 1975.</p>
Hace tres años fue finalista y anoche se erigió como ganadora del Planeta con ‘Victoria’, una novela sobre el inicio de la Guerra Fría. «Las escritoras hemos irrumpido y vendemos muy bien», reivindica
«Esta vez sí», le salió del alma al recoger el Premio Planeta de manos del Rey Felipe VI. Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) ya se había subido a este mismo escenario hace sólo tres años, cuando quedó finalista con Últimos días en Berlín y veía cómo Carmen Mola ganaba el premio gordo del millón de euros (y Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Santos Mercero se destapaban tras el pseudónimo). No es una excepción pero sí poco habitual que un finalista acabe ganando el Planeta: le ocurrió a Fernando Sánchez Dragó, Maria de la Pau Janer o Fernando Savater, entre otros. Incluso Mercedes Salisachs fue finalista en dos ocasiones antes de alzarse con el Planeta en 1975.
Con nueve novelas a sus espaldas (y un Premio Fernando Lara), Sánchez-Garnica abandonó su carrera de abogada para dedicarse a la literatura. Aparece exultante en su hotel de Barcelona, con una elegante casaca burdeos y ribetes dorados, muy histórica, y se sienta para hablar de Victoria, el libro con el que, esta vez sí, ha conseguido el Planeta.
¿Cómo vivió esta gala, tras experimentarla como finalista hace sólo tres años?Cuando salió Beatriz Serrano a hablar, porque siempre sale primero la finalista, te da tiempo a resetear, a pensar muchas cosas, ser consciente de lo que vas a vivir. Sobre todo me repetía a mí misma: ‘Disfrútalo, este momento es único, te has preparado para ello, has trabajado mucho’… Me ha costado mucho llegar hasta aquí. Y lo voy a disfrutar.El año 2021 se recuerda como el que se destapó la identidad de Carmen Mola. ¿No quedó un poco a la sombra su novela finalista? No, al contrario. La polémica que hubo creó un producto de marketing impresionante y… ahí estaba yo, también se habló mucho de mi novela. Además aprendí mucho de ellos [Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Santos Mercero]: a pesar de todo lo que les machacaron y atacaron, no entraron al trapo, supieron mantenerse al margen con pundonor. Además todo era tan injusto… Yo me revolvía cuando decían que los tres se ponían detrás de un pseudónimo de mujer porque para las mujeres es más fácil publicar. ¡No, por favor! Más paternalismos, no.¿Usted ha notado ese paternalismo a lo largo de su carrera? Cada vez menos. Porque cada vez somos más escritoras y también más periodistas mujeres. En los 20 años que llevo en el mundo de la escritura creo que ha habido una evolución. Además, hay una realidad incontestable: las mujeres somos las que más compramos libros, las que más leemos. Y las autoras vendemos mucho. Pero aún perdura cierto prejuicio paternalista, como la idea de que las mujeres escribimos para mujeres.En las 73 ediciones del Planeta ha habido 17 mujeres ganadoras versus 54 hombres. Aunque si miramos desde el 2000 sí que hay una paridad. Es que antes las mujeres no llegábamos. Autoras como Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet o Ana María Matute eran la excepción y abrieron camino. Las escritoras hemos llegado, hemos irrumpido y vendemos muy bien, somos muy potentes y tenemos detrás a muchos lectores.Varias de sus novelas se ambientan en la Alemania de Weimar, el ascenso de Hitler y, ahora, la de la Guerra Fría. Cuando tenía 27 años viajó al Berlín dividido apenas un mes antes de la caída del muro. ¿Fue el germen de parte de su literatura?Berlín me ha parecido siempre una ciudad fascinante. Fuimos en coche y aún pensábamos que el muro iba a durar, pero cayó a los 40 días. Desde entonces, siempre he seguido la evolución de esa ciudad. El viaje me causó un gran impacto: tenías que atravesar la parte de la RDA hasta llegar al Berlín Occidental. Allí dejamos el coche. Era un Berlín de explosión de colores, lleno de tiendas, de luz, de flores, de gente, de vida… Pero una estación de metro después, previo visado, era como entrar en una máquina del tiempo, retrocedías al final de la Segunda Guerra Mundial en una ciudad totalmente gris, lenta, fría. Era otro mundo.