Donald Trump se siente pletórico tras lo que considera su gran éxito internacional, el alto el fuego e intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos en Gaza. Tanto que ahora aspira a repetirlo y concluir la guerra en Ucrania, que había prometido resolver en 24 horas tras su regreso a la Casa Blanca. Alentado por el aluvión de elogios internacionales al papel de pacificador que le han atribuido en su visita relámpago a Israel y Egipto, este viernes el presidente estadounidense recibe en el Despacho Oval a su homólogo ucranio, Volodímir Zelenski. Ambos dirigentes tratarán, entre otras cosas, sobre los deseos de Kiev de recibir misiles de largo alcance Tomahawk, capaces de atacar objetivos lejanos en suelo ruso. Pocas horas antes de ese encuentro, Trump anunció este jueves una reunión con el líder del Kremlin, Vladímir Putin, en Budapest. Será su segundo encuentro después del Alaska en agosto, tras una conversación telefónica que ambos mantuvieron este jueves.
El presidente de Estados Unidos se reúne este viernes con Zelenski en la Casa Blanca tras anunciar un próximo encuentro con Putin en Budapest
Donald Trump se siente pletórico tras lo que considera su gran éxito internacional, el alto el fuego e intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos en Gaza. Tanto que ahora aspira a repetirlo y concluir la guerra en Ucrania, que había prometido resolver en 24 horas tras su regreso a la Casa Blanca. Alentado por el aluvión de elogios internacionales al papel de pacificador que le han atribuido en su visita relámpago a Israel y Egipto, este viernes el presidente estadounidense recibe en el Despacho Oval a su homólogo ucranio, Volodímir Zelenski. Ambos dirigentes tratarán, entre otras cosas, sobre los deseos de Kiev de recibir misiles de largo alcance Tomahawk, capaces de atacar objetivos lejanos en suelo ruso. Pocas horas antes de ese encuentro, Trump anunció este jueves una reunión con el líder del Kremlin, Vladímir Putin, en Budapest. Será su segundo encuentro después del Alaska en agosto, tras una conversación telefónica que ambos mantuvieron este jueves.
“Creo que el éxito en Oriente Próximo nos ayudará en la negociación para lograr el final de la guerra entre Rusia y Ucrania”, escribió en el mensaje en redes en el que informaba de los resultados de esa llamada “muy productiva”. Ambos gobernantes se verán las caras en la capital húngara “rápido, en un par de semanas”, decía Trump un poco más tarde desde el Despacho Oval. Antes habrá una primera toma de contacto entre sus equipos respectivos; la delegación estadounidense estará encabezada por el secretario de Estado, Marco Rubio.
El optimismo del republicano tras lo que percibe como un triunfo indiscutible en Gaza es palpable no solo en sus comentarios. También en las declaraciones de su equipo: su secretario de Defensa, Pete Hegseth, declaró en Bruselas el miércoles que la guerra en Ucrania “no empezó durante el mandato de Trump, pero se acabará durante el mandato de Trump”.
Pese a su euforia, el estadounidense puede encontrarse —como le ha ocurrido una y otra vez desde su regreso a la Casa Blanca— con que resolver ese conflicto es más complicado de lo que declara: no es lo mismo aplicar presión sobre Israel, un aliado que depende de Washington desde el punto de vista militar y diplomático, para que acepte un intercambio de rehenes por presos palestinos y un muy vago plan de paz que persuadir a una Rusia hostil y que cuenta con el respaldo, entre bambalinas, de una China muy poco dispuesta a hacer concesiones a su rival sistémico. Sobre todo si, como hasta ahora, Trump se ha acabado desdiciendo cada vez que ha blandido la idea de una amenaza contra Moscú.
La primera prueba de su determinación y de sus planes la tiene ya ante sí. Ucrania le reclama que autorice el envío de misiles Tomahawk, que según Kiev pueden ser claves para atacar territorio ruso: con un alcance de hasta 2.500 kilómetros podrían golpear instalaciones de petróleo o fábricas de armamento muy lejos de la frontera. Serían mucho más efectivos que los misiles que lanza hasta ahora, como los británicos Storm Shadow, de 250 kilómetros de recorrido máximo. Y aunque por sí solos no darían un vuelco definitivo a la guerra, sí servirían de señal al Kremlin de que Washington vuelve a estar de modo decidido del lado ucranio. Trump ha apuntado que se lo plantea en el caso de que Rusia no regrese a la mesa de negociaciones.
