<p>Más de ocho millones de alumnos inician este mes el curso escolar, entre ellos los dos que viven en mi casa. No son pocos los desvelos que provoca la educación de los hijos, a la que las familias damos una importancia general superlativa. Están las dudas propias de la paternidad -si he elegido bien el colegio, si leen lo suficiente, si saben bastante inglés, cuántas y cuáles son las extraescolares correctas-, inevitables, y luego están las dudas propias del sistema educativo, que suelen ser mucho más evitables.</p>
Más de ocho millones de alumnos inician este mes el curso escolar, entre ellos los dos que viven en mi casa. No son pocos los desvelos que provoca la educación de los hijos, a l
Más de ocho millones de alumnos inician este mes el curso escolar, entre ellos los dos que viven en mi casa. No son pocos los desvelos que provoca la educación de los hijos, a la que las familias damos una importancia general superlativa. Están las dudas propias de la paternidad -si he elegido bien el colegio, si leen lo suficiente, si saben bastante inglés, cuántas y cuáles son las extraescolares correctas-, inevitables, y luego están las dudas propias del sistema educativo, que suelen ser mucho más evitables.
Entre estas últimas hay muchas que los padres afrontamos desde una ingenuidad natural. Por ejemplo: mi hija mayor tendrá este curso su cuarta profesora de Lengua y Matemáticas en cuatro años en Primaria y la tercera en Naturales y Sociales. Cree uno que un poco de estabilidad sería conveniente en niños que están aprendiendo a leer, sumar y escuchar clases en inglés, pero enfrente hay un muro de complejidades burocráticas con las plazas de funcionarios e interinos difícil de derribar.
Otro ejemplo: el horario. En el colegio de mis hijos, público de la Comunidad de Madrid, se mantiene la jornada partida, no sin esfuerzo tras dos votaciones en las que se propuso pasar a la continua. Pero en junio y septiembre sí hay jornada continua y una hora lectiva menos. También se empieza el 8 de septiembre y no el día 1, y se terminó el 20 de junio y no el día 30. De esas cosas que son así, sin que se sepa cómo ni por qué.
Hay reivindicaciones de los profesores que urge tener en cuenta -la bajada de las ratios, el número de alumnos por clase, la primera de ellas- y otras de los padres que son inaplazables, como la necesidad de tener más recursos para los alumnos con dificultades. Entre ellos, el creciente número de niños inmigrantes que llegan todos los años a los colegios, en cualquier mes y a cualquier edad, muchos con graves carencias, incluyendo el conocimiento del idioma o el retraso en el aprendizaje.
Otra duda creciente es qué ocurre con los chicos. Hay en el sistema iniciativas y contenidos variados dirigidos a las niñas, desde las vocaciones científicas a la celebración del propio 8-M, pero prácticamente ninguno para los niños, que además tienen prácticamente todo profesoras y ningún profesor. Tener referentes y sentirse importantes también debe formar parte de la educación de ellos.
Y la duda principal es, claro, la calidad del sistema. Y aquí hay alguna certeza. Sometida a continuos cambios de leyes, la educación es víctima de la politización intencionada. Ha pasado casi una década desde que se inició el que ha sido el mayor intento de firmar un pacto de Estado de Educación, abortado por Pedro Sánchez cuando ganó el control del PSOE. No hubo ni excusas: la educación era un terreno óptimo de polarización política y punto.
Pocas dudas hay de que la ley Celaá es la peor de la democracia. Cogió lo más grotesco del posmodernismo pedagógico, desestructuró el sistema y sumió en un caos burocrático el funcionamiento de los centros y la evaluación de los alumnos. No anticipó ninguno de los debates actuales, como la reducción del uso de las pantallas, y no ha servido para frenar la permanente bajada de nivel de los alumnos españoles. Al contrario.
Los colegios se las apañan como pueden y dentro está lo mejor del sistema: los profesores. En ellos confiamos
Más allá, la intención de disfrazar como valores lo que muchas veces es ideología y primar las emociones sobre el conocimiento merece un análisis aparte. Se vuelca en las citadas pantallas los problemas de los adolescentes de hoy, pero está por estudiar el efecto de los valores que hacen sentirse culpables a los niños desde bien pequeños por cosas que quedan fuera de su alcance y comprensión. Culpables del cambio climático, de la discriminación de la mujer, de la transfobia o del racismo; culpables por lo que comen, y culpables hasta por gritar de más y molestar a los cascarrabias en espacios públicos.
Con una ministra actual desaparecida, Pilar Alegría, que divide su tiempo entre los argumentarios como portavoz del Gobierno y los discursos como líder del PSOE en Aragón, la sensación a nivel político es de abandono y son las comunidades autónomas las que asumen las iniciativas nuevas.
Los colegios, mientras tanto, se las apañan como pueden para seguir ofreciendo los mejores conocimientos a los alumnos. Dentro está lo mejor del sistema, que son sus profesores. Con sus defectos y sus inercias, la realidad es que sin su esfuerzo diario y su profesionalidad todo se vendría abajo. Tener mejores profesores y mejor pagados debería ser un objetivo compartido por toda la sociedad. En ellos seguimos confiando para educar a ciudadanos libre e iguales.
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