¿Dónde estaba cuando cayó el muro?Era el cumpleaños de mi hijo, el 9 de noviembre, que cumplía cuatro años. Estaba en casa y mi marido me avisó: ‘¡Ha caído el muro, están abriendo el muro!’. Si me dijeran qué momento histórico me habría gustado vivir sería esa noche. Me hubiera encantado estar ahí esa noche, ver la entrada de todos los berlineses del Este hacia el Oeste. Muy pocos lo hicieron el contrario…¿Y adónde nos lleva con Victoria, al momento en que se construye el muro?Es la crónica de cómo se fragua la Guerra Fría, los años previos al muro. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, cómo se vive en Alemania pero también al otro lado del océano, en Estados Unidos. Entonces, Estados Unidos era la cuna de la libertad y de los derechos, pero tenía sus fallas.Salvando todas las distancias, hace un paralelismo entre la persecución de los judíos por parte del nazismo con la discriminación racial en Estados Unidos.La semilla del odio no sólo se encontraba en la Alemania nazi, también existían graves grietas en Estados Unidos. Elegí la ciudad de Tuskegee, en el profundo sur de Alabama, porque durante 40 años, desde 1934 hasta 1974, se hizo un experimento clínico de cómo se desarrollaba la sífilis en hombres. Lo hicieron con unos 400 hombres negros y pobres. Obviamente, en el holocausto fueron millones… Pero a esos 400 hombres no se les informó en ningún momento de que tenían la sífilis: se les dijo que tenían la mala sangre y que les iban a tratar. Pero no les trataron, simplemente veían cómo iba evolucionando. Muchos murieron. Fue una salvajada.El experimento Tuskegee trató de mantenerse en secreto. No fue hasta 1997 cuando el presidente Bill Clinton pidió disculpas públicas en la Casa Blanca…Sí. Y otra cosa que lo conecta con Alemania es que después de los juicios de Nuremberg a los altos mandos de Hitler se juzgó a los médicos que utilizaron a los judíos como conejillos de indias. A raíz de la sentencia se creó el Código Nuremberg, la primera norma ética que protegía a los pacientes de cualquier estudio médico, porque se requería obligatoriamente que se les informara y que dieran su consentimiento. Es decir, una serie de garantías para cualquier ensayo clínico… Se aprobó en 1947, pero no se aplicó.No es la primera vez que contrapone dos sistemas a priori antagónicos, dos latitudes diferentes. En La sospecha de Sofía (2019) compara el franquismo y la República Democrática Alemana. ¿Ese espejo ayuda a que entendamos mejor ambos contextos?Yo creo que sí. En ese caso era el franquismo de última época, que ya hacía aguas por todos los lados. Sin embargo, la RDA era una dictadura férrea, soviética, que se cerró con muros. Generalmente los muros se construyen para proteger, para que no entre nadie, pero ahí era para evitar que saliera la gente. Y la vigilancia constante por parte de la Stasi… Esas dos dictaduras condicionaron la vida de la gente, que es de lo que se trata: cómo afecta a las personas.¿Hasta qué punto son políticos sus libros? Ha tratado los más diversos totalitarismos..La historia también es política. Y por supuesto nos condiciona. Cuando la gente dice ‘yo no quiero saber nada de política’… Es que la política no solamente son los políticos. Es nuestra forma de vida, nuestro sistema. Los que tenemos la suerte de elegir, elegimos en elecciones, pero hay veces que no puedes. Y eso son las dictaduras.¿Se puede trazar algún paralelismo de su libro ambientado en los orígenes de la Guerra Fría con la situación geopolítica que vivimos hoy?Más bien diría que está en el tema de macartismo y la política de cancelación que se da en las redes sociales. Si se te ocurre decir algo que no siente bien a determinado grupo, se te pueden tirar a la yugular, te pueden cancelar y te pueden crear un problema.Otro tipo de caza de brujas digital…Claro. También está el tema de los inmigrantes… Obviamente no estamos con las leyes de segregación de Jim Crow pero un sector de la sociedad señala a los inmigrantes como los causantes de todos los males, los sospechosos de todo, como lo fueron los negros.A usted le gusta citar la advertencia de Primo Levi, que todo puede volver a ocurrir…Sí, es la lección de la Historia. Y lo dijo Levi tras sobrevivir a Auschwitz: ocurrió, en consecuencia, puede volver a ocurrir y puede ocurrir en cualquier lugar…. Cultura