Este miércoles, en declaraciones durante un acto en el Despacho Oval, el presidente estadounidense avanzó: “Trataremos sobre la guerra”, en referencia a la conversación con Zelenski. Los ucranios “quieren ir a la ofensiva. Tomaré una decisión sobre eso, pero ellos querrían ir a la ofensiva”, agregó. La idea ha desatado la furia rusa. La entrega de misiles Tomahawk a Kiev supondría “una nueva fase en la escalada, que afectaría incluso a las relaciones entre Rusia y Estados Unidos”, ha advertido Putin.
Además de los Tomahawk, el inquilino de la Casa Blanca y Zelenski podrían hablar de otros tipos de armamento. El ucranio había propuesto el mes pasado un “megaacuerdo” para que su país recibiera cerca de 90.000 millones de dólares (unos 77.000 millones de euros) en armas estadounidenses. Una delegación de Kiev, encabezada por el asesor presidencial Andrii Yermak, se encuentra en Washington desde comienzos de la semana para reunirse con directivos de algunas de las principales corporaciones de defensa estadounidenses, como Raytheon o Lockheed Martin.
Giro de 180 grados
El cambio de actitud de Trump hacia este conflicto ha sido notorio en los últimos meses, y especialmente chocante cuando se compara con el inicio de su segundo mandato, cuando se alineaba por completo con Moscú e insultó públicamente a Zelenski en el Despacho Oval.
Ahora ha pasado de suspender el envío de armas a Kiev a que su secretario de Defensa inste en Bruselas a los socios de la OTAN a aumentar su contribución al mecanismo para la compra de equipamiento estadounidense para Ucrania, el sistema que ha sustituido a las donaciones de material enviadas durante la presidencia de Joe Biden. De sostener que Zelenski tendría que resignarse a la pérdida de territorio en cualquier acuerdo de paz, a declarar la posibilidad de que el país invadido recupere todo el suelo ocupado. Y a mostrarse abierto a alguna aportación a las garantías de seguridad que Ucrania reclama para la posguerra.
Ese giro de 180 grados en sus posiciones, impensable cuando reprochaba al ucranio “no tener cartas” para imponerse en la guerra, ha tenido varios factores. Entre ellos, la presión europea reflejada en el arropamiento, en ocasiones incluso físico, de los líderes del bloque hacia Zelenski. También la disposición de los aliados de la OTAN a aumentar su gasto militar al 5% del PIB —parte de esos fondos, invertidos en el mecanismo para la compra de armamento estadounidense destinado a Ucrania—. La última reunión cara a cara con el presidente del país invadido, en los márgenes de la Asamblea General de Naciones Unidas a finales de septiembre, se desarrolló de manera notablemente cordial.
Pero sobre todo, Trump ha modificado su opinión frustrado por Putin. El estadounidense, que hace meses consideraba inevitable la victoria de Rusia en el conflicto debido a su tamaño, población y recursos mucho mayores, ha visto cómo fracasaba la ofensiva de verano de las fuerzas invasoras. También ha criticado los graves problemas económicos de Moscú. Y ha visto cómo el presidente ruso esquivaba una y otra vez comprometerse sobre un alto el fuego, pese a expresarle sus deseos de paz.
Con el ruso nada ha funcionado: ni las lisonjas públicas, ni los oropeles y la pompa en la cumbre en la base militar de Elmendorf-Richardson en las afueras de Anchorage (Alaska) el 15 de agosto. Tampoco su táctica favorita, que sí le ha funcionado por el momento en Gaza: anunciar que se había logrado un avance y presionar a las partes de tal modo que no tuvieran más remedio que ver cómo lo ponían en práctica. Trump anunció en agosto, tras la cumbre de Anchorage y la que se celebró en la Casa Blanca con Zelenski y los europeos, una reunión tripartita entre el ucranio, el ruso y él mismo. Nunca ha llegado a ocurrir. Aunque se produjo un avance por un flanco inesperado, cuando la primera dama estadounidense, Melania Trump, dio a conocer la semana pasada que había establecido un canal de comunicación con Putin para tratar sobre los niños ucranios secuestrados y llevados a Rusia.
Ahora la clave de por dónde vaya a avanzar la negociación —si avanza— estará en las reuniones con los líderes. Una prueba de su determinación será la presión que ejerza sobre Moscú: si opta, efectivamente, por autorizar los Tomahawk para Ucrania o algún otro tipo de medidas de presión. O si, en cambio, la amenaza de permitir ese armamento se va por el camino de sus promesas de aranceles secundarios y sanciones contra Rusia: meras palabras, sin intención real de ejecutarlas.
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