<p class=»ue-c-article__paragraph»>Que las relaciones con España nunca han sido ni van a ser una prioridad para el Gobierno de <strong>Donald Trump</strong> no es ningún secreto. Que el presidente estadounidense tiene un serio problema con el gasto en Defensa de nuestro país y está en las antípodas ideológicas de <a href=»https://www.elmundo.es/e/pe/pedro-sanchez.html»>Pedro Sánchez</a>, tampoco. Por si no fuera suficiente, por diversas razones, <strong>Marruecos </strong>le parece un aliado mucho más importante ahora mismo. Así que a lo máximo que se puede esperar, ceteris paribus, es a sobrellevar los próximos cuatro años sin grandes sobresaltos ni dramas, tirando de lazos históricos, de las bases militares en nuestro país y poco más. Eso si las presiones en el marco de la <strong>OTAN </strong>y sus compromisos, en el flanco sur o las declaraciones en foros internacionales o redes sociales, no llevan a un choque.</p>
El mejor ejemplo de la falta de sintonía es que, igual que ocurrió en su primer mandato, transcurrida una semana ni el presidente estadounidense ni sus ministros han hablado aún con sus homólogos españoles
Que las relaciones con España nunca han sido ni van a ser una prioridad para el Gobierno de Donald Trump no es ningún secreto. Que el presidente estadounidense tiene un serio problema con el gasto en Defensa de nuestro país y está en las antípodas ideológicas de Pedro Sánchez, tampoco. Por si no fuera suficiente, por diversas razones, Marruecos le parece un aliado mucho más importante ahora mismo. Así que a lo máximo que se puede esperar, ceteris paribus, es a sobrellevar los próximos cuatro años sin grandes sobresaltos ni dramas, tirando de lazos históricos, de las bases militares en nuestro país y poco más. Eso si las presiones en el marco de la OTAN y sus compromisos, en el flanco sur o las declaraciones en foros internacionales o redes sociales, no llevan a un choque.
El mejor ejemplo de la falta de sintonía es que, igual que ocurrió en su primer mandato, transcurrida una semana ni él ni sus ministros hayan hablado con sus homólogos españoles. Sobre todo cuando el responsable del Departamento de Estado, Marco Rubio, es de origen cubano, habla obviamente el mismo idioma y tiene los equilibrios mucho más presentes que el propio presidente, empezando por el caso de Venezuela. Rubio sí ha hablado con Edmundo González, que se refugió en nuestro país cuando tuvo que huir para no ser detenido.
En estos días, Rubio ha charlado con los ministros de Exteriores de los países bálticos o Polonia. Ha hablado con los de Hungría e Italia, aliados ideológicos del trumpismo. Y esta misma semana con los de Francia y Alemania. Ningún interés en la península ibérica, aunque sí en Rabat, algo que debería inquietar viendo cómo la buena relación con Mohamed VI condujo en el pasado a giros decisivos, como es el caso del Sáhara.
Llegará, pero no en las primeras rondas. Hasta la fecha, según los registros de la Casa Blanca, Rubio ha hablado o se ha reunido con 34 presidentes, primeros ministros o titulares de Exteriores, y su primer viaje de Estado le llevará por América Latina y Central. Están aliados tradicionales de la gran prioridad geopolítica, como Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda o Indonesia. Está el vecino del norte, Canadá, pero no el del sur, México. Está su gran aliado en Oriente Medio, Israel, pero también Arabia Saudí, Jordania o Emiratos Árabes. Y un grupo amplio de países europeos. Pero también políticos de Guayana, República Dominicana, Costa Rica o Filipinas.
El mismo día de su jura, el 20 de enero, Trump habló de nuestro país desde el Despacho Oval, criticando que la inversión en Seguridad es «muy baja». Después se distrajo en lo que parecía un error, afirmando que España era uno de los miembros de los BRICS [no lo es] y aludiendo a aranceles de hasta el 100% para los miembros de ese grupo, ya que cree que Rusia, China, Brasil y el resto están conspirando para dañar el dólar. Pero sus problemas con el Gobierno de Pedro Sánchez se remontan al primer día.
En el verano de 2018, muy poco después de la moción de censura que llevó a Sánchez a La Moncloa, se celebró una cumbre de la OTAN en Bruselas. En ella, Trump arremetió contra sus aliados acusándolos de gorrones y de abusar de su país. Fue especialmente beligerante con Alemania y con España, que ahora cierra la lista en gasto sobre PIB, y entonces se disputaba el dudoso honor con Luxemburgo. Trump fue un torrente, increpando a Sánchez con los ránkings en la mano, como el propio equipo del presidente socialista contó, con total estupefacción y mucha más ingenuidad que en futuras ocasiones.
Las discrepancias ideológicas entre ambos son evidentes, y el español parece estar buscando un papel entre quienes abiertamente chocan con la cosmovisión trumpista y la «tecnocasta de Silicon Valley», pidiendo a la UE que plante cara «a esta amenaza».
Pero el desinterés de Trump es más amplio. España no aporta lo que cree que debemos aportar, no es potencia nuclear, no tiene frontera con Rusia, no es Francia, Alemania o Reino Unido, ni es una aliada ideológica como Viktor Orban o Giorgia Meloni. Si está intentando ningunear a la UE (Rubio ni respondió a la invitación de la alta representante Kaja Kallas para participar en la reunión de ministros de Exteriores de los 27, como hacía su predecesor), España es una de las principales perjudicadas.
Lo mismo ocurrió en su primer mandato. La primera conversación entre Trump y Rajoy se produjo el 7 de febrero de 2017 para «abordar asuntos de interés común, como la seguridad, la economía y las relaciones bilaterales». En ella, Rajoy se ofreció como «interlocutor en Europa, América Latina y también en el Norte de África y Oriente Medio», apelando a los lazos de nuestro país con el continente americano por un lado, y aprovechando que con el Brexit, Washington perdía a su principal ariete ante las dudas sobre el proceso de integración europea. Trump recibiría al presidente en la Casa Blanca cinco días antes del referéndum del 1 -O. El primer contacto entre el ministro Alfonso Dastis y su homólogo Rex Tillerson no se produjo hasta el 17 de febrero, con una entrevista de 15 minutos en la reunión de ministros del G-20 en Alemania. El diplomático ahondó en la voluntad de profundizar en las relaciones. Trump en todo caso nunca aceptó esa mano tendida y las relaciones fueron igual de buenas o de malas en los años posteriores.
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