<p><strong>La infancia es un sitio extraño.</strong> Y contradictorio. Durante siglos, ni existió. Apenas era nada más que una especie de enfermedad que había que pasar. Y así hasta que algún poeta la convirtió en el paraíso. Bien es cierto que otros, André Malraux entre ellos, la detestaban. Al fin y al cabo, también es un lugar plagado de miedos. Sea como sea, la infancia a fecha de hoy mantiene tal reputación que pocos son los artistas que no se inflaman en su presencia. Pobres. Los niños, sin embargo, no lo tienen tan claro. Es más, rara vez los poetas y los niños se juntan para departir sobre las virtudes y ventajas de ser un crío. Y los que lo hacen… cuidado. Se podría decir incluso que con la infancia pasa lo mismo que con el pan. Los curas lo bendicen, pero la mayor parte de los panaderos son ateos. Es así.</p>
La Seminci certifica la reconversión en realizadoras de hasta tres actrices y en los tres casos de forma tan personal y genuina como brillante
La infancia es un sitio extraño. Y contradictorio. Durante siglos, ni existió. Apenas era nada más que una especie de enfermedad que había que pasar. Y así hasta que algún poeta la convirtió en el paraíso. Bien es cierto que otros, André Malraux entre ellos, la detestaban. Al fin y al cabo, también es un lugar plagado de miedos. Sea como sea, la infancia a fecha de hoy mantiene tal reputación que pocos son los artistas que no se inflaman en su presencia. Pobres. Los niños, sin embargo, no lo tienen tan claro. Es más, rara vez los poetas y los niños se juntan para departir sobre las virtudes y ventajas de ser un crío. Y los que lo hacen… cuidado. Se podría decir incluso que con la infancia pasa lo mismo que con el pan. Los curas lo bendicen, pero la mayor parte de los panaderos son ateos. Es así.
‘Rita’, de Paz Vega, es una película sobre la infancia y desde la infancia. Pero lejos de dejarse deslumbrar por su buena prensa, se muestra en todo momento consciente de cada una de sus sombras. Y ahí sin duda, su mayor virtud. La Seminci tuvo a bien programarla en la sección oficial después de su presentación en el Festival de Locarno y la elección, contra esa tendencia tan nuestra tan agorera y tan cainita, se antojó muy acertada. Sí, Paz Vega –directora, guionista y ella misma intérprete– completa la mejor película en la que ha participado en la calidad de lo que sea en mucho tiempo. No diremos cuánto por aquello de no hacer daño innecesario, pero realmente mucho.
La película vive toda ella en el brillo y también las primeras arrugas de la mirada de la jovencísima protagonista Sofía Allepuz. Se cuenta la historia de una familia entre humilde y simplemente pobre en la Sevilla de 1984. Empieza el verano y los críos Rita y Lolo (Alejandro Escamilla) comienzan sus vacaciones al lado de su madre (la propia Paz Vega) y su padre, un rudo taxista al que da vida Roberto Alamo como siempre con precisión. Se habla del pasado, se retrata un mundo fieramente machista y se escucha cantar a través del patio de vecinos. La directora se esfuerza en construir un ambiente a la vez fiel y perfectamente creíble; costumbrista si se quiere y muy pendiente de los pliegues de la memoria. Todo es reconocible por mantener firme y en pie la apariencia (aunque solo sea eso, un simulacro) de lo vivido. Cada una de las dudas de la puesta en escena, que las hay, se diría que juegan a favor de una película que quiere precisamente hacerse fuerte en ese espacio trémulo y siempre inestable de, en efecto, la infancia. La cámara se mantiene flotando a la altura de los ojos de Rita y desde ahí descubre, inventa y hasta crea un universo tan cerca del paraíso como a un paso de cualquier abismo.
No reventamos nada si decimos que toda la película parece dirigirse hacia un punto que en un momento dado es refutado. Ese gesto (o truco incluso) entre hábil y muy brillante obliga a releer y volver a imaginar todo lo visto hasta entonces de otra manera mucho más cruda, más violenta, infinitamente más contradictoria. En efecto, el mayor talento de ‘Rita’, la película, no es tanto su poder de evocación, que también, como su capacidad para inocular el veneno de la sospecha en el espectador desde muy pronto y desde las secuencias más evidentemente luminosas. Algo ocurre en esa supuestamente tersa y paradisiaca reconstrucción del pasado que no acaba de cuadrar. Y en ese ligero desajuste habita la amenaza de la mayor de las oscuridades. De repente, la infancia también duele. Y mucho. El paraíso que decíamos al principio se encuentra al borde mismo de todos los acantilados. La infancia, en efecto y tal como nos recuerda ‘Rita’, es un lugar extraño.
Bien es cierto que hay momentos de subrayados quizá innecesarios y de lirismos ciertamente prescindibles (el empeño de emocionar en cada plano agota), pero lo que no desfallece en ningún momento es la voluntad de ofrecer un punto de vista, una mirada, tan personal e identificable como elaborada y precisa. Definitivamente, Paz Vega es directora. Y lo es como lo es Ariane Labed, actriz con Copa Volpi por ‘Attenberg’ (Athina Rachel Tsangari, 2010), que hace de ‘Septiembre dice’ un delicado, ligeramente desajustado y siempre feroz ejercicio de estilo tan inquietante como revolucionario. Y lo es como lo es Marta Nieto (‘Madre’, de Rodrigo Sorogoyen, 2019) que convierte ‘La mitad de Ana’ en una declaración de intenciones sobre una forma vocacionalmente distinta de mirar el mundo. Las tres, en la sección oficial de la Seminci, las tres directoras debutantes, las tres actrices de trayectoria probada. La infancia también puede ofrecer esto: repensarse y repensar el mundo desde otro lado de la profesión de cineasta.
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